Los pecados secretos estorban la oración secreta I
Thomas Brooks
No hay mayor estorbo para la oración secreta en todo el mundo que los pecados secretos. Por lo tanto, estén alerta y ármense con todas sus fuerzas contra ellos. Hay una antipatía1 entre pecar en secreto y orar en secreto, en parte por la culpa, que hace que el alma rehúya ponerse bajo el ojo secreto de Dios; y en parte por esos temores, dudas, disputas y desórdenes que los pecados secretos suscitan en el corazón. No es más opuesta la luz a las tinieblas, Cristo a Belial o el cielo al infierno, que la oración secreta a los pecados secretos. Por lo tanto, hagas lo que hagas, procura mantenerte libre de los pecados secretos. Para ello, considera…
[1] Primero, que Dios está al tanto de nuestros pecados más secretos. Su ojo está tan atento a los pecados secretos como a los pecados manifiestos: “Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro” (Sal. 90:8). Dios tiene un ojo sobre nuestras maldades más íntimas; Él ve todo lo que se hace en la oscuridad: “¿Se ocultará alguno, dice Jehová,en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jer. 23:24). “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3). Decir que Dios no ve los pecados más secretos de los hijos de los hombres, no sólo es despectivo2 para su omnisciencia, sino también para su misericordia; pues ¿cómo puede Dios perdonar los pecados que no ve como pecados? No hay nube, cortina, ni momento de oscuridad que pueda interponerse entre los ojos de Dios y los caminos de los hombres: “Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas” (Pr. 5:21). En esta Escritura, Salomón habla, principalmente, de los caminos del adúltero, que suelen tramarse con el más astuto secreto. Sin embargo, Dios ve todos esos caminos. Mira, así como ninguna audacia puede eximir al adúltero de la justicia de Dios, ningún secreto puede ocultarlo del ojo de Dios. Aunque los hombres se esfuercen por ocultar sus caminos de los demás y de sí mismos, en vano se esfuerzan por ocultarlos a Dios. Los hombres que se esfuerzan por ocultar a Dios de sí mismos, nunca podrán ocultarse ellos mismos de Dios. He leído que Pafnucio3 dirigió a la conversión de la inmundicia a Thais y Ephron, dos famosas cortesanas, con este único argumento: “Dios ve todas las cosas en la oscuridad, cuando las puertas están cerradas, las ventanas cerradas y las cortinas corridas”…
Aquellos pecados que están más cerca y que acechan más secretamente en el corazón, son tan obvios y odiosos para Dios como aquellos que están más claramente escritos en la frente de un hombre. Dios… lo ve todo — los giros y las vueltas más secretas de nuestros corazones—. Nuestros pecados más secretos son vistos por Él, tan claramente, como cualquier cosa puede ser vista por nosotros al mediodía: “Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz” (Sal. 139:11-12). No son las nubes más espesas las que pueden impedir su observación, a cuyos ojos llenan el cielo y la tierra. ¿Qué es la cortina, la noche más oscura, la doble cerradura o la cámara secreta para Aquel que observa, claramente, todas las cosas en una perfecta desnudez? Dios tiene un ojo sobre las intenciones más íntimas del corazón y los movimientos más sutiles del espíritu… Ciertamente, no hay una criatura, ni un pensamiento, ni una cosa que no esté abierta al ojo de Dios que todo lo ve. El Señor conoce nuestros pecados secretos, tan exactamente, como nuestros pecados visibles: “Porque él conoce los secretos del corazón” (Sal. 44:21)…
Éste era un excelente dicho de Ambrosio4: “Si no puedes esconderte del sol, que es el ministro de luz de Dios, ¡cuán imposible será esconderte de Él, cuyos ojos son diez mil veces más brillantes que el sol!”. Aunque un pecador pueda engañar su conciencia, no podrá engañar el ojo de la omnisciencia de Dios. ¡Oh! que las pobres almas recuerden que, así como nunca están fuera del alcance de la mano de Dios, así nunca están fuera de la vista de su ojo. Dios es “todo ojos”: “Porque mis ojos están sobre todos sus caminos, los cuales no se me ocultaron, ni su maldad se esconde de la presencia de mis ojos” (Jer. 16:17). “Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos. No hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad” (Job 34:21-22). “Porque tus ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras” (Jer. 32:19). Ya sabéis lo que dijo Asuero, aquel gran monarca, acerca de Amán. Al entrar, lo encontró echado sobre el lecho de la reina, en el que ella estaba sentada: “¡Qué!”, dijo él, “¡Y todavía se atreve este a violar a la reina en mi presencia y en mi casa!” (Est. 7:8 NVI5). Había un énfasis asesino en las palabras en mi presencia —“¿Acaso violará a la reina en mi presencia? ¡Qué! ¿Se atreverá a cometer semejante vileza y yo me quedaré mirando?”—. ¡Oh, señores! Pecar a los ojos de Dios, hacer el mal bajo la mirada de Dios, es algo que Él considera como la mayor afrenta6 y la mayor indignidad que se le pueda hacer. “¡Qué!”, dice Él, “¿te embriagarás en mí presencia? ¿Jurarás y blasfemarás en mí presencia? ¿Serás libertino7 e impuro en mí presencia? ¿Serás injusto e impío ante mis ojos? ¿Profanarás mis días de reposo y contaminarás mis ordenanzas en mi cara? ¿Despreciarás y perseguirás a mis siervos en mi presencia?, etc.”.
