La adoración puritana I
Eugenio Piñero
El propósito de la obra salvadora del Señor Jesucristo es convertir al hombre en un verdadero adorador de Dios, que con todo su ser redimido le adore como Él manda en Su Palabra.
1) La enseñanza del Señor Jesucristo sobre la adoración
Jesús le dijo a la samaritana en Juan 4:21-24:
«Mujer, créeme; la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad».
Mediante estas palabras, Jesús predijo la introducción de una nueva era en la que el centro de la adoración no sería ni en el monte Gerizim, ni en Jerusalén, sino que, más bien, se llevaría a cabo en aquel lugar en donde Su Iglesia se reuniera a adorar a Dios.
El apóstol Pedro describe esta adoración en 1 Pedro 2:4-5 dice: «Y viniendo a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo». Él describe a la Iglesia como una casa espiritual compuesta de piedras vivas. Estas piedras son los creyentes regenerados por el Espíritu de Dios, reunidos como un cuerpo para adorar a Dios. Su adoración no consiste en ofrecer sacrificios físicos, sino espirituales. El énfasis recae sobre el carácter espiritual de estos sacrificios. Esto tiene que ver con el corazón que ofrece a Dios lo que Él manda en Su Palabra. Es a esto que Jesús se refiere cuando conversaba con la mujer samaritana. En esta nueva administración que se establecería, la adoración sería preeminentemente espiritual. No se trata de ofrecer sacrificios físicos como los que Israel trajo al Señor en antaño. Todo esto sería reemplazado para dar paso a una adoración preeminentemente espiritual.
En este nuevo período, el sistema sacrificial y sacerdotal instituido en el Antiguo Testamento sería reemplazado por una adoración sencilla y netamente espiritual. Las formas anteriores de adorar a Dios —que incluían ceremonias, sacrificios, sacerdotes, fiestas, lavamientos, vestiduras sacerdotales, el coro con sus correspondientes instrumentos musicales— pasarían a la historia. Aún el templo, con todos sus rituales y liturgia, serían reemplazados por una adoración espiritual. De ahí que ahora los sacrificios que se presenten serían sacrificios espirituales ofrecidos a Dios por medio de Jesucristo. Los que adoran forman una casa espiritual compuesta, no por piedras inertes, sino por piedras vivas que en unión a Cristo forman una casa espiritual. Estos sacrificios espirituales se presentan mediante la capacitación, ayuda y asistencia del Espíritu Santo.
Al revelar el cambio en la adoración, Jesús se tomó el tiempo para enseñarle a la mujer samaritana cuál es la naturaleza de la adoración que Dios espera y acepta, de aquellos que le adoran. Esta es una adoración cuyo énfasis y carácter es espiritual: «Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu» (Juan 4:24). Una adoración en el espíritu significa una adoración de corazones regenerados por el Espíritu Santo.
En su comentario sobre los versículos 20-24 de Juan, William Hendriksen escribió:
«En este contexto el adorar en espíritu y en verdad sólo puede significar: A). tributar a Dios un homenaje en que participe todo el corazón, y B). hacer esto en completa armonía con la verdad de Dios según está revelada en Su Palabra. Esta adoración, por lo tanto, no sólo será espiritual en lugar de material, interna en lugar de externa, sino que también estará dirigida al verdadero Dios que la Escritura presenta y que se ha revelado en la obra de la redención. Para algunos, la actitud humilde y espiritual no significa gran cosa. Para otros, la verdad o pureza doctrinal no tiene mucha importancia. Ambos son parciales, están desequilibrados, y por lo tanto, equivocados. Los adoradores genuinos adoran en espíritu y en verdad. Porque tales adoradores busca el padre. Esto no significa que existen personas que se han hecho adoradores ellas mismas, y que, por así decirlo, el Padre las está buscando; más bien tiene el sentido de que el Padre continúa buscando intensamente a sus elegidos para hacerles tales adoradores. Su búsqueda entraña salvación (cf. Lc. 19:10). Siempre es Dios el que toma la iniciativa en la obra de salvación; nunca el hombre (véase Juan 3:16; 6:37, 39, 44, 65; 15:16)» [1].
Para una adoración aceptable, el hombre tiene que ser librado de su pecado e idolatría mediante una verdadera conversión en la que el pecador confiesa su pecado, se arrepiente y se vuelve a Dios por la fe, para recibir el perdón de sus pecados y ser limpio en la sangre del Señor Jesucristo. Ya libre de la dictadura de su pecado, ahora es verdaderamente libre para adorar a Dios. «Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Tesalonicenses 1:9).
William Hendriksen escribe:
«La necesidad de una adoración realmente espiritual tiene sus raíces en la esencia de Dios: Dios es espíritu. En el original el sujeto, Dios, va al final y lleva artículo. El predicado se pone en primer lugar para hacer resaltar esta verdad: ¡Dios es completamente espiritual en su esencia! ¡No es un dios de piedra, ni un árbol, ni una montaña para que se le tenga que adorar en este o aquel monte; por ejemplo, el Gerizim! Es un ser incorpóreo, personal e independiente. Por ello, los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad» [2].
