La insensatez, la miseria, la culpa y el peligro de los pecados ocultos
Charles H. Spurgeon
“¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Salmos 19:12).
Me dirijo a cierta clase de hombres que tienen pecados no desconocidos para sí mismos, pero secretos para sus semejantes. De vez en cuando, levantamos una hermosa piedra que yace sobre el verde césped de la Iglesia profesante, rodeada del verdor1 de la aparente bondad y para nuestro asombro, encontramos debajo de ella, toda clase de insectos inmundos y repugnantes reptiles. En nuestra repulsión ante tal hipocresía, nos vemos impulsados a exclamar: “Todos los hombres son mentirosos; ¡no hay ninguno en quien podamos depositar confianza alguna!”. No es justo decir esto de todos, pero realmente, los descubrimientos que se hacen de la falta de sinceridad de nuestros semejantes, son suficientes para hacernos despreciar a los de nuestra especie porque pueden llegar tan lejos en las apariencias y, sin embargo, tener tan poca sobriedad de corazón. A ustedes señores, que pecan secretamente y, sin embargo, hacen una profesión [de fe]: Rompen los pactos de Dios en la oscuridad y usan una máscara de bondad en la luz —a ustedes señores, que cierran las puertas y cometen maldades en secreto— a ustedes les hablaré en esta [ocasión]. Oh, que Dios también se complazca en hablarles y hacerles repetir esta oración: “Líbrame de los que me son ocultos”. Procuraré exhortar a todos los impostores presentes a que abandonen, renuncien, detesten, odien y aborrezcan todos sus pecados ocultos.
PRIMERO, ENTONCES, LA LOCURA DE LOS PECADOS OCULTOS. Impostor, eres justo a la vista —tu conducta es exteriormente recta, amable, liberal, generosa y cristiana—. Pero te permites algún pecado que el ojo del hombre aún no ha detectado. Tal vez sea la embriaguez privada. Denigras al borracho cuando se tambalea por la calle; pero tú mismo puedes permitirte el mismo hábito en privado. Puede ser alguna otra lujuria o vicio. No me corresponde a mí mencionarlo ahora. Pero, impostor, te decimos: “Eres un necio si piensas en albergar un pecado oculto y eres un necio por esta única razón: tu pecado no es un pecado oculto. Es conocido y un día será revelado —tal vez muy pronto—. Tu pecado no es oculto: el ojo de Dios lo ha visto. Has pecado ante su Rostro. Has cerrado la puerta, corrido las cortinas y mantenido afuera el ojo del sol. Pero el ojo de Dios traspasa las tinieblas: las paredes de ladrillo que te rodean son tan transparentes como el cristal para el ojo del Todopoderoso. Las tinieblas que te envolvían eran tan brillantes como un mediodía de verano para el ojo de Aquel que contempla todas las cosas. ¿No sabes, oh hombre, que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuentas” (He. 4:13)?
Así como el sacerdote introducía su cuchillo en las entrañas de su víctima, descubría el corazón y el hígado, y todo lo demás que había en su ,interior, así eres tú, oh hombre, visto por Dios, abierto por el Todopoderoso. No tienes cámara secreta donde puedas esconderte. No tienes sótano oscuro donde puedas ocultar tu alma. Cava profundo, ay, profundo como el infierno, pero no encontrarás tierra suficiente sobre el globo para cubrir tu pecado. Si amontonaras las montañas sobre su tumba, esas montañas contarían la historia de lo que fue enterrado en sus entrañas. Si arrojaras tu pecado al mar, mil olas balbuceantes revelarían el secreto. ¡No hay forma de esconderlo de Dios! Tu pecado está fotografiado en lo alto del cielo. El hecho, cuando fue cometido, fue fotografiado en el cielo y allí permanecerá. Un día, te verás revelado a los ojos de todos los hombres —un hipócrita, un impostor que pecó en un supuesto secreto, observado en todos tus actos por Jehová, Quien todo lo ve—. ¡Oh, qué tontos son los hombres que piensan que pueden hacer algo en secreto! Este mundo es como las colmenas de cristal donde, a veces, trabajan las abejas: las miramos desde arriba y vemos todas las operaciones de las pequeñas criaturas. Así, Dios mira desde arriba y ve que todos nuestros ojos son débiles: no podemos mirar a través de la oscuridad. Pero su ojo, como un orbe de fuego, penetra en las tinieblas, lee el pensamiento del hombre y ve sus actos cuando se cree más oculto. ¡Oh, éste es un pensamiento suficiente para refrenarnos de todo pecado, si se aplicara verdaderamente a nosotros: “Tú eres Dios que ve” (Gn. 16:13)!
