Esforzaos por entrar por la puerta estrecha
Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán” (Lucas 13:24).
J.C. Ryle
En estas palabras encontramos una descripción del camino de salvación. Jesús lo llama “la puerta estrecha”. Hay una puerta que conduce al perdón, a la paz con Dios y al Cielo. Todo aquel que entre por esa puerta será salvo. No cabe duda de que jamás ha habido una puerta más necesaria. El pecado es una inmensa montaña entre el hombre y Dios. ¿Cómo podrá escalarla ningún hombre? El pecado es un profundo abismo entre el hombre y Dios. ¿Cómo podrá cruzarlo ningún hombre? Dios está en el Cielo, y es santo, puro, espiritual, inmaculado, luz sin tiniebla alguna (cf. 1 Juan 1:5), un Ser que no puede soportar lo malo, ni mirar la iniquidad. En cambio, el hombre es un pobre gusano caído que se arrastra sobre la tierra durante unos pocos años, pecador, corrompido, propenso al error, deficiente, un ser cuyo pensamiento es solamente el mal y cuyo corazón es más engañoso que todo, y sin remedio (cf. Jeremías 17:9). ¿Cómo va a juntarse el hombre con Dios? ¿Cómo podrá acercarse nunca a su Hacedor sin temor ni vergüenza? ¡Bendito sea Dios, hay una forma! Hay una senda. Hay un camino. Hay una puerta. Es la puerta de que nos hablan las palabras de Cristo: “la puerta estrecha”.
El Señor Jesucristo hizo esta puerta para los pecadores. Desde toda la eternidad Él hizo pacto y se comprometió a formarla. En el cumplimiento del tiempo vino al mundo y la levantó por medio de su propia muerte expiatoria en la Cruz. Con esa muerte hizo satisfacción por el pecado del hombre, pagó la deuda que el ser humano tenía con Dios y llevó su castigo. Construyó una gran puerta a precio de su propio cuerpo y su propia sangre. Levantó una escalera en la Tierra “cuyo extremo superior alcanzaba hasta el cielo” (Génesis 28:12). Hizo una puerta a través de la cual el mayor de los pecadores pudiera entrar a la santa presencia de Dios sin temor. Abrió un camino por el cual el más vil de los hombres, solo con creer en Él, pudiera acercarse a Dios y tener paz. Nos grita: “Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo” (Juan 10:9). “Yo soy el camino […]; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Por Él, dice Pablo, “tenemos libertad y acceso a Dios con confianza” (Efesios 3:12). Así se formó la puerta de la salvación.