Esforzaos por entrar por la puerta estrecha (parte 1)
Andrés Gutiérrez
“Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán” (Lucas 13:24).
En una ocasión hubo un hombre que hizo una pregunta muy profunda a nuestro Señor Jesús. Le dijo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Lucas 13:23).
No sabemos quién era este hombre. No se nos dice qué motivos tenía para formular esa pregunta. Quizá deseaba satisfacer su curiosidad ociosa; tal vez quería una excusa para no buscar la salvación. El Espíritu Santo nos ha ocultado todo esto: tanto el nombre como los motivos de la persona que hizo la pregunta están velados.
Pero hay una cosa que resulta muy clara, y es la vasta importancia que tienen las palabras que nuestro Señor pronunció a raíz de aquella pregunta. Jesus aprovechó la oportunidad para dirigir las mentes de todos los que estaban a su alrededor hacia su propio deber. Conocía la línea de pensamiento que la pregunta del hombre había despertado en sus corazones: veía lo que estaba ocurriendo dentro de ellos. “Esforzaos –clama Él- por entrar por la puerta angosta”. Ya sea que se salven pocos o muchos, tu camino está claro: esforzarte por entrar. Ahora es el tiempo propicio. Ahora es el día de salvación (2 Corintios 6:2). Vendrá el día cuando “muchos tratarán de entrar y no podrán”. “Esforzaos a entrar (ahora)”.
Deseo que todos los que estamos aquí escuchando atendamos seriamente a las solemnes lecciones que pretende enseñar este pasaje de la Escritura.
Estas palabras del Señor Jesús enseñan inequívocamente aquella poderosa verdad: nuestra propia responsabilidad personal con respecto a la salvación de nuestras almas. Muestra el inmenso peligro de posponer la gran cuestión de la religión, como hacen muchos tan alegremente. En cada uno de estos dos aspectos, el testimonio de nuestro Señor Jesucristo en el texto es claro. Él, que es el Dios eterno, y que habló palabras de perfecta sabiduría, dice a los hijos de los hombres: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos tratarán de entrar, y no podrán”.
Vamos a dividir este texto en tres puntos:
- En estas palabras encontramos una descripción del camino de salvación. Jesus lo llama “la puerta angosta”.
- Encontramos un mandato sencillo. Jesús dice: “esforzaos a entrar”.
- Encontramos una profecía terrible. Jesus dice: “Muchos tratarán de entrar y no podrán”
¡Que el Espíritu Santo aplique estas enseñanzas a los corazones de todos aquellos que oyen! Que todos podamos conocer el Camino de salvación por experiencia, obedecer el mandato del Señor en la práctica y ser hallados salvos en el gran día de su segunda venida!
- En estas palabras de Cristo encontramos una descripción del camino de salvación. Jesus lo llama “la puerta angosta”.
Hay una puerta que conduce al perdón, a la paz con Dios y al Cielo. Todo aquel que entre por esa puerta será salvo.
No cabe duda de que jamás ha habido una puerta más necesaria. El pecado es una inmensa montaña entre el hombre y Dios. ¿Cómo podrá escalarla ningún hombre? El pecado es una muralla muy alta entre el hombre y Dios. ¿Cómo podrá atravesarla algún hombre? El pecado es un profundo abismo entre el hombre y Dios. ¿Cómo podrá cruzarlo ningún hombre? Dios está en el Cielo, y es santo, puro, espiritual, inmaculado, luz sin tiniebla alguna (1 Juan 1:5), un Ser que no puede soportar lo malo, ni mirar la iniquidad. En cambio, el hombre es un pecador, corrompido, propenso al error, deficiente, un ser cuyo pensamiento es solamente el mal y cuyo corazón es más engañoso que todo, y sin remedio (Jeremías 17:9). ¿Cómo va a acercarse el hombre a Dios sin temor y vergüenza? ¡Bendito sea Dios, hay una forma! Hay una senda. Hay un camino. Hay una puerta. Es la puerta de la que nos hablan las palabras de Cristo: “La puerta angosta”.