¡Detente ladrón! Suelta lo que has tomado para ti. ¡Dios te ve! Ningún ojo de detección de la tierra te ha descubierto, pero los ojos de Dios te miran ahora, a través de las nubes. ¡Maldiciente! Apenas si ha oído tu maldición, alguno de los que te importan; pero Dios la ha oído. Entró en los oídos del Señor Dios de los ejércitos2. Y [tú] que llevas una vida inmunda y, sin embargo, eres un respetable comerciante que entre los hombres tiene un prestigio de justo y bueno: todos tus vicios son conocidos, están escritos en el libro de Dios. Él lleva un diario de todos tus actos. ¿Qué pensarás el Día cuando se reúna una multitud en la cual, esta inmensa muchedumbre, no sea más que una gota de agua? ¡Dios leerá en voz alta, la historia de tu vida secreta, y hombres y ángeles la oirán! Estoy seguro de que, a ninguno de nosotros, le gustaría que se leyeran todos nuestros secretos, especialmente, nuestros pensamientos secretos. Si yo escogiera de entre esta congregación al hombre más santo, lo trajera al frente y le dijera: “Ahora, señor, conozco todos sus pensamientos y estoy a punto de contárselos”, estoy seguro de que me ofrecería el mayor soborno que pudiera reunir, si me dignara en ocultar, al menos, algunos de ellos. “Habla”, me diría, “de mis actos; de ellos no me avergüenzo; pero no hables de mis pensamientos e imaginaciones —de ellos debo avergonzarme siempre delante de Dios—”. Entonces, pecador, ¿cuál será tu vergüenza cuando tus lujurias privadas, tus transgresiones íntimas, tus crímenes secretos sean proclamados3 desde el trono de Dios [y] publicados por su propia boca con una voz más fuerte que mil truenos, pregonados en los oídos de un mundo reunido [en asamblea]? ¿Cuál será entonces, tu terror y confusión, cuando todos los hechos que has cometido sean publicados a la luz del sol, a oídos de toda la humanidad? Oh, renuncia a la insensata esperanza de la herejía, pues tu pecado está hoy registrado y un día será anunciado en los muros del cielo.
SEGUIDAMENTE, NOTEMOS LA MISERIA DE LOS PECADOS OCULTOS. De todos los pecadores, el hombre que profesa4 la religión y, sin embargo, vive en la iniquidad, es el más miserable. Un hombre, francamente malvado, que toma un vaso en su mano y dice: “Soy un borracho. No me avergüenzo de ello”, será terriblemente miserable en los mundos venideros. Pero por breve que sea, tiene su hora de placer. Un hombre que maldice y blasfema y dice: “Esa es mi costumbre. Soy un profano” y hace profesión de ello, tiene, al menos, algo de paz en su alma. Pero el hombre que camina con el ministro de Dios, que está unido a la iglesia de Dios, que se presenta ante el pueblo de Dios y se une a él, y luego vive en pecado —¡qué miserable existencia debe tener!—. Vaya, tiene una existencia peor que la del ratón que está en la sala, que sale de vez en cuando para recoger las migajas y luego, regresa de nuevo a su madriguera. Tales hombres deben salir, de vez en cuando, a pecar. ¡Cuánto temen ser descubiertos! Un día, tal vez, sale a relucir su carácter y con maravillosa astucia, logran ocultarlo y disimularlo. Pero al día siguiente, aparece otra cosa y viven en constante temor, diciendo mentira tras mentira para que la última mentira parezca verdadera, añadiendo engaño tras engaño para no ser descubiertos…
