Cómo enfrentar la ansiedad
Andrés Gutiérrez
Mateo 6: 25-34, “Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas? ¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de estos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os preocupéis, diciendo: «¿Qué comeremos?» o «¿qué beberemos?» o «¿con qué nos vestiremos?». Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas estas cosas. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas”.
El Señor conoce el corazón del hombre; sabe que estamos siempre listos para bajar la guardia ante la mundanalidad, y con facilidad argumentamos que no podemos evitar estar ansiosos por las cosas de este mundo. “¿Acaso no tenemos familia que cuidar? ¿acaso no debemos suplir para nuestras necesidades físicas? ¿Cómo vamos a poder vivir pensando en primer lugar en nuestras almas?” El Señor previó tales pensamientos, y proporcionó una respuesta.
Puede considerarse que Cristo se encuentra con otra objeción contra lo que él había insistido. Había prohibido la acumulación de tesoros en la tierra y había advertido contra la adoración de las riquezas. A esto muchos podrían responder: no hay peligro de que hagamos eso: tan poco de este mundo nos llega, que apenas podemos conseguir para las necesidades básicas de la vida. Aun así, dice Cristo, usted también está en grave peligro: el miedo a la pobreza y la preocupación por el futuro realmente atrapan a las almas de los pobres como el amor a la riqueza hace a los ricos. Desconfianza y distracción por las necesidades temporales son una señal segura de que el corazón está fijo en las cosas terrenales.
- Un mandamiento: no estéis ansiosos
El Señor prohíbe estar ansiosos por las cosas del mundo. En cuatro ocasiones dice: “No os afanéis” (v. 25, 28, 31, 34). Por la vida, por la comida, por el vestido y por el día de mañana, “no debemos afanarnos”. No debemos prestarle una atención excesiva; no debemos tener una preocupación excesiva. La palabra que se traduce aquí “preocupeis” en su original es: “merimnaó” que significa “preocuparse ansiosamente; congoja, ansiedad, un afán que causa distracción, o una mente dividida”, por lo tanto aquella ansiedad es pecaminosa ya que tal preocupación distrae a tal punto que se termina entregado al servicio de tales afanes; quebrantando así el mandamiento de amar al Señor con todo el ser.
Sin embargo, ni este pasaje ni ningún otro en la escritura promueve de ninguna manera la pereza, la negligencia o la ociosidad. Por el contrario, la Biblia establece desde los primeros capítulos de Génesis que Dios creó al hombre con el propósito de trabajar con diligencia, y eso fue así aun antes de la caída (Génesis 1:28; 2:19). Y luego, repetidamente en proverbios y aun en el nuevo testamento (Efesios 4:28; 1 Tes 4:11; 1 Timoteo 5:8).
Por lo tanto no es el trabajo diligente, honesto y esforzado lo que el Señor prohíbe aquí, sino la preocupación ansiosa, fruto de la incredulidad, y del amor a las cosas temporales de esta vida.
- Algunos argumentos dados por el Señor en este pasaje, contra la ansiedad por las cosas temporales.
a) Si Dios nos ha dado la vida, también nos proveerá los medios para sustentarla (v.25). El Señor nos conduce a pensar primeramente en la creación de todas las cosas y especialmente en nuestra propia existencia. Es Dios quien nos ha dado la vida (el principio de nuestra existencia) y el cuerpo. Desde la misma concepción, gestación en el vientre de nuestra madre, nacimiento, siendo un bebé pequeño y frágil y a través de todo el desarrollo de nuestra vida, quien nos ha traído hasta aquí el día de hoy, es Dios (Salmo 139:13-16). tal vez usted pueda argumentar diciendo que fue la labor cuidado de su madre, o la provisión fiel de su padre y que ahora usted con muy buen juicio se ha cuidado para sustentar su vida; y tales cosas son ciertas, pero no son la única verdad, y ni siquiera la realidad determinante de su vida, sino que le plació a Dios bendecir todos aquellos medios para su bien. Por lo tanto, mi amado hermano, cuando la ansiedad esté ganando terreno en su corazón, medite en este argumento que el Señor Jesucristo le da aquí, que si el Señor le ha dado la vida, también le dará todo lo necesario para su sustento (Salmo 136:25; 145:15-15; Mateo 5:45).
b) El cuidado providencial de Dios con Su creación (v. 26, 28-30). El apóstol Pablo dice que: “El eterno poder y la divinidad de Dios se hacen claramente visibles a través de la creación” (Romanos 1: 20); y justamente en este pasaje, El Señor señala las aves del cielo y las flores del campo, como un testimonio incuestionable del cuidado providencial de Dios con toda su creación. Las aves “no hacen planes para el futuro, no siembran, ni siegan, ni almacenan para más adelante”; viven literalmente día a día de lo que encuentran, utilizando el instinto que Dios les ha dado; sin embargo, es Dios quien provee para cada uno su alimento (Salmo 104 y 145).
