La adoración puritana III
Eugenio Piñero
Los puritanos dejaron un legado sumamente importante sobre la adoración que la Iglesia debe rendir a Dios. En sus días, ellos vieron la necesidad de reformar la adoración según las enseñanzas del Señor Jesucristo. Otro aspecto fundamental en su adoración fue la alta teología que apoyó y motivó su adoración. Ellos tenían una alta visión de Dios, y de Cristo como la Cabeza de la Iglesia. La doctrina de Dios y de la adoración estaban indisolublemente unidas en el pensamiento de los puritanos.
Basado en la enseñanza de las Santas Escrituras, los puritanos insistieron en que la adoración que honra y agrada a Dios es teocéntrica. Él es el centro y el Único Objeto de la adoración. “El es el objeto de tu alabanza y El es tu Dios, que ha hecho por ti estas cosas grandes y portentosas que tus ojos han visto” (Deut. 10:21).
En las palabras de Jesús: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él servirás”» (Mateo 4:10). «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarle en espíritu y en verdad» (Juan 4:24). Estos son los adoradores que Dios busca que le adoren. Sin embargo, muchos son constantemente tentados a rendir culto a algo o a alguien que no sea Dios. Como Pablo dijo: prefieren adorar y servir a la criatura en lugar del Creador (Romanos 1:25). Lamentablemente, esta preferencia a honrar a la criatura se ha introducido en la Iglesia de varias maneras. Por ejemplo, una práctica popular evangélica de la adoración nos enseña que el enfoque principal del culto cristiano debe ser la mutua edificación entre los creyentes. Esta perspectiva convierte al hombre en el objeto central de la adoración. Aunque la Biblia manda y promueve la edificación entre los creyentes (1 Corintios 14:26), aún así, este no es el propósito principal del culto en la Iglesia.
En su primera epístola, Pedro describe el culto cristiano. El dice en 1 Pedro 2:4-5: «Y viniendo a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo». El cuadro que Pedro presenta aquí es de una casa espiritual compuesta de piedras vivas que ofrece sacrificios espirituales a Dios mediante el Señor Jesucristo. Según este pasaje bíblico, Dios es el Único Objeto de la adoración en la Iglesia. Los sacrificios espirituales que proceden de corazones regenerados (piedras vivas) y purificados por la sangre de Cristo, no se ofrecen al hombre, ni a los ángeles, ni a los profetas, ni a las estatuas, ni a María, ni a otra criatura, ni a ninguna otra cosa, sino a Dios. El texto declara: para ofrecer sacrificios espirituales aceptables 一¿a quién?一 no al hombre, sino a Dios. El enfoque es Dios. Por lo tanto, la verdadera adoración no se enfoca principalmente en la edificación de los creyentes, sino en Dios.
Sobre esto, Strivens escribe:
«Para los puritanos, la adoración de la Iglesia debía enfocarse en Dios. El pueblo de Dios, cuando se reunía, debía tener una visión muy elevada de Dios, y expresarla en su culto corporal.
Stephen Charnock, en su obra de La existencia y los atributos de Dios, lo expresa de la siguiente manera: “El primer fundamento del culto que rendimos a Dios es la excelencia infinita de Su naturaleza, que no es solo un atributo, sino que resulta de todos; porque Dios, como Dios, es el Objeto del culto, y la noción de Dios no consiste en pensar que es Sabio, Bueno y Justo, sino como todo aquello que está infinitamente más allá de cualquier concepción. Y de ahí se deduce que Dios es un Objeto que debe ser amado y honrado infinitamente”.
Charnock muestra cómo la doctrina de Dios influye en la adoración que rendimos a Dios.
“Debemos —argumentó Charnock— concebir a Dios como un Espíritu para poder adorarlo correctamente. Debemos evitar pensar en Sus atributos en una forma meramente humana o en una forma finita. Más bien, debemos considerar cómo Su poder, sabiduría y bondad trascienden infinitamente cualquier naturaleza corporal. Solo de esta manera podemos ofrecer la adoración que corresponde a Su naturaleza, ya que es infinitamente sobre todo ser corporal. La luz de la naturaleza misma nos enseña que la excelencia de un objeto (en este caso, Dios mismo), requiere una adoración conforme a la dignidad de Su naturaleza, que no puede ser correspondida, sino por el más serio afecto interior, así como por la decencia exterior; y una falta de esto (en la adoración) no puede sino ser juzgada como impropia de la majestad del Creador del mundo y de la excelencia de la religión.