Si debo ser un hombre malvado, dame la vida de un pecador empedernido5 que peca a la luz del día. Pero, si debo pecar, ¡no me dejes actuar como un hipócrita y un cobarde! Que no profese ser de Dios y gaste mi vida por el diablo. Esa manera de engañar al diablo es algo de lo que todo pecador honesto se avergonzará. Él dirá: “Ahora, si sirvo [al diablo], le serviré sin reservas. No tendré ninguna vergüenza al respecto. Si hago una profesión [de Cristo], la cumpliré. Pero si no lo hago —si vivo en pecado— no voy a disimularlo con cantinelas6 e hipocresía”. Una cosa que ha inmovilizado a la Iglesia y ha cortado en dos sus propios tendones, ha sido esta condenable hipocresía. ¡Oh, en cuántos lugares encontramos hombres a quienes se podría alabar hasta los cielos mismos, si se pudiera creer en sus palabras, pero a quienes se podría arrojar al pozo más profundo, si se pudieran ver sus acciones secretas! Dios perdone a cualquiera de ustedes que esté actuando así. Estuve a punto de decir: “Me cuesta perdonarte”. Puedo perdonar al hombre que se amotina abiertamente y no intenta ser mejor. Pero al hombre que adula, finge, ora y luego vive en pecado, a ese hombre, lo odio —no puedo soportarlo, lo aborrezco desde mi propia alma—. Si se apartara de sus caminos, lo amaría. Pero en su hipocresía, es para mí la más repugnante de todas las criaturas… ¡Una mera profesión, oyentes míos, no es sino una decorada pompa para ir al infierno! Es como las plumas de los coches fúnebres y los arreos7 de los caballos negros que arrastran a los hombres a sus tumbas, el atuendo funerario de las almas muertas. Cuídate, sobre todo, de una profesión de cera que no resistirá el sol. Cuídate de todo lo que necesita tener dos caras para llevarse a cabo: ser una cosa o la otra. ¡Si te decides a servir a Satanás, no pretendas servir a Dios! Si sirves a Dios, sírvele de todo corazón. “Ninguno puede servir a dos señores” (Mt. 6:24). No lo intentes; no te empeñes en hacerlo, pues ninguna vida será más miserable que esa. Sobre todo, guárdate de cometer actos que sea necesario ocultar…
Los pecados ocultos traen ojos febriles8 y noches de insomnio hasta cuando los hombres callan sus conciencias y llegan a estar, en verdad, maduros para la fosa. La hipocresía es un juego difícil de jugar: es un solo engañador contra muchos observadores; [ciertamente] es una actividad miserable que resultará, al final, como su clímax seguro, en una tremenda bancarrota. ¡Ay! vosotros que habéis pecado sin ser descubiertos, “sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Nm. 32:23) y ten cuidado porque puede alcanzaros en poco tiempo. El pecado como el asesinato, saldrá a la luz. Los hombres, incluso, cuentan historias sobre sí mismos en sus sueños. A veces, Dios ha hecho que a los hombres les remuerda tanto la conciencia que se han visto obligados a levantarse a confesar la verdad. ¡Pecador secreto! Si quieres el anticipo de la condenación en la tierra, ¡continúa en tu pecado oculto! Porque no hay hombre más miserable que aquel que peca en secreto y, sin embargo, trata de conservar su reputación. El ciervo, seguido por los sabuesos hambrientos con la boca abierta, es mucho más feliz que el hombre que es seguido por sus pecados. El pájaro que atrapado en la red del cazador se esfuerza por escapar, es mucho más feliz que el que ha tejido a su alrededor una red de engaño y se esfuerza por escapar de ella día tras día, haciendo más densas las dificultades y más fuerte la red. ¡Oh, la miseria de los pecados ocultos! Verdaderamente, uno puede orar: “Líbrame de los que me son ocultos”.
