Verdadera libertad en Cristo (parte 3)
Andrés Gutiérrez
“Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
¿Cómo obtuvo Cristo esta libertad para Su pueblo?
La libertad de los cristianos se ha obtenido, como todas las demás libertades, a un altísimo precio y mediante un poderoso sacrificio. La esclavitud en que ellos se encontraban por naturaleza era grande, y grande tuvo que ser el precio que se pagó para liberarlos: el enemigo que los retenía cautivos era poderoso, y se necesitó de un gran poder para soltarlos de sus manos. Pero bendito sea Dios que, en Jesucristo, estaban disponibles una gracia y un poder suficientes, y Él suplió hasta lo sumo todo lo que se requería para liberar a los suyos. El precio que Cristo pagó por su pueblo fue nada menos que su propia sangre, convirtiéndose en su Substituto y sufriendo por sus pecados en la cruz: redimiendolos así de la maldición de la ley, hecho por ellos maldición (Gálatas 3:13). Pagó toda la deuda que ellos tenían en su propia persona, permitiendo que el castigo de su paz recayera sobre Él (Isaías 53:5). Satisfizo toda posible demanda que la ley tenía contra ellos, cumpliendo hasta lo sumo la justicia de la misma, y los exoneró de toda imputación de pecado haciéndose pecado por ellos (2 Corintios 5:21). Peleó la batalla de ellos contra el diablo, y triunfó sobre este en la cruz (Colosenses 2:13-15). En resumen: Cristo, habiéndose entregado por nosotros, ha comprado nuestro pleno derecho de redención. Nada puede tocar a quienes Él da la libertad: las deudas de ellos han sido pagadas, y pagadas mil veces más; sus pecados se han expiado con una expiación plena, perfecta y suficiente. La muerte del Sustituto divino satisface por completo la justicia de Dios, y proporciona al hombre plena redención.
Aferremonos firmemente a la poderosa verdad de que, en la cruz, Cristo ocupó el lugar de su pueblo, murió por su pueblo, sufrió por su pueblo, fue tenido por maldición y pecado a causa de su pueblo, llegó a ser fiador y representante de su pueblo, y de esta forma obtuvo libertad para ellos. Comprendamos esto con claridad, y entonces veremos el enorme privilegio que supone ser libertados por Cristo.
Esta es la libertad que vale la pena poseer por encima de todas las demás. Jamás podremos estimarla demasiado, ni correremos el riesgo de sobrevalorarla. Todas las demás libertades son, en el mejor de los casos, insatisfactorias, y una pobre posesión incierta en todo momento. Solo la libertad de Cristo no puede ser jamás quitada ni destruida. Está garantizada por un pacto ordenado en todas las cosas y seguro, que tiene sus fundamentos en los consejos eternos de Dios y ningún enemigo externo puede desbaratar; ya que dicho fundamento está asegurado por la sangre del Hijo de Dios mismo, y nunca puede echarse abajo.
¿Cómo llega a ser nuestra ésta libertad?
No nacemos siendo libertos en Cristo. Los habitantes de muchas ciudades disfrutan de privilegios en virtud de haber nacido en ellas. Pero no sucede lo mismo con los hijos de Adán en cuanto a las cosas espirituales: nacemos esclavos y siervos del pecado; somos por naturaleza “hijos de ira” (Efesios 2:3), y estamos privados de cualquier derecho al Cielo.
Tampoco se nos liberta por el bautismo. Algunos siguen siendo esclavos del pecado, que algún día pasaron por las aguas del bautismo.
Ni llegamos a ser libertos de Cristo por la mera pertenencia como miembros de una iglesia local.
No hay otra forma de llegar a ser libertos de Cristo que creyendo en Él. Es por la fe, por una fe sencilla en Él como Salvador, que las almas de los hombres son hechas libres: se trata de recibir a Cristo, confiar en Cristo, entregarnos a Cristo, descansar en Cristo en todo nuestro peso; es haciendo esto, y no siguiendo algún otro plan, como la libertad espiritual llega a ser nuestra. Tan grandes como son los privilegios de los libertos de Cristo, todos ellos llegan a ser propiedad del hombre desde el momento en que este cree. Quizá él no conozca aún su pleno valor, pero son suyos. El que cree en Cristo no es condenado, sino justificado, adoptado hijo de Dios, y tiene vida eterna.
