Silencio pecaminoso
“Hay tiempo de hablar y tiempo de callar; si debemos rendir cuentas por cada palabra vana pronunciada, cuidado que no tengamos que responder por los silencios ociosos”.
Esto es algo que dijo un antiguo padre de la Iglesia, hace muchos años. Sus palabras siguen resonando con una nota de exhortación y van dedicadas a la Iglesia de cualquier época, incluida la nuestra. Charles Haddon Spurgeon lo comentó de la manera siguiente: “Se ha escrito un gran número de tratados sobre los pecados de palabra, pero ¿no existen también los pecados de silencio?”.
La Iglesia de Cristo se ha convertido hoy día y en tantas formas en una iglesia silenciosa en lo que respecta a la fe que una vez fue transmitida a los santos. La condición afecta tanto al papel “defensivo” como al “ofensivo” de la iglesia y puede influir sobre nosotros de manera individual y también colectiva.
Es una realidad que la Iglesia tiene un papel defensivo que cumplir y que debería estar siempre preparada para defender el Evangelio. A pesar de ello, es bastante extraño ver cómo aquellos ministros y cristianos, que se han erigido en posiciones de defensa de la fe, son los que menos se involucran en esta labor cuando se trata de hablar sin tapujos, en aquellas áreas en las que la fe se ve más atacada. Permanecer callados cuando el Evangelio de Cristo, por no decir el propio Cristo, se ve atacado en tantas estructuras e iglesias de distintas denominaciones, constituye ni más ni menos que un silencio pecaminoso. “Estos son días de desconcertantes sucesos y de total confusión” escribió un hombre hace algunos años. “Los pastores que creen en la Biblia se sientan codo con codo con los ministros modernistas en las convenciones para ‘profundizar en la vida espiritual’. Las librerías evangélicas manejan literatura escrita por los liberales. Líderes fundamentalistas de la Iglesia buscan integrar sus denominaciones en el mundo del Movimiento Ecuménico. Las organizaciones del Evangelio envían ahora dos versiones distintas de sus revistas y sus publicaciones: una para los liberales y otra para los evangélicos”. La lista del escritor sigue y sigue, y el hecho de que se remonte a casi cuarenta años debería destacarla aún más. Estas cuestiones que no parecían más que “carreteras interiores” en aquel tiempo, se han convertido ahora en autopistas de la escena religiosa por todo el mundo. Si hay un pecado en particular que haya colaborado para forjar sus autopistas, ese ha sido el negarse a hablar o a actuar por parte de los responsables cuando debían haberlo hecho. En nuestras principales estructuras denominacionales oímos a menudo hablar de agrupaciones “evangélicas” o “reformadas”, pero eso es todo lo que se dice. Se habla “sobre” ellas, pero rara vez oímos algo “de” ellas. En las escrituras tenemos un pasaje muy aleccionador que se refiere a nuestra relación con Cristo, en el que el profeta Isaías, en su famoso capítulo cincuenta y tres, expone delante de nosotros lo siguiente: “[…] fue despreciado, y no le estimamos”. Si ponemos esto en el contexto de las asociaciones denominacionales se podría leer de la forma siguiente: “Se utilizaron artimañas contra Él, se dudó de Él, se le ridiculizó y se le rechazó. Se hicieron aspersiones sobre su Santa Palabra, su cruz fue minimizada como único medio de salvación, su naturaleza sin pecado, su resurrección corporal y su regreso personal fueron categóricamente negados, ‘y no le estimamos’. ¡Nos quedamos callados! ¡Ojalá que Dios abra muchas bocas en defensa de la fe aunque sea bajo la forma de un adiós final a aquello que ofende!”.
Con respecto al papel “ofensivo” en la Iglesia, necesitamos probablemente mucha exhortación de cada partícula del mismo para que no seamos hallados culpables de un “silencio pecaminoso”. Queda claro que por “ofensivo” no queremos decir que la Iglesia, o cualquier creyente que forme parte de la misma, deba “ofender” o ser “ofensiva” con los demás en ninguna forma incorrecta. Sin embargo, “tomar la ofensiva” en la lucha de la fe es algo esencial. “Tomar la ofensiva” pertenece a esa parte del llamamiento de la Iglesia que la envía para que vaya adelante (en su totalidad o en sus miembros individuales) para que hable en nombre de su Señor, sin que nadie se atreva a asustarla. En esto también podemos ser culpables de un “silencio pecaminoso”. El Apóstol Pedro tiene una buena palabra para nuestra alma en el curso de su Primera Epístola. Es el tipo de exhortación que debería inflamar nuestra alma en lo que respecta a las cosas del Señor nuestro Dios. Se refiere al diablo, a nuestra actitud hacia él y a la actitud que deberíamos tener con respecto a sus cosas. “Pero resistidle firmes en la fe”, dice Pedro; y la palabra que utiliza para “resistir” es, en realidad, una palabra “activa”. No está imaginando una situación en la que el diablo viene a atacarnos y nosotros nos defendemos. Existen muchas situaciones como estas en la vida de cada hijo de Dios que cree. Pero él se está refiriendo aquí a esa parte de nuestro llamamiento cristiano en la que intentamos hacer todos los esfuerzos para “destruir las fortalezas de Satanás” de las que habla Pablo. Cuando Cristo dice: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” nos está empujando a salir, como dice en otro lugar, “como corderos en medio de lobos”. Pero una vez enviados, debemos considerar que nos encontramos obedeciendo a nuestro llamamiento como pueblo de Dios. No podemos vivir nuestra vida cristiana diciendo: “si el diablo no me molesta yo tampoco le causaré problemas”. La Biblia dice de múltiples maneras: “¡molestadle!”. ¡Salid portando la espada del Espíritu que es la palabra de verdad! ¡Golpead unas cuantas veces los muros del castillo del diablo! ¡Lanzad unas cuantas flechas contra sus fortalezas!
En tiempos del viejo Rowland Hill, cuando recibió el llamamiento de ministrar al este de Londres, la Condesa de Huntingdon escribió a uno de sus amigos informándole de que “el querido viejo Rowley se ha ido donde Satanás tiene su trono”. Si esto que se decía de ese distrito de Londres en aquellos días era verdad, como seguramente lo sería, entonces esa realidad se aplica también a todo el mundo en general ya que “yace bajo el poder del maligno”.
¡Que el Señor nos libre del silencio pecaminoso, cualquiera que sea la forma que tome!