PERO AHORA… LA SOLEMNE CULPA DEL PECADO OCULTO. Ahora, Juan9, tú no crees que haya nada malo en algo, a menos que alguien lo vea, ¿verdad? Crees que es un pecado muy grande si tu jefe te descubre robando en la caja; pero no hay pecado si él no lo descubre —¡ninguno en absoluto!—. Y usted, señor, cree que es un pecado muy grave hacer un truco en el comercio10, [si] le descubren y le llevan ante el tribunal. Pero hacer un truco y no ser descubierto nunca —todo eso es justo—. “¡No diga ni una palabra al respecto, señor Spurgeon! Así son todos los negocios”. No debes tocar los negocios. Los trucos que no son descubiertos, es claro —que no debes encontrarles falta—. La medida común del pecado es su notoriedad. Pero yo no creo en eso. Un pecado es un pecado, tanto si se comete en privado como ante el mundo entero… No midas el pecado por lo que los demás digan de él. Mide el pecado por lo que Dios dice de él y [por] lo que tu propia conciencia dice de él…
Hermanos, os ruego que no incurráis en la temible culpa de los pecados ocultos. Ningún hombre puede pecar un poco en secreto: ciertamente, esto engendrará más pecado. Ningún hombre puede ser hipócrita y, sin embargo, ser moderado en la culpa. Irá de mal en peor y continuará hasta que su culpa se haga pública. Se descubrirá que es el peor y el más endurecido de los hombres. Cuidado con la culpa del pecado oculto… “¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jer. 23:24). Quisiera yo… poder hacer que cada hombre se mirara a sí mismo y descubriera su pecado oculto. Vamos, oyente mío, ¿cuál es? Sácalo a la luz del día. Tal vez, éste muera a la luz del sol. A estas cosas no les gusta ser descubiertas. Dile a tu propia conciencia, ahora mismo, cuál es. ¡Míralo a la cara! ¡Confiésalo ante Dios! Y quiera Él darte la gracia de quitar ese pecado y todos los demás. Vuélvete a Él con pleno propósito de corazón. Pero debes saber que tu culpa es culpa, [ya sea] descubierta o no descubierta. Si hay alguna diferencia, es peor porque ha sido secreto. Dios nos libre de la culpa del pecado oculto. “Líbrame de los que me son ocultos”.
Y OBSERVE, A CONTINUACIÓN, EL PELIGRO DEL PECADO OCULTO. Uno de los peligros es que un hombre no puede cometer un pequeño pecado en secreto sin que, de un momento a otro, se convierta en un pecado público. Usted no puede, señor —aunque crea que puede— conservar la moderación en el pecado. Si cometes un pecado, es como el derretimiento del glaciar11 inferior en los Alpes: los otros deben seguirle con el tiempo. Tan cierto como que hoy amontonas una piedra sobre el mojón12, al día siguiente arrojarás otra, hasta que el montón, levantado piedra a piedra, se convierta en una verdadera pirámide… El pecado no puede ser detenido con freno ni brida. “Pero voy a beber un poco de vez en cuando; sólo me embriagaré una vez a la semana, más o menos. Nadie lo verá; me meteré directamente en la cama”. Pronto estarás borracho en la calle. “Sólo voy a leer un libro lujurioso; lo pondré bajo la funda del sofá cuando entre alguien”. Usted lo tendrá en su biblioteca, señor. “Sólo frecuentaré esa compañía de vez en cuando”. Irás allí todos los días —tal es su carácter fascinante—. No puedes evitarlo. Es como pedirle al león que te deje meter la cabeza en su boca. No puedes regular sus fauces; tampoco puedes regular el pecado. Una vez que entras en él, no puedes saber cuándo serás destruido… Puedes esforzarte por ocultar tu vicio habitual, pero saldrá. No puedes evitarlo. Guardas a tu pequeño pecado como una mascota en casa, pero fíjate en esto: cuando la puerta esté entreabierta, el perro saldrá a la calle. Envuélvelo en tu pecho, pon sobre él, pliegue tras pliegue de hipocresía para mantenerlo en secreto y el infeliz ladrará algún día cuando estés en compañía…
Un hombre que se entrega al pecado en privado, poco a poco, se le endurece la frente como el bronce. La primera vez que pecó, las gotas de sudor se erizaron en su frente al recordar lo que había hecho. La segunda vez, no había sudor caliente en su frente, sólo una agitación del músculo. La tercera vez, había una mirada astuta y furtiva, pero sin agitación. La siguiente vez, pecó un poco más. Y poco a poco, se convirtió en el audaz blasfemo de su Dios, que exclamó: “¿Quién soy yo para temer a Jehová, y quién es Él para que yo le sirva?”. Los hombres van de mal en peor. Lanza tu barca a la corriente: debe ir adonde la corriente la lleve. Ponte en el torbellino: no eres más que una paja en el viento; debes ir hacia donde te lleve el viento, pues no puedes controlarte a ti mismo. El globo puede remontar, pero no puede dirigir su curso: debe ir hacia donde sople el viento. Si una vez te montas en pecado, no hay quien te pare. ¡Ten cuidado, si no quieres convertirte en el peor de los personajes! Ten cuidado con los pequeños pecados: ellos, amontonándose unos sobre otros, pueden, al final, tirarte desde la cumbre y destruir tu alma para siempre. Hay un gran peligro en los pecados ocultos.