Éste, entonces, es el agravante asesino8 de todo pecado: Se comete ante el rostro de Dios. Se comete en la presencia real del Rey de reyes. La sola consideración de la omnipresencia de Dios, debería armarnos, valientemente, contra el pecado y Satanás. La consideración de su ojo que todo lo ve, debería hacernos evitar todas las ocasiones de pecado y hacernos rehuir todas las apariencias de pecado… ¿Impedirá el ojo del juez que el malhechor saquee y hurte? ¿Impedirá el ojo del amo que el siervo esté ocioso y holgazanee? ¿Impedirá el ojo del padre que el hijo ande errante y vago9? ¿Guardará el ojo del marido a la mujer de extravagancias e indecencias10? ¿No te guardará el ojo estricto, puro y celoso de un Dios que todo lo ve, de pecar en la cámara secreta, cuando todas las cortinas están echadas, las puertas cerradas y todos los que están en la casa duermen o están fuera, excepto tú y tu Dalila?
¡Oh! ¡Qué espantoso ateísmo se encierra en el corazón de ese hombre, que teme más al ojo de su padre, de su pastor, de su hijo, de su siervo, que al ojo de la presencia del Dios eterno! ¡Oh!, que todos aquellos a quienes esto concierne, se dieran cuenta tan seriamente de ello como para juzgarse a sí mismos con severidad por ello, como para lamentarse amargamente por ello, como para esforzarse poderosamente en oración con Dios, tanto por el perdón de ello como por el poder contra ello.
El Apóstol se queja, tristemente, de algunos que, en su tiempo, se revolcaban en pecados secretos. “Porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (Ef. 5:12). Habla de los que vivían en fornicaciones e inmundicias secretas. Había muchos que se habían revestido de una apariencia de piedad, pero que, sin embargo, se permitían actuar en secreto con abominable maldad e inmundicia, como si no hubiera Dios para observarlos, ni conciencia para acusarlos, ni Día del Juicio ante el cual comparecer, ni justicia para condenarlos, ni infierno para atormentarlos. ¡Oh! Cuán infinitamente odiosos deben ser a los ojos de un Dios santo, quienes pueden cortejarle y halagarle en público y, sin embargo, son tan atrevidos como para provocarle en la cara en privado. ¡Son como esas mujerzuelas que fingen mucho afecto y respeto a sus esposos afuera y, sin embargo, en casa, actúan como rameras ante los ojos de sus esposos!
Los que cumplen sus deberes religiosos, sólo para encubrir y maquillar sus inmundicias secretas, sus maldades secretas; los que fingen pagar ,sus votos y, sin embargo, esperan por el crepúsculo (Pr. 7:13-15; Job 34:15); los que cometen maldades en un rincón y, sin embargo, se limpian la boca con la ramera y dicen: “¿Qué hemos hecho?”— al final, encontrarán que las habitaciones, las piedras del muro, las tablas del enmaderado, los asientos en que se sientan y los lechos en que se acuestan, atestiguarán contra todos sus libertinos devaneos11 y lascivos vagabundeos12 en secreto. “A los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hab. 2:11; He. 13:4). Él mismo los condenará. ¿Por qué? Porque tales pecadores lo hacen tan secreta y astutamente que, a menudo, nadie, sino Dios, puede descubrirlos.
Los magistrados suelen descuidar el castigo de tales pecadores cuando se da a conocer su maldad secreta. Por lo tanto, Dios mismo se sentará a juzgarlos. Aunque escapen a los ojos de los hombres, nunca escaparán al juicio de Dios. Las iniquidades del corazón no caen bajo ninguna sentencia humana. Por lo general, los fornicarios y adúlteros son extraordinariamente reservados, sigilosos y astutos para ocultar su abominable inmundicia. Por eso, se dice que la ramera es “astuta de corazón” (Pr. 7:10)…
1. Antipatía – Sentimiento de intenso desagrado.
2. Despectivo – Que tiene el efecto de rebajar el honor; menospreciar. Peyorativo.
3. Pafnucio de Tebas, o Pafnucio el Confesor (ca. 251-360 d.C.) – Obispo de una ciudad egipcia, combatió el arrianismo y se cree que fue miembro del Primer Concilio de Nicea en 325 d.C.
4. Ambrosio (ca. 339-397) – Obispo de Milán del siglo IV, teólogo trinitario, escritor de himnos.
5. NVI (Siglas de la Biblia Nueva Versión Internacional) – El autor escribió este artículo originalmente en inglés, usando la Versión King James (KJV). Por lo general, no usamos la NVI, pero ésta coincide aquí con el original y el inglés de la KJV.
6. Afrenta – Acto deliberadamente ofensivo.
7. Libertino – Sexualmente inmoral.
8. Agravante asesino – Circunstancia abrumadora que aumenta la culpa.
9. Errar y vagabundear – Desviarse del buen camino y vagar sin rumbo ni objetivo.
10. Extravagancias e indecencias – Despilfarro y actos ofensivos de inmodestia.
11. Devaneos – Escarceos, coqueteos, comportamiento destinado a despertar el interés sexual.
12. Lascivos vagabundeos – Conducta lujuriosa.
Tomado de La llave privada del cielo (The Privy Key of Heaven) en Las obras de Thomas Brooks (The Works of Thomas Brooks), Vol. 2, reimpreso por The Banner of Truth Trust, www.banneroftruth.org.
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