Esta verdad es de una importancia inestimable: aferrémonos a ella firmemente y jamás la soltemos. Si desea la paz de su conciencia, si quiere tener descanso y consuelo interior, no se mueva ni un centímetro de esa creencia de que la fe es el gran secreto para ser partícipe de la redención de Cristo. Recuerde, las almas llegan a ser libres solamente creyendo en Cristo (Romanos 3:24-26; 4:5; 5:1).
No olvidemos nunca que este es el punto al que debemos volver nuestra mirada si queremos saber si tenemos parte en la redención de Cristo. No malgaste el tiempo haciendo conjeturas en cuanto a si ha sido elegido, convertido o si es un vaso de gracia. Nadie se planteó eso en la Biblia. Solo se ocuparon de creer en Cristo. Fije su pensamiento en esta pregunta: ¿Confío realmente en Cristo como pobre pecador que soy? ¿Me he encomendado a Él? ¿Creo?. No tema en hacer descansar su alma sobre promesas y textos claros de la Escritura. Si cree, es libre.
Aplicaciones
- ¿Es espiritualmente libre? Entonces regocíjese y dé gracias por su libertad. Que no le importe la burla y el desprecio de los hombres: no tiene ninguna razón para avergonzarse de su religión, ni de su Maestro. Aquel cuya ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3:20), que tiene a Dios por Padre, a Cristo como Hermano mayor y el Cielo por hogar, está bien provisto de Ningún cambio en las leyes puede aumentar su grandeza; no hay extensión de privilegios que sea capaz de elevarle más alto de lo que está a los ojos de Dios: “las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado” (Salmo 16:6). La gracia ahora, y la esperanza de gloria después, son privilegios más duraderos que el poder de gobernar esta nación.
- ¿Es libre? Entonces piense cada día de su vida en los millones de semejantes suyos que aún están atados de pies y manos en las tinieblas espirituales. Piense en los millones de Ateos, Musulmanes, Hinduistas y Católicos romanos que aún se hallan cautivos y nada saben de la libertad, la luz y la paz verdaderas; piense en los millones de personas de esta nación pagana, a quienes el diablo está continuamente llevando cautivos a la voluntad de él. Piense en todos ellos, y clame al Señor con gemidos y tristeza en su corazón. Miles de almas se van al infierno todos los días. Si los hijos de este mundo son celosos para promover la paz temporal, los hijos de Dios debemos serlo mucho más a favor de la libertad espiritual. Abandonemos el egoísmo y la indolencia, que son propios de los mundanos y no de los hijos de Dios. empleemos nuestras fuerzas y recursos para promover la libertad espiritual. Si hemos gustado las bendiciones de la libertad, no ahorremos esfuerzos para liberar a otros.
- ¿Es libre? Entonces espere con fe y paciencia las buenas cosas que están por llegar. Aún nos encontramos en el cuerpo; viajamos por el desierto de este mundo; no estamos en casa. Hemos derramado muchas lágrimas hasta ahora, y probablemente tendremos que derramar muchas más: aún llevamos dentro un pobre y débil corazón, y estamos expuestos a los ataques del diablo. Nuestra redención ciertamente ha comenzado, pero aún no está completa.
No obstante, cobremos ánimo: hay mejores días en el futuro. Nuestro gran Redentor y Libertador ha ido delante de nosotros a preparar un lugar para su pueblo, y cuando venga otra vez nuestra redención será completa. Algunos nacimientos y muertes, bodas y funerales, lágrimas y luchas, enfermedades y dolores, días de reposo y cultos, predicaciones y oraciones más, y el fin vendrá. Nuestro Señor volverá. Los santos que hayan muerto resucitarán, y los que estén vivos aún serán transformados. Entonces y solo entonces, seremos completamente libres. La libertad que ahora disfrutamos por la fe, se tornará en plena realidad.
- Tomemos, entonces, la resolución de esperar pacientemente y velar, esperar y orar, y vivamos como personas que tienen algo acumulado para ellos en el La noche está muy avanzada, y se acerca el día (Romanos 13:12). Nuestro Rey no está lejos; y nuestra redención está cercana.
Bienaventurados, ciertamente, los hombres y mujeres que saben que son libres.
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