- El Señor Jesucristo abrió esta puerta para los pecadores.
Desde toda la eternidad Él hizo pacto y se comprometió a formarla. En el cumplimiento del tiempo vino al mundo y la levantó por medio de su propia muerte expiatoria en la cruz (Gálatas 4:4-5) . Con esa muerte hizo satisfacción por el pecado del hombre, pagó la deuda que el ser humano tenía con Dios y llevó su castigo. Construyó una gran puerta a precio de su propio cuerpo y su propia sangre. Hizo una puerta a través de la cual el mayor de los pecadores pudiera entrar a la santa presencia de Dios sin temor (Hebreos 10:19-22). Abrió un camino por el cual el más vil de los hombres, solo con creer en Él, pudiera acercarse a Dios y tener paz. Nos dice. “Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo” (Juan 10:9). “Yo soy el camino…; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Por Él, dice Pablo, “tenemos libertad y acceso a Dios con confianza” (Efesios 3:12). Así se formó la puerta de la salvación.
- Esta puerta recibe el nombre de “la puerta estrecha”.
Siempre resulta estrecha, angosta y difícil de atravesar para algunas personas, y así seguirá siendo mientras el mundo permanezca. Es angosta para todos los que aman el pecado y no están decididos a abandonarlo. Es angosta para todos los que ponen su afecto en este mundo y buscan primero sus placeres y recompensas. Es angosta para todos aquellos a quienes no les gusta hacer sacrificios por sus almas (Filipenses 3:7-11). Es angosta para todos aquellos que aman la compañía y quieren estar en buenas relaciones con el mundo (Lucas 9:23-26; Santiago 4:4). Es angosta para todos los hipócritas, y para todos los que piensan que son buenas personas y que merecen ser salvos. Para todos estos, la gran puerta que Cristo hizo es angosta y estrecha. En vano tratan de atravesarla. La puerta no los admitirá. Dios no está dispuesto a recibirlos; sus pecados no son demasiados como para ser perdonados; pero ellos no están dispuestos a ser salvos a la manera de Dios. Desde los tiempos de Cristo, miles de personas han tratado de ensanchar la puerta; miles se han esforzado y han trabajado sin descanso para llegar al Cielo rebajando las exigencias. Pero la puerta permanece inalterable. No es elástica; no se estirará para adaptarse más a un hombre que a otro. Sigue siendo una puerta estrecha.
- A pesar de lo estrecha que es esta puerta, es la única a través de la cual los hombres pueden entrar en el Cielo.
No hay puertas laterales; no hay caminos secundarios; en el muro no hay agujeros o pasadizos. Todos los que quieran ser salvos lo serán solamente a través de Cristo y solamente por medio de una fe sencilla en Él. Nadie será salvo por sus propias obras. Las mejores obras que pueda hacer cualquier hombre son poco menos que pecados espléndidos. Nadie será salvo por su regularidad formal en el uso de los medios de gracia externos. Cuando lo hemos hecho todo, somos pobres “siervos inútiles” (Lucas 17:10). Es un fracaso buscar otro camino a la vida eterna. Los hombres pueden mirar a izquierda y derecha, y fatigarse con sus propios sistemas, pero nunca encontrarán otra puerta. Los orgullosos pueden empeñarse si quieren en que no les guste la puerta. Los libertinos pueden burlarse de ella y bromear acerca de aquellos que han entrado en la puerta angosta. Los perezosos pueden quejarse de que el camino es duro. Pero los hombres no hallarán otra salvación aparte de la que es por la fe en la sangre y la justicia de un redentor crucificado (1 Timoteo 2:5). Entre nosotros y el Cielo se alza una gran puerta: puede que sea estrecha, pero es la única que hay. Debemos bien entrar en el Cielo por la puerta estrecha, o bien no entrar en absoluto.
- A pesar de lo estrecha que es esta puerta, siempre está lista para abrirse.
