Un examen a nuestra fe
Andrés Gutiérrez
“Poneos a prueba para ver si estáis en la fe; examinaos a vosotros mismos. ¿O no os reconocéis a vosotros mismos de que Jesucristo está en vosotros, a menos de que en verdad no paséis la prueba? (2 Corintios 13:5).
Este texto es una exhortación del apóstol Pablo a la iglesia de los Corintios, para que pudieran estar seguros de su fe. ¿crecían en la gracia? ¿avanzaban o estaban estancados? ¿Prosperaban o caían?
Esta exhortación es sabia y útil. Grabemosla y apliquemosla en nuestro corazón. Escudriñemos nuestros caminos (Lamentaciones 3:40) y descubramos cómo está la situación entre nosotros y Dios. Si alguna vez se ha hecho necesario efectuar una introspección personal acerca de la religión, es el día de hoy.
¿Por qué es necesario meditar en estas cosas?
Vivimos en una época de privilegios espirituales especiales.
Desde la creación del mundo jamás ha habido tantas oportunidades para que el alma del hombre se salve como hay hoy en nuestro mundo. En nuestro continente nunca ha habido tantas manifestaciones de religiosidad, ni se han predicado tantos sermones, ni se han celebrado tantos cultos, ni se han vendido tantas Biblias, ni se han impreso tanto libros y folletos, ni se han tenido tantos medios de comunicación, ni se han respaldado tantas labores misioneras para la evangelización de la humanidad, ni se ha mostrado tanta aceptación e interés al cristianismo como hoy. Hoy día se hacen cosas por todos lados que hace 200 años serían consideradas inalcanzables. Con razón se puede decir que vivimos en una época privilegiada para la proclamación del evangelio.
Sin embargo la pregunta es ¿Cómo están nuestras almas?
Vivimos en una época que se caracteriza por un peligro espiritual especial.
Es posible que, desde que el mundo es mundo, nunca haya habido una cantidad tan inmensa de personas que profesan la religión sólo externamente como sucede hoy día. Desgraciadamente, una enorme proporción de todas las congregaciones están formadas por inconversos que no saben nada de la religión del corazón, y que nunca confiesan a Cristo en la vida cotidiana. Millones corren tras distintos predicadores y se aglomeran para oír sermones y enseñanzas “espirituales”, pero en los hogares no hay ni pizca del verdadero cristianismo vital. La parábola del sembrador (Mateo 13: 3-9; 18-23) sigue recibiendo continuos ejemplos ilustrativos tremendamente claros y dolorosos. Los oyentes representados por la semilla que cayó al borde del camino, la que cayó en terreno pedregoso o la que cayó entre espinos abundan por todas partes. Me temo que la vida de muchas de las personas que se declaran cristianas en esta época no es más que una búsqueda continua de estimulantes espirituales. Tienen un constante apetito de emociones frescas; y parece que les importa poco de qué se tratan con tal de conseguirlas. Todas las predicaciones les parecen lo mismo; y son incapaces de ver diferencias mientras oigan palabras inteligentes que les halaguen el oído y mientras puedan sentarse en medio de una multitud. Casi sin darse cuenta, escogen una especie de cristianismo histérico, sensualista y sentimental, hasta el punto de que nunca están contentos con las “sendas antiguas” (Jeremías 6:16) y, como los Atenienses, siempre están buscando algo nuevo. Verdaderamente se está convirtiendo en una rareza ver a un creyente que no tenga un exceso de confianza en sí mismo, ni sea engreído, ni esté más dispuesto a enseñar que aprender, sino que se conforme con un constante esfuerzo diario por crecer a la semejanza de Cristo y por hacer su obra en casa con tranquilidad y sin ostentación.
Muchos están siendo llevados por vientos de doctrina mundana, mezclando cristianismo con humanismo, y lo que ocurre en la mayoría de los casos es que son “llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina” (Efesios 4:14), y acaban uniéndose a sectas o abrazando alguna herejía perversa, irrazonable y sin sentido. Sin duda que en tiempos cómo estos es necesario examinarnos a nosotros mismos. Cuando miramos a nuestro alrededor bien podemos preguntar: ¿cómo están nuestras almas?
A la hora de tratar esta cuestión, creo que el método más breve será sugerir una lista de temas para examinarnos a nosotros mismos y analizarlos por orden. Mi deseo es que usted y yo podamos meditar seriamente estas cosas. Mi propósito al traer estos temas para ser tratados es la preocupación por el alma de cada uno de ustedes y la mía; porque debemos asegurarnos que estamos en la fe.
Así que vamos a considerar algunas preguntas en la que debemos cuestionarnos para ver si estamos caminando hacia el Cielo.