William Perkins insistía en que tenemos que adorar a Dios como “un Ser Trinitario”, que subsiste en la Persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por lo que debe ser concebido y conocido por nosotros. La regla antigua de la Iglesia es que la unidad debe ser adorada en Trinidad y la Trinidad en unidad. Cuando dirigimos nuestra adoración a una persona de la Trinidad, debemos incluir al resto en la misma adoración. De hecho, debemos tener en cuenta la distinción y el orden de las tres Personas, sin dividirlas, ni separarlas, porque así se nombran y se presentan en las Escrituras, y así son por naturaleza. De manera que cuando oramos al Padre por el perdón de los pecados, debemos pedírselo por el mérito del Hijo y por la seguridad que da el Espíritu Santo. Y cuándo buscamos de Dios el Hijo la remisión de los pecados, debemos rogarle que procure del Padre el conceder el perdón, y, con todo, asegurarlo por medio de Su Espíritu; y de manera similar, cuando nos dirigimos al Espíritu”».
A la luz de los que los puritanos enseñaron, Strivens dice:
«Es de este intenso enfoque en el Ser y el carácter de Dios, como aquello que impulsa nuestra adoración, de donde se deriva el énfasis puritano del principio regulador. Con mucha frecuencia, el principio regulador por el cual se rige nuestra adoración (lo que Dios ha ordenado expresamente en las Escrituras), es tratado como si fuera una regla por sí sola, aislada del Ser y la naturaleza de Dios, que la estableció. Entonces, el principio regulador se convierte en algo frío y seco; no más que una serie de reglas capaz de absorber toda la vida de nuestra adoración. Para los puritanos, por el contrario, el principio regulador era un principio vivo de adoración, que dependía de la misma naturaleza de Dios, el Ser infinitamente Glorioso, que es es el Objeto de nuestra adoración. ¿Cómo podemos hacer otra cosa que adorar a tal Ser en la forma en que nos ha indicado expresamente?
Aunque en su defensa del principio regulador, los predicadores puritanos a menudo se centraban en los pasajes bíblicos clave, como la ofrenda de fuego extraño de Nadab y Abiú (Levíticos 10), la rebelión de Coré (Números 16) y la muerte de Uzá (2 Samuel 6). El principio regulador, en última instancia, está arraigado en la naturaleza misma de Dios; por esto, los puritanos lo tomaban tan en serio.
Así John Owen, en su Breve instrucción sobre la adoración y disciplina de las iglesias del Nuevo Testamento, argumenta que lo principal en la adoración es santificar el Nombre de Dios, lo cual hacemos, dice Owen, al adorarle en la manera en la que Dios ha mandado.
Dice Owen: “Mostramos honor a Cristo en la adoración cuando le obedecemos. Y como las instituciones de la adoración evangélica son los mandamientos más especiales (de Cristo), honramos a Cristo particularmente cuando mostramos obediencia en la adoración. En esto Él ejerce Su poder real y señorial sobre la Iglesia. Cuando Su pueblo le obedece de este modo, Él es glorificado en el mundo”».
La adoración que no mira consciente y deliberadamente a Cristo para obedecer Su mandato no es una adoración verdadera, ¡y no agrada al Señor! No podemos honrar a Cristo en la adoración si no hacemos las cosas que Él nos manda. «Lo que no es mandado por Cristo —añade Owen— carece totalmente de autoridad divina y no puede, en ninguna forma, incrementar o promover la verdadera devoción a Dios en aquellos que le adoran». (Juan 14:15, 21, 23-24).
¿Qué afectos naturales y carnales pueden ser despertados por esas cosas que hacemos en el culto que Cristo no autorizó? ¿A qué devoción externa pueden estas cosas llevarnos, sin que sean cosas dudosas? Esas cosas que Cristo no mandó a hacer en la adoración no son los medios de avivar la gracia de Dios en el corazón de los creyentes.
Decir que cualquier cosa que Cristo no ha ordenado suscitará eficazmente la devoción a Él, es, en parte, menospreciar Su sabiduría y Su bondad hacia Su Iglesia. Por otra parte, ensalza la sabiduría de los hombres por encima de lo que es justo atribuirle.
