Un nuevo aprecio del pasado
Eugenio Piñero
El día que Martín Lutero publicó sus 95 tésis desde la iglesia del Castillo de Wittenberg, resplandecía el amanecer de un nuevo día para la Iglesia del Señor Jesucristo. La Iglesia necesitaba urgentemente una Reforma bíblica y cabal.
Aunque la Reforma tuvo un impacto profundo y duradero en el ámbito político, económico, social, etc., fue, en su corazón, un movimiento fundamentalamente religioso producido por el Espíritu de Dios para restaurar espiritualmente a la Iglesia a sus raíces bíblicas. Ya que los asuntos fundamentales de la Reforma Protestante del siglo XVI están siendo socavados, y muchos los desconocen, es importante que tomemos tiempo para estudiar y comprender mejor el legado doctrinal de la Reforma, su importancia, sus consecuencias y su pertinencia para nuestra vida hoy.
1) Estudiamos la Reforma Protestante del siglo XVI para llegar a un nuevo aprecio del pasado.
El salmista declara en el Salmo 44:1:
«Oh Dios, con nuestros oídos hemos oído, nuestros padres nos han contado la obra que hiciste en sus días, en los tiempos antiguos».
El estudio del pasado llevó al salmista a apreciar más lo que Dios hizo en el pasado; este aprecio aumentó su confianza en Dios (versículos 5-8), y le llevó a orar por el avance de la obra de Dios (versículos 4-26).
2) Estudiamos la Reforma Protestante del siglo XVI para tener una confirmación más profunda de lo que creemos.
Somos reformados; esto significa que sostenemos las verdades bíblicas como los reformadores las entendieron en aquel tiempo, en que todo principio, dogma y práctica era examinado a la luz de la autoridad de la Biblia.
Algunas de las verdades bíblicas que sostenemos no se ajustan a la situación del cristianismo contemporáneo. Para un buen número de cristianos, nosotros somos personas raras o excéntricas. Pero cuando nosotros vemos que las verdades bíblicas que creemos y confesamos, son las mismas que las que los grandes reformadores creyeron y enseñaron, nos sirve para confirmar lo que nosotros creemos que la Biblia enseña. En otras palabras, no somos los únicos que creemos y confesamos estas verdades. La Biblia dice: «Por el testimonio de dos o tres testigos se juzgarán todos los asuntos» (2 Corintios 13:1).
Ya que el testimonio de los reformadores respalda y apoya lo que nosotros creemos, esto muestra que no somos personas raras, como otros piensan. Al contrario, pertenecemos a esa corriente principal que Dios creó en aquel gran movimiento en la historia, conocido como: La Reforma. Esto nos da un sentido maravilloso de que somos parte de la misma obra que Dios continúa haciendo en Su Iglesia. Como parte de esta obra, nosotros no estamos creando una nueva corriente teológica o una secta. Al contrario, contribuimos a esa rica corriente de enseñanza bíblica para enriquecerla más y más, de tal modo que otra generación pueda beneficiarse.
Hemos visto hasta aquí, que estudiamos la Reforma Protestante para llegar a un nuevo aprecio del pasado, y para dar una confirmación más profunda de lo que creemos.
3) Estudiamos la Reforma Protestante del siglo XVI, para crear una aspiración santa por otra visitación poderosa del Espíritu Santo.
Es mi deseo también que el estudio de la obra de Dios en el pasado, encienda un anhelo ardiente por un avivamiento que nos lleve a orar como lo hizo el salmista:
«¡Despierta! ¿Por qué duermes, Señor? ¡Levántate! No nos rechaces para siempre. ¿Por qué escondes tu rostro y te olvidas de nuestra aflicción y de nuestra opresión? ¡Levántate! Sé nuestra ayuda, y redímenos por amor de tu misericordia» (Salmo 44:23-24, 26).
Una de las cosas que enciende el deseo de ver el movimiento del Espíritu de Dios en nuestros días, es la lectura y la meditación sobre los movimientos del Espíritu Santo en el pasado. En tiempos pasados, cuando reinaba la ignorancia, la inmoralidad, la incredulidad y la indiferencia hacia la verdad de Dios, los múltiples males sociales y formas de corrupción religiosa precipitaron un desvío de la verdad y un deterioro espiritual.