- ¿Piensa alguna vez en su alma? Hemos de considerar diligentemente nuestra alma
Me temo que millones de personas no pueden contestar esta pregunta de forma satisfactoria. El asunto de la fe jamás ocupa un lugar en sus pensamientos. Desde que comienza el año hasta que termina, viven absorbidos en busca de negocios, de placer, de política, diversión o algún capricho del corazón. Nunca se detienen a examinar y analizar con calma la muerte, el Juicio, la eternidad, el Cielo, el Infierno y el mundo venidero. Van viviendo como si nunca fueran a morir, ni a resucitar, ni a presentarse ante el tribunal de Dios, ni a recibir una sentencia eterna. No se oponen a la fe abiertamente, porque no han reflexionado lo suficiente acerca de ella como para hacerlo; pero comen, beben, duermen, ganan dinero y lo gastan, como si la religión fuera una mera fantasía y no una realidad.
No es posible concebir un estilo de vida con menos sentido. Sencillamente jamás piensan en Dios, a menos que se asusten durante unos minutos por la enfermedad, la muerte de algún familiar, una tragedia nacional o un accidente. Mientras no ocurra nada de eso, ignoran la vida espiritual por completo y se aferran a sus caminos torcidos como si lo único que vale la pena es este mundo.
Es difícil imaginar una vida más indigna para una criatura inmortal que la que acabo de describir, porque reduce al hombre al nivel de las bestias. Pero esta es literal y verdaderamente la vida que lleva la mayoría de las personas en nuestra sociedad. Este es un cuadro horrible, angustioso y repulsivo; pero, por desgracia, es la cruda realidad en nuestros días: hombres que piensan en cualquier cosa que haya bajo el sol excepto en la única que es necesaria: el estado eterno de sus almas. Pero no hay entendimiento, como en Israel: “el buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento” (Isaías 1:3); estas cosas no les molestan. Si prosperan en el mundo, se enriquecen y tienen éxito en su estilo de vida, reciben alabanza y admiración de parte de sus contemporáneos. En nuestra sociedad nada se admira tanto como el “éxito”; pero nada de esto les dará vida para siempre. Tendrán que morir y presentarse ante el tribunal de Dios, y allí Él los juzgará. Amigo ¿cúal será su fin? ¿Pertenece usted al grupo que no piensa realmente y profundamente en el estado eterno del alma? Considere la enseñanza de la Parábola del Señor Jesucristo en Lucas 12:16-21 y tema por su alma.
- ¿Qué está haciendo por su alma? Hemos de actuar con diligencia por el bien de nuestra alma.
En nuestra ciudad hay multitudes que piensan de vez en cuando en la religión, pero desgraciadamente se quedan solo en el pensamiento. Después de un sermón conmovedor, o tras un funeral, o bajo la presión de la enfermedad, o el domingo, o cuando las cosas van mal para la familia, o cuando ven el testimonio de un creyente piadoso, entonces piensan mucho y hasta hablan un poco acerca de la religión, de manera superficial. Pero enseguida lo dejan, como si los actos de pensar y hablar bastaran para salvarlos. Siempre están aprendiendo, intentando, proponiendose, diciendo, deseando y contándonos que “saben” lo que está bien y que “esperan” que al final se encuentren entre los justos, pero nunca llegan a efectuar ninguna acción. Su cristianismo no les lleva a abandonar realmente el servicio al mundo y al pecado, ni a tomar la cruz de verdad y seguir a Cristo, ni hacer nada en absoluto. Su vida transcurre mientras desempeñan el papel del hijo de la parábola de nuestro Señor, a quien su padre dijo: “Hijo, ve, trabaja hoy en la viña… el respondió y dijo: “yo iré señor”; y no fue” (Mateo 21:28-31). Son cómo aquellos que describe Ezequiel; su predicación les resultó agradable, pero nunca practicaron lo que les predicó (Ezequiel 33:31-32). En días cómo los que estamos viviendo, cuando es tan común oír y pensar sin practicar, no es extraño que se insista desde este púlpito que todos tenemos la necesidad de examinarnos a nosotros mismos. Una vez más, pues, le pido a usted que tenga presente la pregunta: ¿Cómo está su alma?.
- ¿está tratando de satisfacer su conciencia con una religión meramente formal?
