La adoración puritana II
Eugenio Piñero
El puritanismo fue, sobre todo, un movimiento religioso que el Espíritu de Dios usó para llevar a la Iglesia a una reforma en su doctrina y en su adoración a Dios. La adoración puritana es un tema muy amplio. Por lo tanto, nos centraremos en tres aspectos fundamentales de esta adoración: 1). La necesidad de reformar la adoración; 2). La adoración puritana estaba arraigada en un concepto alto de Dios; 3). Los puritanos creían que la adoración a Dios debe ser con todo el ser redimido.
Este artículo sobre la adoración puritana y los que le siguen, están basados en la conferencia que dio el pastor Robert Strivens en Trinity Baptist Church en Montville, New Jersey.* Cada uno de los aspectos anteriormente mencionados tienen algo vital que enseñarnos sobre el tema de la adoración al trino Dios. Es la convicción del pastor Strivens (y la mía personal) que muchas de las presunciones, los razonamientos y los criterios, así como las prácticas del evangelicalismo contemporáneo, y de algunas iglesias reformadas, se ponen en tela de duda por la seriedad con la que los puritanos abordaron el tema de la adoración, y de la enseñanza bíblica que aplicaron a su propia adoración privada y pública.
1) La necesidad de reformar la adoración
Uno de los objetivos centrales del puritanismo fue la necesidad de reformar la adoración en la Iglesia. Este fue un aspecto fundamental en la adoración puritana. Generalmente, cuando pensamos en los puritanos, lo primero que pensamos es en la doctrina reformada sobre la justificación (salvación sólo por la fe). Pensamos también en la predicación y la práctica pastoral que destacó a los puritanos. Sin embargo, los reformadores del siglo 16 y los puritanos que le siguieron no sólo vieron la necesidad de reformar la doctrina y la práctica pastoral, sino también la manera en la que se adoraba al Trino Dios.
Si nos detenemos a considerar detenidamente las prácticas del culto de aquellos días, pronto nos daremos cuenta por qué fue necesario reformarlas. A finales de la Inglaterra medieval, la misa era la ceremonia principal a la que más personas asistían, el momento más importante del culto. No fue la predicación ni compartir el pan y el vino, sino presenciar y ver la misa, cuando la gran mayoría de los laicos no estarían, normalmente, en condiciones para recibir ninguno de los dos elementos de la cena.
El momento culminante para muchos de los presentes era simplemente ver la hostia (el pan consagrado) ser elevado en alto por el sacerdote, y cuando las palabras de la transubstanciación eran pronunciadas: Hoc est enim corpus meun (Este es mi cuerpo). A esto le llamaban: “El sacrificio”. ¡Este era el momento culminante de la misa! Las personas congregadas para esta ceremonia estaban divididas por un panel en el que se hallaba un gran crucifijo. El panel separaba al sacerdote que celebraba la ceremonia en el extremo oriental del edificio de los laicos, en la parte principal de la Iglesia. El panel tenía aquello para que las personas más cercanas pudieran ver la hostia elevada en la ceremonia. Tan importante era esa parte del culto, que una campana sonaba inmediatamente antes de que el sacerdote elevara la hostia.
En iglesias más grandes se celebraban varios cultos simultáneos, y la gente podía oír el sonido de la campana antes de que la hostia fuera elevada a otras partes del edificio. Thomas Cranmer, a quien Strivens cita, comentó sobre esta práctica para demostrar que en la misa católica romana la hostia era realmente adorada: «¿Qué hacía que la gente corriera de sus asientos a un altar, y de altar en altar, y de sacramento en sacramento, espiando y mirando esa cosa que el sacerdote tenía en sus manos si no pensaban honrar la cosa que veían? ¿Qué movió a los sacerdotes a llevar el sacramento tan alto sobre sus cabezas? ¿Qué llevó a la gente a decirle al sacerdote, “álzala, álzala”? ¿Que llevó a un hombre a decirle a otro: “inclínate ante lo que ves”, o a decir: “este día vi a mi hacedor”, o a decir: “yo no puedo estar quieto hasta que vea a mi creador una vez al día durante esa ceremonia”? ¿Qué era lo que llevó al sacerdote y a la gente a llamar a otros y arrodillarse tan devotamente al ver el sacramento, si no era que adoraban esa cosa visible que ellos vieron con sus ojos y la consideraban como si fuera el mismo Dios?» [1]
Es obvio que una adoración idólatra como esta fue motivada por una falsa doctrina. Estas dos cosas estaban inextricablemente entrelazadas: la presentación de la hostia y la adoración rendida a la misma por la gente. Por tanto, reformar la doctrina debe incluir reformar la adoración, y viceversa; los reformadores inevitablemente tuvieron que trabajar, no solo por reformar la predicación y enseñar la sana doctrina, sino que también tuvieron que promover e inculcar en sus iglesias lo que es la verdadera adoración a Dios según las Santas Escrituras.