También nos manda que nos fijemos en las flores del campo. Año tras año ataviadas con los más alegres colores, “no trabajan ni hilan” para hacerse sus vestidos, pero el Señor por su fidelidad las sustenta y provee para ellas vistiendolas de hermosura.
Ese mismo Dios es el Padre de todos los creyentes: “¿por qué habría de dudar que Él sea capaz de darle vestido, si viste las flores que en la mañana florecen y en la tarde ya no están? “¿Acaso no valéis más que muchos pajarillos?” (Mateo 10:31).
c) La ansiedad es inútil (v.27) Nuestra vida ciertamente está en manos de Dios; toda la preocupación del mundo no hará que vivamos ni un minuto más del tiempo que Dios ha fijado para nosotros: “Señor, hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy. He aquí, Tú has hecho mis días breves, y mi existencia es como nada delante de tí…;” (Salmo 39:4-5). No podremos añadir una hora a nuestra vida; no moriremos hasta que hayamos cumplido nuestra labor, o como dijera un siervo de Dios (Charles Spurgeon): “Soy inmortal hasta que haya terminado mi trabajo. Hasta que el Señor lo mande, ningún sepulcro podrá encerrarme”.
Por lo tanto, estar ansioso por el futuro es insensato, porque no podremos cambiar los designios de Dios, y nos mantendrán tan distraídos con las fantasías de lo que pudiera pasar, que estorbará el cumplimiento de nuestras responsabilidades presentes.
d) La preocupación ansiosa por la vida, está ligada a la mundanalidad (v.32). Una característica fundamental de la mundanalidad es vivir para el presente. Cuando una persona está siendo guiada por los valores e intereses del mundo, su mente, vida, corazón, deseo y voluntad se centran en este presente siglo malo. Solo nos basta ver a nuestro alrededor para comprobar que aquellos que solo viven para este mundo presente, los caracteriza el afán y la ansiedad. No en vano se dice que el estrés y la ansiedad son los grandes males de la humanidad hoy. Y no debe extrañarnos que sea así, porque aquellos que no tienen la esperanza de la vida eterna, que el peso de la enemistad contra Dios los aplasta y ven cómo su vida se les escapa de las manos, tratan inútilmente de asegurarse una inmortalidad aquí y ahora. Y cuando tales propósitos se derrumban, su vida está en completo desasosiego, porque aquello que era su esperanza, se esfuma.
Pero no es ese el caso del creyente. Aquel a quien Cristo ha salvado del pecado, hoy puede y debe reposar en la ciertisima promesa que cuando haya pasado su vida aquí, entonces la gloria eterna junto a su redentor, será manifestada en plenitud (1 Pedro 1: 3-9).
- Remedios para la ansiedad por la vida.
a) La certeza del cuidado paternal de Dios (32b). El Señor dice que aunque la gente sin Cristo esté ansiosa buscando con desespero todas estas cosas; nosotros debemos reposar en la certidumbre del cuidado paternal de Dios. Cuidadosamente el Señor vuelve a recordarnos la relación que tenemos con Dios: la de Padre e hijos. Dice que “vuestro Padre celestial” sabe que necesitáis todas estas cosas. Con gran ternura se nos recuerda que no solo estamos esperando que Dios como creador y sustentador de todo lo creado nos envíe su bendición, sino que bajo una relación filial eterna, esperamos en Aquel que por medio de la sangre de Cristo, nos ha adoptado como sus hijos; y dice el apóstol Pablo que si “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
Pues he aquí la fuente de nuestra paz, y el remedio para la ansiedad; no descansamos en nuestras justicias, o en la perfección de nuestros sacrificios religiosos, sino en la certeza que nuestro Padre, sabe lo que necesitamos, y con amor y generosidad, nos proveerá aquello que sea mejor para cada uno de sus hijos.
b) Una promesa de gracia divina: “buscad primero el reino de Dios… y todas estas cosas os serán añadidas (v.33). Nos asegura que si buscamos primera su Reino, todo lo que realmente necesitamos en este mundo nos será dado: será añadido: tales cosas pasarán a ocupar el lugar que realmente les corresponde; el Reino y la gloria de Dios ocupará el lugar de preeminencia que deben tener y Dios con misericordia y bondad paternal, sostendrá a sus hijos: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28) “nada bueno niega a los que andan en integridad” (Salmo 84:11). Jamás el Señor desampara a los fieles (Salmo 31:23; 101:6).
Tales misericordias del Señor han sido desde el principio y por la eternidad: “Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan” (Salmo 37:25).
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