En este momento hay miles de personas que están navegando en el mar del formalismo. Cómo los fariseos antiguos, hacen énfasis en la parte externa de la fe, mientras descuidan su estado espiritual. Se preocupan de callar su conciencia con actos piadosos externos, mientras que la piedad del corazón es algo desconocido para ellos. Parecen muy celosos de la fe, pero cualquiera que los conozca de cerca puede ver que su corazón está puesto en las cosas de abajo y no en las de arriba (Colosenses 3:1-2); y que tratan de maquillar su falta de piedad interna por medio de una cantidad de formas externas. Pero esta religión formalista no les hace ningún bien. Por un tiempo esta falsedad puede traer quietud a la conciencia, pero tarde o temprano la realidad de sus almas los hundirá en desesperanza, hasta que vayan de doctrina en doctrina y terminan engañados por Satanás en cualquier corriente humanista. Cuando los cristianos de este tipo son tan numerosos, es urgente que insistamos en examinar el estado de nuestra alma. Si usted ama la vida y desea ver el bien eterno de Jehová no se contente con lo externo. Recuerde las palabras de nuestro Salvador acerca de los Judios formalistas de su tiempo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:8-9). Para llevar nuestras almas al cielo necesitamos dedicarnos al bien eterno de esta, trayendo la verdad al corazón primeramente y luego mostrando esa piedad en lo externo.
- ¿Ha recibido el perdón de sus pecados?
Pocas son las personas que se atreverían a negar que son pecadoras. Muchos dirán quizá que no son tan malos cómo otros, y que al final nadie es perfecto. Sin embargo, cuando la Biblia nos describe, dice que todos somos pecadores y que debemos confesarlo delante de Dios sin que nadie pueda excusarse (Romanos 3:19). Así que, al ser culpables, estamos condenados a la eternidad bajo la ira de Dios, a menos que seamos perdonados. Ahora bien, la gloria del evangelio es que nos conduce al Único que puede perdonarnos, es decir, a Cristo; quien ofrece perdón de forma plena, gratuita, perfecta, eterna y completa. Este perdón de los pecados ha sido comprado para nosotros por el eterno Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. Lo ha comprado para nosotros viniendo al mundo para ser nuestro Salvador, y viviendo, muriendo y resucitando de nuevo cómo nuestro sustituto, en nuestro favor. Lo ha comprado para nosotros a precio de su propia sangre preciosa, sufriendo la cruz en nuestro lugar y haciendo remisión de nuestros pecados. Pero este perdón grande, pleno y glorioso debe ser recibido por cada individuo por medio de su fe personal, apropiarse por fe y hacerlo suyo por fe; o, de lo contrario, por lo que a él se refiere, Cristo no será su Salvador. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). Solo hace falta fe; y la fe no es otra cosa que la confianza humilde y sincera del alma que desea ser salva. Jesús es capaz de salvar y está dispuesto a hacerlo; pero el hombre debe venir a Él y creer. Todos los que creen son justificados y perdonados en el acto; pero sin creer, no hay perdón.
Ahora bien, este es precisamente el punto donde multitud de personas tropiezan y corren el gran peligro de perderse para siempre. Saben que no hay perdón de pecados fuera de Cristo; pueden declarar que no hay salvación para los pecadores fuera del Hijo de Dios, pero allí se detienen y no siguen adelante. Jamás llegan a tomar el perdón por la fe en Cristo. Muchos pueden hablar de la doctrina de la salvación con gran conocimiento, pero nunca la han tomado para sí por la fe. No descansemos hasta haber tomado para nosotros la obra de gracia por la fe.
Hoy mi pregunta para usted es, ¿han sido perdonados sus pecados? ¿Ha tomado a Cristo y Su sacrificio para usted por la fe? ¿Se ha vuelto humildemente delante de Dios en arrepentimiento de sus pecados y ha clamado para que Cristo quite su culpa? Si usted puede responder sí, gloria a Dios; si su respuesta es no, entonces no deje que el tiempo pase más. Corra a Cristo y no descanse hasta haber sido perdonado.
Aplicaciones
- Amigo, Dios le ha dado un alma eterna que vale mucho más que cualquier tesoro de esta tierra. No hay algo un logro mayor que ser salvos. Hoy el Señor ha traído Su Palabra a usted y le llama a ocuparse de hallar en Cristo la salvación de su alma. No se demore en hacerlo, porque hoy es el día de salvación.
- Hermano, cuidémonos de los enemigos de nuestra alma que quieren llevarnos por caminos de muerte. Aunque el enemigo no podrá arrancarnos de las manos de Cristo, aun así trabaja todo el tiempo para arruinarnos y destruir nuestra fe. Aférrese por la fe a Cristo y con obediencia a Su palabra porque solo así podremos ser librados del mal. No pierda de vista que el privilegio concedido por el Señor al hacerle Su hijo es más grande que cualquier distinción que lleguemos a alcanzar en la vida terrenal.
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