El peligro que debemos evitar en la adoración V
Eugenio Piñero
El peligro que existe, para aquellos de nosotros que valoramos el orden y la reverencia en la adoración, es caer en una adoración formalista, en donde se presta una atención indebida o exagerada a las formas, a las ceremonias, a las normas y a los deberes en el culto, al punto en el que nos conformamos con una adoración seca, estéril y sin vida, aunque sea ortodoxa; y sobre todo, sin tener esa comunión real viva, vigorosa, creciente, variada y transformadora con Dios. Seguimos los pasos, cantamos los himnos, ofrecemos nuestras ofrendas y oraciones, decimos el “Amén”, pero sin esa participación y compromiso pleno del corazón y de la mente que los puritanos consideraban esencial en el culto verdadero. El Señor Jesucristo censura fuertemente ese tipo de adoración:
«¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías de vosotros cuando dijo: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí. Mas en vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres”» (Mateo 15:7-9).
Hermanos reformados, amamos el orden y la liturgia, pero, ¿es eso la esencia de la adoración? ¿En medio de todo esto, arde nuestro corazón por la gloria de Dios? Tenemos el grave peligro de caer en las repeticiones, o en el formalismo monótono, frío, estéril y sin vida. Todo puede estar muy ordenado, y revestido de ornamentos litúrgicos que hagan ver el culto muy adornado, pero… ¡Que no se diga de nosotros: “Ay de ustedes, que aunque por fuera lucen hermosos, en realidad son semejantes a sepulcros blanqueados, que por dentro están llenos de huesos de muertos”! (Mateo 23:27). Cuidémonos de esto, y digamos con el salmista: “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua. Así te contemplaba en el santuario, para ver tu poder y tu gloria” (Salmos 63:1-2).
Por otra parte, no tiene sentido entregar nuestras emociones a un tiempo prolongado de música y de cánticos, cuando hemos perdido el punto principal de la adoración: contemplar y glorificar a Dios con la mente y el corazón.
Para nosotros, quienes cantamos himnos y otros cánticos, además de los Salmos, no debemos pasar por alto que el enfoque de los puritanos subraya la importancia de escoger himnos que estén llenos de la verdad bíblica, que contienen sustancialmente doctrina, y que particularmente tienen la doctrina de Dios en lugar de un material superficial que carece de peso doctrinal. Tales cánticos apelan al oído y a la carne, pero tienen muy poco que decirle a la mente y al corazón.
«Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones» (Colosenses 3:16).
Ninguna de estas cosas se pueden realizar en nuestras propias fuerzas; por esta razón, los puritanos subrayaban la necesidad absoluta de la capacitación del Espíritu Santo en el culto de adoración a Dios.
Jeremiah Burroughs escribió:
«Tenemos que rendir a Dios la adoración que nos autoriza la Palabra de Dios. Y debemos hacerlos por el Espíritu. Esta debe tener su sello de aprobación. No debemos actuar según nuestros recursos naturales o sentimientos carnales, ni por las sugerencias del mundo, sino por la guía que el Espíritu nos da en Su Palabra».
Solo el Espíritu Santo puede darnos el poder y la capacitación para adorar a Dios.
En su Breve instrucción en el culto de Dios, John Owen hace referencia a la presencia especial de Dios que Él promete a Su pueblo. Su presencia, mediante Su Espíritu Santo, capacita a la iglesia para la adoración.
Pasajes bíblicos —como Mateo 18:19-20; 28:20; Apocalipsis 21:3— hacen referencia a la presencia de Cristo. Necesitamos la presencia, la manifestación y la actividad del Señor Jesucristo mediante Su Espíritu en el culto de adoración. Esto fue lo que Cristo prometió.
«Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:19-20).
«Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos» (Apocalipsis 21:3).