Hay otra razón de mayor peso por la que era muy importante reformar la adoración en aquellos días: la historia nos informa que en el año 1544 se llevó a cabo la Dieta Imperial en el Río Rin. Juan calvino aprovechó la oportunidad para dirigirse al emperador Carlos V, a los príncipes y a otras órdenes presentes. Se exhortó a los que allí se reunieron a emprender la tarea de restaurar la iglesia. Según Calvino, la iglesia tenía que reformar su adoración y la doctrina de la salvación. Calvino escribió:
«Si se pregunta por las cosas principales, la religión cristiana tiene una posición de la verdad y mantiene la verdad en dos cosas: estas dos cosas no solo ocupan un lugar principal sino que también comprende bajo ellas todas las demás partes. 1) Toda la sustancia del cristianismo es un conocimiento de la forma en que Dios es debidamente adorado. 2) Y la fuente de la cualla salvación ha de obtenerse»[2]
Calvino explica por qué la enseñanza acerca de la verdadera adoración a Dios es tan vital. 1. Lo es por la naturaleza de Dios como la única Fuente de toda virtud, justicia, santidad, sabiduría, verdad, poder, bondad, misericordia, vida y salvación. «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas» (Rom 11:36). Según Calvino, toda la gloria se le debe a Él y nosotros tenemos que buscar todo bien de Él (Sal 73:25-28). De esto procede la oración y la alabanza, siendo estas cosas manifestaciones de Su gloria que debemos rendirle a Él. Esto es la santificación genuina de Su nombre, que Él requiere de nosotros sobre cualquier otra cosa (Mateo 6:9). Con esto viene la adoración y la reverencia por Su grandeza y excelencia.
A esto le sigue que nosotros tenemos que humillarnos delante de Dios y servirle con todo lo que somos y tenemos; este temor y percepción debería gobernar nuestros corazones y gobernar todas las acciones de nuestra vida. Por lo tanto, la adoración, para Calvino, era la primera cosa que debe interesarnos cuando consideramos la Reforma. Debe ser lo primero que nos importe, y esto porque la misma naturaleza de Dios lo demanda. Un entendimiento de lo que Dios es y cómo Él se ha revelado, nos llevará inevitablemente a ver la necesidad de entender correctamente lo que significa adorar a Dios. Por estas razones, los reformadores se entregaron a reformar la adoración, la doctrina de la justificación solo por la fe, y otros asuntos doctrinales y teológicos de importancia vital para la vida, sobrevivencia, pureza y ministerio de la iglesia.
Ahora, este énfasis sobre la reforma de la adoración no solo fue esencial para los reformadores del siglo XVI, sino que también lo fue para los puritanos ingleses en el siglo XVI y XVII. Cuando la reina Elizabeth I llegó al trono en el 1558, Inglaterra había salido de 5 años de haber estado nuevamente bajo la doctrina y las prácticas católicas romanas. Todas las ceremonias, los rituales y la falsa doctrina católica que habían sido ampliamente abolidas durante el reino de Eduardo V (1547-1553), fueron restauradas por María cuando llegó a ser reina en el 1553. Los cultos nuevamente se llevaron a cabo en latín en lugar de hacerlo en inglés. La mesa de madera en el centro de la iglesia fue reemplazada por un altar de piedra. La vestimenta católica romana fue nuevamente instituida como algo obligatorio para los clérigos. Los libros católicos de la oración fueron nuevamente introducidos y usados en la iglesia. El agua bendita, las cruces, los crucifijos, las velas y toda la parafernalia católica romana que habían sido prohibidos por el rey Eduardo fueron nuevamente introducidos en la iglesia. Las procesiones, y sobre todo la misa, fueron reinstaladas.