Frank C. Roberts describe la decadencia de la piedad popular de aquella época, de la siguiente manera:
«Durante este período, Europa era una carnicería desgarrada, plagas y revueltas campesinas. El resultado fue una preocupación mórbida por la muerte y una dominante melancolía en la imaginación. Para escapar de una existencia dolorosa, la gente buscó refugio y solaz en actividades religiosas; cantidades sin precedentes, de personas, salían en peregrinaciones, visitaban lugares sagrados, contemplaban reliquias religiosas, escuchaban predicaciones y leían literatura devocional. Parecía que había un florecimiento en la piedad popular. Pero, si bien la cantidad de actividad religiosa creció, la mayor parte de la religión estaba inspirada por el miedo y se expresaba en forma superficial y supersticiosa. Algunas personas andaban a la caza de brujas, matando a miles de individuos inocentes. Otros visitaban santuarios dedicados a la virgen o algún santo, con la esperanza de ser curado o de acortar los tormentos del purgatorio; muchos hacían viajes largos para contemplar un trozo de la zarza ardiente, leche del pecho de María, el mantel en la última cena, un trozo de la corona de espinas, o una astilla de la cruz de Cristo. La gente también se amontonaba para ver la hostia sangrante, (esto es el cuerpo de Cristo consagrado por la misa, que supuestamente goteaba sangre).
Esta gente creía que tales acciones piadosas les aseguraban la salvación, y quizás bendiciones en el presente. Esta frenética actividad religiosa generó una mayor necesidad de sacerdotes… para consagrar la hostia y decir la misa por los muertos; pero la gran cantidad que llegó al clero carecía de educación […] El resultado fue un diluvio de malos sacerdotes […] Puesto que solo unos pocos de estos estaban bien preparados, se produjeron graves abusos.
En resumen, la piedad de la mayor parte del período de la Reforma era de prácticas externas, no del corazón, ni de una conducta moral. Los servicios religiosos estaban a disposición del mejor postor, y la iglesia de buena gana los vendía por un precio conveniente».
Dios, por amor a Su Nombre, obró poderosamente para reformar la Iglesia. Su gracia salvadora trajo salvación y esperanza a muchas almas. La restauración de la Palabra de Dios a su lugar como norma de fe y práctica, unido a las operaciones de Su Espíritu, impartieron la luz de Su verdad salvadora. Esta disipó las tinieblas; libró a muchos de la superstición; vidas, familias y comunidades fueron transformadas, y floreció la piedad.
Sobre este punto, A. Skevington Wood declaró:
«En su connotación eclesiástica, la Reforma indica la remoción de los abusos, y la reordenación de los asuntos en la Iglesia en conformidad con la Palabra de Dios. En cuanto a ejemplos bíblicos, vemos las reformas bajo Ezequías (2 Reyes 18:1-8), y Josías (2 Reyes 23:4-20). Históricamente, la palabra “reforma” se refiere a la renovación de la Iglesia, ocurrida en el siglo XVI, por la revitalización proveniente de su fuente en la Palabra.
Philip Schaff, en forma correcta, consideraba la Reforma como el acontecimiento más grande de la historia, después de la introducción del cristianismo. Marca el fin de la Edad Media y el comienzo de los tiempos modernos. Partiendo desde la religión, dio —directa o indirectamente— un poderoso impulso a todo movimiento que significó progreso, y convirtió al protestantismo en la principal fuerza impulsora en la historia de la civilización moderna».
Uno no puede leer y considerar estas cosas sin ser conmovido, y sin que se cree el deseo, en su propio corazón, de que Dios una vez más vuelva a realizar otra gran obra en nuestros días, como lo hizo en el pasado.
Estudiamos la reforma para llegar a un nuevo aprecio del pasado, para dar una confirmación más profunda de lo que creemos, para crear una Santa aspiración por una nueva visitación del Espíritu Santo.
4) Estudiamos la Reforma Protestante del siglo XVI, para obtener una instrucción clara que podamos aplicar a nuestra situación.
Estudiamos el movimiento del Espíritu Santo en antaño, para aprender los principios que gobernaron su proceder. Como dijo el pastor Albert N. Martín:
«Aunque los caminos del Señor son diversos, y los caminos del Espíritu son como el viento, hay principios que subyacen en todas las grandes obras del Espíritu de Dios; estos principios no cambian, las estructuras que se edifican sobre estos principios fundamentales pueden variar, pero no los principios. Por ejemplo, para cada situación Dios tenía un hombre diferente: Lutero no es Zwinglio; Zwinglio no es Lutero; Lutero no es Calvino; Calvino no es Lutero; Pablo no es Pedro; Pedro no es Juan. Los caminos e instrumentos son diferentes, pero los principios que subyacen en la manera en que Dios obra son básicamente los mismos.
La Reforma de aquel entonces no se completó. Sin embargo, los principios que los reformadores entendieron en aquel entonces debemos entenderlos para aplicarlos a nuestras propias circunstancias. Estudiamos el siglo XVI, no para repetirlo en el siglo XXI, sino para conocer los principios fundamentales del proceder de Dios. Vemos aquellos principios expresados en la Palabra de Dios aplicados a aquellas circunstancias reales de la vida, y pedimos a Dios la gracia para aplicar los principios a nuestras propias circunstancias, para que los poderes de las tinieblas retrocedan y Dios vuelva otra vez a hacer una reforma poderosa en Su Iglesia en nuestros tiempos».
Continuará…
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