Isaías 59:21 muestra cómo el Espíritu Santo, mediante la Palabra del Señor, imparte Su gracia y misericordia a Su pueblo y obra en ellos según Su pacto: «En cuanto a mí —dice el Señor—, este es mi pacto con ellos: Mi Espíritu que está sobre ti, y mis palabras que he puesto en tu boca, no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tu descendencia, ni de la boca de la descendencia de tu descendencia —dice el Señor— desde ahora y para siempre». Estas bendiciones que el Señor derramará sobre Su pueblo, vendrán como respuesta a la adoración que Su pueblo le ofrece.
«Y me encontraré allí con los hijos de Israel, y el lugar será santificado por mi gloria. Santificaré la tienda de reunión y el altar; también santificaré a Aarón y a sus hijos para que me sirvan como sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios» (Éxodo 29:43-45).
«Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza. Humillaos en la presencia del Señor y Él os exaltará» (Santiago 4:8-10).
«Lo que hemos visto y oído, os proclamamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1:3).
Owens escribe en su obra Liturgias:
«El Espíritu Santo en la adoración le da al creyente una experiencia de la excelencia, gloria y hermosura de esa comunión especial con Dios en Cristo a la que los creyentes fueron llamados mediante el Evangelio. Cristo ha equipado a los pastores y maestros para el propósito de dirigir a Su pueblo en el culto de adoración a Dios, mediante la comunicación de la gracia y dones espirituales que llegan a ellos desde el cielo».
Observen cómo Pablo tomó la iniciativa para dirigir a la iglesia de Corinto en su adoración. En 1 Corintios 11:2; 11:17-23, por una parte, él los alaba; pero, en cuanto a la adoración, les reprende. «Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué… Pero al daros estas instrucciones, no os alabo, porque no os congregáis para lo bueno, sino para lo malo. Pues, en primer lugar, oigo que cuando os reunís como iglesia hay divisiones entre vosotros; y en parte lo creo. Porque es necesario que entre vosotros haya bandos, a fin de que se manifiesten entre vosotros los que son aprobados. Por tanto, cuando os reunís, esto ya no es comer la cena del Señor, porque al comer, cada uno toma primero su propia cena; y uno pasa hambre y otro se embriaga. ¿Qué? ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios y avergonzáis a los que nada tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabaré. Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan».
Pablo pasa, en el capítulo 12, a dar instrucciones sobre cómo la iglesia debe adorar a Dios. Aquí vemos a un ministro cristiano tomar la iniciativa para dar principios e instrucciones específicas sobre cómo la iglesia debe adorar a Dios. Es la tarea de los ministros dirigir a la iglesia en la adoración pública. Observen algunas de las instrucciones dadas por Pablo a esta congregación.
En el capítulo 13 se muestra un camino más excelente: es el camino del amor, que debe gobernar a los creyentes cuando están reunidos para adorar a Dios. Aunque estas instrucciones se pueden aplicar a otras cosas, aquí se menciona como la virtud que debe reinar en la adoración a Dios. En el capítulo 14, se muestra la superioridad del don de la profecía sobre los demás dones espirituales (14:1-13). Luego, en los versículos 14 al 22, se habla de los requisitos para adorar a Dios. En los versículos 23 al 25, se habla de uno de los resultados de tal adoración pública. El versículo 26 señala uno de los propósitos para este culto: la edificación mutua. Y en los versículos 27-40, se habla del orden que se debe observar en la adoración pública.
En 2 Timoteo 2:1, Pablo señala la Fuente para la capacitación necesaria para que el ministro pueda dirigir a la iglesia: «Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús». Por tanto, Owen sostiene que una dependencia de Cristo y el uso correcto de los dones espirituales y de las gracias que Él ha dado, son esenciales para que el ministro cumpla sus responsabilidades en cuanto a dirigir a la congregación en la adoración.