Owen sostuvo que, cuando obedecemos a Cristo al hacer lo que Él nos manda en la adoración, trae beneficios. Cuando somos cuidadosos en observar lo que Cristo nos manda a hacer en la adoración, somos edificados.
En la celebración de las ordenanzas del evangelio, Dios en Cristo se compromete a revelarse íntimamente al creyente como su Dios y a recompensarlo. Promete revelar en una forma especial y más íntima Su amor. Jesús dijo en Juan 14:21: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a Él». La fe, dirigida por la Palabra de Dios a descansar y confiar en Él, llevará al creyente a recibir al Señor mientras observa Sus ordenanzas. Esta fe será animada, aumentada y fortalecida como respuesta a nuestra obediencia a Sus mandamientos. De manera que no se trata de que nuestras emociones hacia Cristo en la adoración sean despertadas, avivadas y gratificadas por el estímulo de la música, ni aún por las mismas palabras que cantamos; más bien, es que nuestra fe hacia Cristo, durante la observancia de Sus ordenanzas, sea fortalecida para nuestra edificación. Le estamos adorando, cuando por amor obedecemos al Dios que nos ama. En ese momento, el amor y la comunión con los hermanos son también fortalecidos. Mientras adoramos juntos a nuestro Padre en el Espíritu, nosotros gozamos de nuestra unión con Cristo.
En la observancia de las ordenanzas en la adoración a Dios, los creyentes juntos expresan estos principios y sentimientos; juntos ejercen la fe, la esperanza y el amor. Así crecen y llegan a ser como Cristo, la Cabeza de la Iglesia.
La obediencia a esta forma de adorar, mandada por Cristo en Su Palabra, nos lleva a honrar a Dios en este mundo, nos capacita para manifestar nuestra fe y obediencia, nos capacita para mantener el orden establecido por Cristo en Su iglesia, y nos da el poder o la gracia para embellecerla.
Lo que recibimos de Dios cuando le adoramos según lo que Él nos manda en Su Palabra, nos capacitará para exaltar a Cristo y dar a conocer el mensaje del Evangelio que Dios usa para salvar a las almas. Aquellos que descuidan las ordenanzas de Cristo sobre estas cosas, no respetan realmente ninguna cosa sobre la verdadera religión. Es mediante la obediencia a Sus mandatos, respecto a la adoración, que la iglesia de Jesucristo glorifica a Dios en este mundo. Estos son los medios que Dios prescribe en Su Palabra para que Su Iglesia manifieste su unión y lealtad a Él.
En Jeremías 3:14-15, Dios le dice a sus hijos infieles: «Porque yo soy vuestro dueño, y os tomaré, uno de cada ciudad y dos de cada familia, y os llevaré a Sión. Entonces os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia». Dios bendice a Su pueblo cuando Su pueblo le obedece. Si Sus hijos se vuelven a Él, Él les dará pastores según Su corazón, junto con otras bendiciones. Dios trata con severidad a aquellos en la iglesia que descuidan o ignoran Sus instrucciones en la adoración; esta fue la razón por la cual algunos en Corinto estaban débiles, enfermos y muchos ya dormían (1 Corintios 11:30).
Los puritanos vieron la necesidad de reformar la adoración. Ellos tenían una alta teología de Dios y de Cristo que apoyó y motivó su adoración. Por lo tanto, la doctrina de Dios y de la adoración estaban indisolublemente unidas en su mente. Esto les llevó a adorar a Dios de una manera agradable, aceptable y bíblica. Si nosotros hemos de hacer lo mismo, tenemos que examinar seriamente lo que hemos hecho y estamos haciendo en la adoración; esto es, si hemos de honrar y agradar a Dios en la adoración.
Recordemos que en el culto debemos dirigir y centrar nuestras mentes completamente en Dios. Debemos meditar en lo que Él es y en lo que Él ha hecho, y asegurarnos de que lo que estamos haciendo es, realmente, lo que Él nos manda a hacer en Su Palabra. Tal adoración glorificará a Dios, nos acercará más a Él, transformará nuestras vidas, aumentará nuestra fe, nos llevará a obedecerle y nos animará a servirle.
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