La adoración introducida por el Señor Jesucristo en Su Iglesia reemplazó para siempre la adoración que se ofrecía en el Antiguo Testamento en cuanto a forma, ceremonias, rituales e instrumentos. Volver atrás para incluir estas cosas del Antiguo Testamento es un retroceso que no tiene fundamento bíblico, y que va en contra de lo que el Señor Jesucristo enseña en Juan 4 y 1 Pedro 2:4-5, y lo que se enseña en la epístola a los Hebreos. La Iglesia no mira hacia atrás; mira al Señor Jesucristo, porque en Él tenemos la Sustancia. Las sombras del Antiguo Testamento, en lo que respecta a la adoración, pasaron a la historia. Insistir en volver a incluir esas cosas es querer volver a un estado de infancia espiritual de la que el Señor Jesucristo —por medio de Su obra, muerte, resurrección y ascensión— nos libró.
Ahora la Iglesia ha sido introducida a un estado más alto de madurez espiritual. Es algo irresponsable de parte de algunos líderes cristianos el llevar a la Iglesia hacia atrás en lo que respecta a la adoración. Esto es incoherente con la enseñanza del Señor Jesucristo, y mantiene a la Iglesia en un nivel espiritual de infancia en lugar de llevarla a alcanzar un nivel de madurez espiritual que prepara a la Iglesia para la adoración en la tierra, y después en el cielo.
2) Los puritanos y la adoración
Los puritanos del siglo XVI y XVII se esforzaron por aplicar la enseñanza del Señor Jesucristo. Ellos se esforzaron por adorar a Dios en espíritu y en verdad. Esto significa que su adoración era teocéntrica, espiritual y bíblica. Antes de tratar el tema de la adoración puritana, es importante establecer quiénes eran los puritanos. Ellos representan un modelo de adoración bíblica, digna de imitación. Leland Ryken nos da una descripción clara y excelente del puritanismo:
«El puritanismo fue parte de la reforma protestante en Inglaterra. Ninguna fecha o evento específico marca su inicio. Primero asumió la forma de un movimiento organizado en la década de 1560 bajo el reinado de la reina Isabel, pero cuando identificamos los rasgos de ese movimiento podemos ver que sus raíces se remontan a la primera mitad del siglo. Sus antepasados intelectuales y espirituales incluyen figuras como el traductor de la Biblia William Tyndale, el popular predicador y evangelista Hugh Latimer y Thomas Becon. Y seguramente las raíces del puritanismo incluyen a los exiliados protestantes que huyeron al continente durante la persecución bajo la reina católica María (1553-1558). El puritanismo comenzó como un movimiento específicamente de la iglesia. La reina Isabel estableció el “Asentamiento isabelino” (también conocido como “El compromiso isabelino”) dentro de la Iglesia de Inglaterra temprano durante su reinado. Ese compromiso reunió la doctrina reformada o calvinista, la continuación de una forma de culto litúrgica y (a los ojos de los puritanos) católica, y un gobierno de la iglesia episcopal.
Los puritanos estaban impacientes con esta detención de la Reforma. Desde su punto de vista, la Iglesia inglesa se mantuvo “parcialmente reformada”. Deseaban “purificar” la Iglesia de los vestigios restantes de la ceremonia, el ritual y la jerarquía católica. Esta disputa temprana con la iglesia estatal se amplió rápidamente para incluir otras áreas de la vida personal y nacional. El puritanismo era, en parte, un fenómeno claramente inglés, que consistía en el descontento con la Iglesia de Inglaterra. Pero desde el principio también formó parte del protestantismo europeo. Horton Davies dice que “el puritanismo comenzó como una reforma litúrgica, pero se convirtió en una actitud distinta hacia la vida”. A medida que el movimiento avanzaba, cada vez más puritanos no podían “ajustarse” lo suficiente a la iglesia estatal para permanecer como buenos miembros dentro de ella.
El movimiento puritano debe entenderse ante todo como un movimiento religioso. La interpretación secular del puritanismo es el producto de una época irreligiosa y pasa por alto que, incluso en sus manifestaciones políticas, sociales y económicas, el puritanismo expresó una perspectiva religiosa.
El movimiento puritano fue un movimiento misionero que se energizó con nada menos que la visión de una sociedad reformada. Alguien ha resumido acertadamente el programa puritano de esta manera: “El llamado a una reforma fue un llamado a la acción, primero para transformar al individuo en un instrumento adecuado para servir a la voluntad divina, y luego emplear ese instrumento para transformar a toda la sociedad”.
El puritanismo también fue un movimiento de protesta, al igual que el movimiento protestante en general. Los puritanos están protestando contra las actitudes del catolicismo romano y, con menos frecuencia, del anglicanismo» [3].
Su protesta, sobre todo, llamó a la Iglesia a reformar su doctrina y su adoración, a volver a las sendas antiguas trazadas por las Santas Escrituras.
La adoración puritana es un tema muy amplio. Por lo tanto, nos centraremos en tres aspectos fundamentales de esta adoración: 1). La necesidad de reformar la adoración; 2). La adoración puritana estaba arraigada en un concepto alto de Dios; 3). Los puritanos creían que la adoración a Dios debe ser con todo el ser redimido.
[1] William Hendriksen, Juan, Página 180
[2] William Hendriksen, Juan, Página 180
[3] Leland Ryken, Worldly Saints: The Puritans As They Really Were
Este artículo continuará…
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