Este fue el cuadro que los puritanos tuvieron que enfrentar cuando regresaron de su exilio religioso para servir en la iglesia de la reina Isabel I. Ella reinó en Inglaterra e Irlanda desde el 17 de noviembre de 1558, hasta su muerte en 1603. Su reinado fue conocido como la Era Isabelina, que duró más de 4 décadas. ¡Grande fue el reto que los puritanos tuvieron que enfrentar para establecer nuevamente la adoración bíblica!
Reformar la adoración fue una de las tareas más importantes que los puritanos tuvieron que realizar en la época de la Reina Isabel I, apodada “Reina Virgen”. Esto se manifestó en las luchas que tuvieron contra Elizabeth sobre el orden de la adoración en la iglesia anglicana que ella gobernaba. El enfoque de estas luchas se centró en el libro de la oración, el cual regulaba la adoración en la Iglesia nacional durante la época de los puritanos. Aunque este libro abrió la puerta para restaurar algunas de las cosas que se llevaron a cabo en la época del rey Eduardo, no abolió los elementos y varias prácticas de la adoración católica romana. Esta reforma limitada produjo grandes inquietudes a los puritanos durante el reinado de Isabel I, del rey Jacobo, y del rey Carlos I; ¡Esas luchas duraron 100 años!
Los ministros puritanos y miembros de sus iglesias protestaron porque la reforma era muy limitada e insuficiente. Entre las cosas que los puritanos combatieron se encuentran: 1. los bautismos que se llevaban a cabo por una persona laica (que generalmente era la comadrona), 2. la señal de la cruz durante el bautismo, 3. la declaración en el bautismo (que decía que el Infante bautizado era una persona regenerada), 4. arrodillarse durante la comunión, 5. el uso de anillos durante las bodas, 6. la suposición en el culto fúnebre de que la persona que había fallecido era cristiana, 7. la inquietud que la lectura del libro de oración dejaba muy poco tiempo para la predicación, 8. el uso de los libros apócrifos, 9. la forma de absolución, 10. la falta de disciplina eclesial, 11. la vestimenta religiosa que el clero usaba. Algunas de estas inquietudes y objeciones parecen asuntos de poca o ninguna importancia.
Entonces, ¿por qué preocuparnos y quejarnos con cosas como el uso de un anillo matrimonial en el culto? ¿Por qué no respetar el gesto de la señal de la cruz en el bautismo de un niño? Porque estas cosas, que para algunos parecen triviales, no lo son. No son cosas triviales, porque afectan y prostituyen la adoración que tenemos que rendir a Dios y que Él demanda de nosotros en Su Palabra. Eran impedimentos para la verdadera adoración a Dios. No eran cosas insignificantes, ni neutrales, porque corrompen la verdadera adoración a Dios, se oponen a lo que Él exige de nosotros en Su Palabra y le ofenden.
El hecho de que los ministros puritanos continuaron su protesta contra las prácticas antibíblicas de la iglesia anglicana, muestra claramente cuán importante era para los puritanos reformar la adoración. Aunque ellos podían predicar sobre la doctrina de la justificación solo por la fe y solo por Cristo, esto no fue satisfactorio para muchos de ellos. No era suficiente; por tanto, insistieron en instituir en sus respectivas iglesias la forma bíblica de adorar a Dios según ellos entendían. Su compromiso a reformar la adoración se manifestó en su disposición a sufrir si fuera necesario, con tal de adorar a Dios como Él manda en su Palabra, porque ¿quiénes son los adoradores que Dios busca? Aquellos que adoran al Padre con un espíritu regenerado, guiado, capacitado y bajo la influencia del Espíritu Santo, que le adoran según lo que Él manda en Su Palabra.
La adoración que Dios exige de cada una de sus criaturas, especialmente de los creyentes, es solo lo que Dios manda. Solo esto es correcto y lo que no se manda es erróneo [3]. Este es el principio bíblico que debe regular la adoración a Dios. Cuatro argumentos bíblicos apoyan este principio.
«1) Es la prerrogativa de Dios solamente determinar las condiciones con las que los pecadores pueden acercarse a Él en la adoración (Gn. 4:1-5; Éx. 20:4-6).
2) La introducción de prácticas extrabíblicas en la adoración… anulan… la adoración establecida por Dios (Mt. 15:3, 8-9; 2 Rey. 16:10-18).