Una vez más la perspectiva puritana de la adoración desafía frontalmente la actitud relajada y despreocupada, que es, en gran parte, evidente en la vida actual, y que tan fácilmente invade incluso nuestros cultos de adoración. Desafía también nuestra adoración formalista; nos recuerda que la adoración exige un compromiso enérgico de todo nuestro ser, incluso cuando no estamos dirigiendo el culto. Contrario a las percepciones de muchos, la congregación debe participar activamente a través del culto, uniéndose en los cánticos con su mente y corazón, pero también con sus oraciones internas mientras se lleva a cabo el culto. Deben participar, con gran atención, en la lectura y predicación, para entender lo que se dice de la Palabra y aplicarlo profundamente en sus mentes, corazones, consciencia y afectos, por medio del Espíritu Santo.
Si este es el único Dios vivo y verdadero que adoramos cuando nos reunimos, no nos atrevamos a hacer algo menos que esto, que entregar todo nuestro ser mientras participamos en la adoración. En esto dependemos completamente de la gracia, la ayuda y el poder del Espíritu Santo.
Para concluir, Strivens añade una cita de Jeremiah Burroughs: «Hay gran dulzura y deleite en acercarnos a Dios».
John Owens escribió:
«Debemos tener un gran deleite en la adoración a Dios; no se trata de un deleite carnal o de una actuación exterior de los deberes de la adoración, sino de una santa contemplación renovadora… de la sabiduría, la gracia y condescendencia de Dios, que Él mismo se revelará a nosotros por Su propia y soberana voluntad, para condescender a nuestra debilidad y de esta forma comunicarse a Sí mismo con nosotros, para animar y atraer a nuestras almas y acercarlas a Él, y, en ese encuentro, cumplir con Sus promesas de hablar o comunicarse con nosotros por Jesucristo. La contemplación de estas cosas lleva al alma a acercarse para deleitarse en Dios».
Benjamin Keach, un pastor de teología Bautista, de la línea puritana, pastor de la iglesia que luego se convertiría en el Tabernáculo Metropolitano en Londres, en el siglo XVII escribió en su tratado “La gloria de la verdadera iglesia”: «La iglesia, en su culto público, es la semejanza más cercana al cielo».
¿Quieres saber algo del deleite que nuestros seres queridos están gozando en el cielo? ¡Adora a Dios como Él lo manda en Su Palabra en el seno de la iglesia!
Hebreos 12:22-29 nos dice de esa experiencia: «Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel. Mirad que no rechacéis al que habla. Porque si aquellos no escaparon cuando rechazaron al que les amonestó sobre la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si nos apartamos de aquel que nos amonesta desde el cielo. Su voz hizo temblar entonces la tierra, pero ahora Él ha prometido, diciendo: “Aún una vez más, yo haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo”. Y esta expresión: “Aún, una vez más”, indica la remoción de las cosas movibles, como las cosas creadas, a fin de que permanezcan las cosas que son inconmovibles. Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor».
Cristiano, deja de adorarte a ti mismo, deja tu mundanalidad, deja de estar centrado en ti mismo, y entrégate a adorar a Dios. Busca una iglesia bíblica que llene los requisitos bíblicos, para que puedan dirigirte en una adoración bíblica en la que uno de los requisitos es centrarte en Dios en sumisión humilde a Su Palabra.
Amigo incrédulo, ¿qué se opone a que adores a Dios de esta manera? 1) Tu pecado. La verdadera adoración a Dios no consiste de un lugar, sino de una comunión liberada del pecado, para que puedas adorar a Dios. Esto requiere arrepentimiento de la idolatría y la codicia; requiere fe y obediencia; insistencia en adorar a Dios solamente como Él manda en Su Palabra. Amigo, tu peor pecado es que no amas a Dios, que te creó; Él es el Ser más hermoso y glorioso que existe; Él es digno de ser amado y adorado. Pero tú te amas a ti mismo, y, peor aún, amas el pecado. ¡Ve a Cristo! Para que Él cambie tu corazón y borre tus pecados, para que puedas amar y adorar a Dios según Su Palabra. Repito, ve a Cristo, porque Él está cercano a todo aquel que se acerca con un corazón contrito y humillado.
«Buscad al SEÑOR mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca. Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al SEÑOR, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar» (Isaías 55:6-7).
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