Confianza en Dios
Eugenio Piñero
A pesar de que Habacuc es un libro breve, trata asuntos muy profundos. En el capítulo 1, el profeta Habacuc revela su inquietud acerca del pecado de Israel. Su alma está inquieta por la aparente inactividad de Dios ante la corrupción de Judá. El pecado se practicaba abierta y ostentosamente. La maldad había continuado por mucho tiempo y era más obvia a medida que pasaban los días.
Ante tal situación, Habacuc ora a Dios y le pregunta “¿Hasta cuándo, oh Señor, pediré ayuda, y no escucharás, clamaré a ti: ¡Violencia! y no salvarás?” (Habacuc 1:2). ¿Por qué permites ver crueldad, injusticia, crímenes, violencia y destrucción? ¿No ves que no respetan la ley y el derecho no sale vencedor? Los malvados hacen daño al inocente; la idolatría e inmoralidad florecen. ¿Por qué no castigas de un modo definitivo a los malvados? ¿Cómo puedes soportar los pecados de ellos si a mí se me hacen intolerables? El profeta se siente perplejo y sorprendido ante el procedimiento divino.
Como otro dijo: “Los caminos de Dios no solo se presentaban misteriosos e inescrutables, sino extraños y sorprendentes. La justicia y la crueldad dominaban la vida pública y privada de Judá. Tal situación preocupaba al profeta. Le indignaba y esperaba que Dios interviniera para ponerle fin” (J. Grau).
Dios no respondió inmediatamente a la inquietud y la oración del profeta, pero cuando lo hizo, Su respuesta creó mayor perplejidad o confusión. Dios le dijo al profeta que Él castigaría la maldad de Judá, pero esto no fue lo que dejó al profeta perplejo. Lo que más le sorprendió y confundió fue el instrumento que Dios usaría para castigar a Judá. “¡Él usaría a los caldeos! Los agentes que infligirían el castigo que merecen los moradores de Judá son peores que ellos”. Lejos de apaciguar los ánimos de Habacuc, la respuesta divina dejó al profeta más perplejo. “¿Cómo puede un Dios santo servirse de los caldeos como instrumentos de juicio para castigar a una nación más justa? Los agentes del castigo son peores que los moradores de Judá”.
Sobre esta perplejidad alguien escribió: “La perplejidad de Habacuc es la perplejidad de la fe. Habacuc no dirige sus preguntas contra Dios. Lo que hace es exponer sus inquietudes ante Él. La diferencia es muy importante. Establece la frontera entre la incredulidad y la verdadera fe”.
Esta diferencia revela nuestra auténtica situación ante Dios, como muestran las actitudes comparadas de Zacarías y María, madre de Jesús. Zacarías no creyó en las palabras del ángel. Su duda iba dirigida contra Dios y contra Su Palabra. Al contrario, María pregunta, “¿Cómo será esto? Pues no conozco varón”. (Creo en Tu Palabra, pero ¿cómo esto se realizará, ya que no conozco varón?) Su pregunta es razonable; aborda el método mediante el cual ella concebirá. Le plugo a Dios responder la pregunta que María hizo. “Y bienaventurada la que creyó que tendrá cumplimiento lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lucas 1:45). Zacarías dudó, pero María creyó en la Palabra de Dios.
Habacuc pregunta, “¿…Cómo es posible que Dios, el Santo, que tiene ojos demasiados puros para ver el mal escoja a los caldeos, cien veces peores que los peores judíos, para castigar a Su pueblo?” Las inquietudes, perplejidades o dudas de Habacuc no son señales de incredulidad, más bien representan aquellas interrogantes que surgen cuando uno no entiende los caminos de Dios.
Las preguntas de Habacuc más bien tienen que ver con la teodicea o la justificación de Dios. La teodicea busca justificar los caminos de Dios, demostrando que Él es santo, justo y digno de alabanza a pesar de que las apariencias sean contrarias.
Packer amplía este tema. Él dice, “La teodicea pregunta: ¿cómo podemos creer que Dios es tanto bueno como soberano frente al mal que existe en el mundo: gente mala, hechos malos que desafían a Dios y perjudican a las personas?” ¿Cómo podemos resolver en nuestras mentes aquellas cosas misteriosas que no entendemos, pero que no podemos negar?
El camino más seguro en estos asuntos misteriosos, que dejan perpleja la inteligencia humana, como la realidad del mal, es que Dios no necesita ninguna justificación. Es decir, Él no necesita explicar Sus acciones, caminos o métodos ni justificarlos, porque Él es justo, fiel y soberano. Todo lo que Él hace es consecuente con lo que Él es. Por tanto, no tiene que darnos cuenta de lo hace. Ni tiene que dar explicación de Sus acciones o procedimientos. Ni necesita que el hombre trate de justificar o explicar Sus caminos. “Al contrario, ¿quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios? ¿Dirá acaso el objeto modelado al que lo modela: Por qué me hiciste así?” (Romanos 9:20). “Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a Su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener Su mano, ni decirle: «¿Qué has hecho?»” (Daniel 4:35).
Dios reveló que iba a castigar a Judá por medio de una nación más injusta que ella, y no dio explicación ni justificación al profeta. Aunque ambas naciones serían juzgadas por su maldad, Dios no explica por qué Él usaría a una nación más culpable que Judá para castigarlos. Esto no significa que Dios sería indiferente a la maldad de Babilonia. Él también juzgará a esta nación a su debido tiempo. Dios le dijo al profeta que Él iba a castigar al orgulloso y al arrogante. Ningún hombre pecador impenitente escaparía de Su juicio, pero Él no justifica sus acciones ni procedimientos. La responsabilidad del profeta no consistía en tratar de justificar a Dios y comprender sus caminos inescrutables, sino vivir por la fe. “He aquí el orgulloso: en él, su alma no es recta, mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4).
«Habacuc, tú deber es vivir por la fe. Confía en Mí, aunque no puedas entender Mis acciones, procedimientos o caminos». La vida cristiana es una vida de fe desde el principio hasta el fin. Dios nos llama a confiar en Él aunque no entendamos, ni podamos explicar Sus procedimientos o lo que Él hace en nuestras vidas.
Una cosa sí sabemos y es que todo obrará para nuestro bien. Todo lo que sucede en nuestra vida cumplirá el propósito por el cual Dios nos predestinó a la salvación. Nuestro deber es confiar en Su sabiduría, Palabra y poder mientras obedecemos Sus mandamientos y cumplimos nuestros deberes revelados en Su Palabra.
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