Ninguna clase de pecadores tiene prohibido acercarse: todo aquel que quiera puede entrar y ser salvo. No hay más que una condición de admisión: que reconozca realmente sus pecados y desee que Cristo le salve a su propia manera. ¿Es verdaderamente consciente de su propia culpa y vileza? ¿Tiene un verdadero “corazón contrito y humillado” (Salmo 51:17)? Entonces mire la puerta de salvación y entre por ella. El que la hizo declara: “Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera” (Juan 6:37). La cuestión a tener en cuenta no es si es un pecador grande o pequeño, ni si es un escogido de Dios o no, ni si está convertido o no. la cuestión sencilla es esta: ¿reconoce sus pecados? ¿Se siente trabajado y cargado (Mateo 11:28)? ¿Está dispuesto a depositar su alma en manos de Cristo? Entonces, si ese es su caso, la puerta se abre en el acto. Entre hoy mismo.
- A pesar de lo estrecha que es esta puerta, miles de personas han entrado por ella y han sido salvadas.
Jamás ha habido ningún pecador que se haya vuelto atrás diciendo que era demasiado malo como para que se le admitiera, si es que realmente venía arrepentido de sus pecados. Miles de hombres de todas las clases han sido recibidos, limpiados, lavados, perdonados, vestidos y hechos herederos de la vida eterna. Algunos parecían muy malos cómo para ser admitidos. Pero aquel que construyó la puerta no los rechazó. Tan pronto cómo llamaron, Él mandó que se les dejara entrar.
Manasés, rey de Judá, acudió a esta puerta (2 Crónicas 33). Fue un rey malo e infiel. Despreció el ejemplo y el consejo de su buen padre Ezequías. Se postró ante los ídolos. Inundó a Jerusalén de sangre y crueldad. Echó a sus hijos al fuego como sacrificio para sus ídolos. Pero en cuanto se humilló ante el Señor y corrió a la puerta pidiendo perdón, esta se abrió de par en par, y fue salvo.
Saulo el fariseo acudió a esta puerta. Había sido un gran transgresor. Había blasfemado de Cristo y perseguido a su pueblo. Había trabajado duramente para detener el progreso del evangelio. Pero, tan pronto como su corazón fue transformado, y descubrió su propia culpa y corrió a la puerta pidiendo perdón, esta se abrió de par en par y fue salvo.
Muchos de los judios que crucificaron a nuestro Señor acudieron a esta puerta. Es cierto que habían sido grandes pecadores. Habían rechazado y desechado al Mesías. Le entregaron a Pilato, rogándole que lo matara. Habían deseado que se liberara a Barrabas y que se crucificara al Hijo de Dios. Pero el día en que, por la predicación de Pedro, se compungieron de corazón (Hechos 2:37), corrieron a la puerta pidiendo perdón; y esta se abrió en el acto, y fueron salvos.
Esta es la puerta por donde quiero que entren todos aquellos que hoy oyen esta predicación. No se trata de asistir a la iglesia, sino que vaya con todo el corazón y con toda el alma a la puerta de la vida eterna.
Aplicaciones prácticas
- Piense en el privilegio que tiene usted al conocer esta puerta. Los ángeles que no conservaron su estado inicial cayeron para no levantarse más. Para ellos no hubo ninguna puerta de escape que se les abriese. La puerta se le ha presentado claramente: a usted se le ofrece a Cristo juntamente con una salvación plena, “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1). Considere que gran misericordia supone esto. Guárdese de no despreciar la puerta y perecer en la incredulidad. Vale mil veces más que no la conozca que conocerla y, con todo, quedarse fuera.
- Si usted ha entrado por esta puerta, piensa cuán agradecido debe estar todos los días. Ser una persona perdonada y justificada, estar preparado para enfrentarse a la enfermedad, a la muerte, al Juicio y a la eternidad, tener provisión eterna en ambos mundos; sin duda, esto es motivo bastante para una alabanza diaria. Los verdaderos cristianos deberíamos estar más llenos de acciones de gracia de lo que lo estamos. Es una asombrosa muestra de misericordia que exista una puerta de salvación; pero aún es mayor gracia el hecho de que se nos enseñe a entrar por ella para ser salvos.
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