3) La sabiduría de Cristo y la suficiencia de las Escrituras se cuestionan cuando se añaden elementos a la adoración que no han sido ordenados por Dios (2 Tim. 3:16-17).
4) La Biblia condena explícitamente toda adoración que no sea mandada por Dios (Lv. 10:1-13; Dt. 17:3, 2:2, 4:29-32; Jos. 1:7, 23:6-8; Mt. 15:13; Col. 2:20-23)» [4].
Los puritanos tuvieron que pagar un alto precio por reformar la adoración. Sobre este punto, Robert Strivens dice:
«El arzobispo de Canterbury, John Whitgift, tomó medidas drásticas durante el reinado de Isabel I contra los ministros que eludían o se oponían a los requisitos del libro de oración de la iglesia anglicana. Como resultado, algunos ministros fueron suspendidos de sus funciones. Durante ese periodo, setenta ministros hicieron lo mismo. Algunos de ellos ya tenían problemas con las autoridades de su país.
El clímax llegó con la gran eyección (expulsión) de los años 1660-1662. Bajo El Acta de Uniformidad del 1662, los ministros fueron obligados a declarar públicamente a su iglesia durante el culto su apoyo y consentimiento no fingido para el uso de todas las cosas en el libro de la oración común. Casi dos mil ministros no podían conciliar con su conciencia el cumplimiento de esta ley. Ellos estaban preparados a perder sus ministerios y su sustento, en lugar de someterse a las prescripciones del Libro de Oración Común que se había reeditado durante la restauración de la monarquía en el 1660».
Conclusión: Algunas preguntas
Hasta aquí hemos considerado el primer aspecto fundamental del puritanismo. 1) La necesidad de reformar la adoración. A la luz de las cosas que hemos considerado, debemos hacer las preguntas que hizo el pastor Strivens. ¿Cuál es el precio que estás dispuesto a pagar para mantener o sostener la reforma bíblica de adorar a Dios? ¿Hasta qué punto estás dispuesto a renunciar a tu ministerio, beneficios ministeriales y financieros, para resistir la tentación de presidir sobre una adoración que consiste en cosas que Dios no demanda de Su Iglesia en Su Palabra?
Es difícil para algunos concebir a nuestro gobierno tomando medidas de lugar, similares a las que Inglaterra adoptó para regular la adoración en la época de los puritanos. Creemos que para algunos el peligro en nuestros países no son las leyes o las medidas de estado, sino la cultura evangélica actual. Hay una gran presión, a veces sutil, para que introduzcamos y adoptemos elementos antibíblicos en nuestros cultos de adoración a Dios; hay presión para que introduzcamos esos elementos antibíblicos en el culto, con el pretexto de apelar y atraer a los incrédulos a venir a la iglesia.
Cómo Strivens escribió:
«El costó de negarse a ceder a estas presiones puede ser muy alto. Los cristianos más jóvenes pueden no querer unirse a tu congregación, porque perciben tus cultos como cosas de antaño, y los ven con pocas probabilidades de atraer a sus amigos no cristianos. Por otra parte, puede haber una presión sutil y muy intensa, o una presión abierta, para que se hagan cambios en la iglesia que proceden del temor y la ansiedad de perder la oportunidad para atraer a nuevas personas o a incrédulos a los cultos. En un ambiente como este, puede ser que la forma de pensar no se ajuste a las iglesias que buscan a un pastor. Presiones como estas pueden ser intensas y el costo de resistir puede ser muy alto.
¿Tenemos las convicciones bíblicas de los puritanos sobre lo importante que es adorar a Dios sólo como Él manda en Su Palabra? ¿Estamos convencidos como ellos de que necesitamos hoy reformar no sólo la doctrina, sino también la adoración en la iglesia?».
* Uso el material del pastor Robert Strivens con su permiso
[1] E Duffy, The Stripping of the Altars, 2nd edn., Yale University Press, 2005, Página 98, citando a Thomas Cranmer, Miscellaneous Writings and Letters of Cranmer, ed. J.E. Cox 1846, Página 442.
[2] Juan Calvino, The Necessity of Reforming the Church, trans. H Beveridge (Dalton 183), Página 1.
[3] Samuel E. Waldron, Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689, Página 367.
[4] Samuel E. Waldron, Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689, Página 366-369.
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