Pero tengo aquí, algunos verdaderos cristianos que se entregan a pecados ocultos. Dicen que no es más que uno pequeño y por eso lo toleran. Queridos hermanos, les hablo a ustedes y me hablo a mí mismo cuando digo esto: Destruyamos todos nuestros pequeños pecados ocultos. Se les llama “pequeños” y si lo son, recordemos que son las zorras, aun las zorras pequeñas, las que echan a perder nuestras viñas (Cnt. 2:15). Porque nuestras viñas tienen brotes tiernos. Cuidémonos de nuestros pequeños pecados. Un pequeño pecado como una piedrecita en el zapato, hará que un viajero al cielo, camine muy fatigosamente. Los pequeños pecados como pequeños ladrones, pueden abrir la puerta a otros mayores. Cristianos, recordad que los pequeños pecados estropearán vuestra comunión con Cristo. Los pequeños pecados como pequeñas manchas en la seda, pueden dañar la fina textura del compañerismo. Los pequeños pecados como pequeñas irregularidades en la maquinaria, pueden echar a perder todo el tejido de su religión. Una mosca muerta echa a perder todo el ungüento. Un solo cardo puede sembrar un continente de malezas nocivas13. Hermanos, matemos nuestros pecados tan a menudo como podamos encontrarlos.
Alguien dijo: “El corazón está lleno de pájaros inmundos; es una jaula de ellos”. “Ah, pero”, dijo otro teólogo, “no debes hacer de eso una disculpa, pues el deber de un cristiano es retorcerles el pescuezo”. Y así es: si hay cosas malas [en el corazón], nuestro deber es matarlas. Los cristianos no debemos tolerar pecados ocultos. No debemos albergar traidores. Es alta traición contra el Rey del cielo. Saquémoslos a la luz y ofrezcámoslos sobre el altar, renunciando al más querido de nuestros pecados ocultos por voluntad y mandato de Dios. Hay un gran peligro en un pequeño pecado secreto. Por tanto, déjalo, no pases por él, apártate de él y pasa de largo (Pr. 4:15); y Dios te dé gracia para vencerlo.
_____
Usado con permiso de Chapel Library. Todos los derechos reservados. Tomado de un sermón predicado el Día del Señor por la mañana, el 8 de febrero de 1857, en el Music Hall, Royal Surrey Gardens.
1. Verdor – Verde vivo de la vegetación próspera.
2. Señor Dios de los ejércitos – En hebreo, Sebaot o Sabaot.
3. Proclamado – Anunciado en un diario o periódico oficial, por lo tanto, anunciado públicamente.
4. Profesar – Aceptar y seguir, voluntariamente, una religión, una doctrina o una creencia.
5. Pecador empedernido – Pecador reconocido por sus alborotos y borracheras, y que tiene un pecado tan arraigado que no lo puede ni quiere abandonar.
6. Cantinelas – Charlas engañosas sobre religión y moral; fariseísmo, fingimiento.
7. Arreos – Conjunto de correas que se ponen a las caballerías para montarlas.
8. Febril – Agitado, sin sosiego, inquieto, nervioso.
9. Juan – Un nombre usado para significar una persona ordinaria.
10. Hacer un truco en el comercio – Engañar, astutamente, en un negocio.
11. Glaciar – Gruesa masa de hielo y nieve originada en la superficie terrestre.
12. Mojón – Montículo de piedras toscas, levantado como monumento conmemorativo.
13. Malezas nocivas – Mala hierba dañina que crece en terrenos descuidados.