El Señor da sabiduría
George Lawson
Proverbios 2:1-7: “Hijo mío, si recibes mis palabras, y atesoras mis mandamientos dentro de ti, da oído a la sabiduría, inclina tu corazón al entendimiento; porque si clamas a la inteligencia, y alzas tu voz al entendimiento, si la buscas como a plata, y la procuras como a tesoros escondidos, entonces entenderás el temor del SEÑOR, y descubrirás el conocimiento de Dios. Porque el SEÑOR da sabiduría, de su boca vienen el conocimiento y la inteligencia. Él reserva la prosperidad para los rectos.”
No es suficiente que hagamos caso a los decretos de Dios y que leamos un capítulo o dos de la Biblia en nuestros hogares diariamente. Se nos exige que recibamos las palabras de sabiduría, que las guardemos en nuestros corazones, y que inclinemos nuestras almas a ellas.
Debemos recibir las palabras de nuestro Padre celestial con reverencia y amor, con fe y con una diligente atención. No existe don tan preciado como el conocimiento que Dios nos imparte en las Escrituras y, por tanto, debiéramos recibirlo con mucho interés, como el que el envidioso muestra en el oro y la plata, y como aquel que recibe dinero tiene cuidado de guardarlo donde luego pueda encontrarlo cuando lo necesite; de la misma forma nos conviene guardar en el centro de nuestro corazón las enseñanzas de la Sabiduría, recogiendo y atesorando el tesoro precioso hasta que la palabra de Cristo habite en abundancia en nosotros, con toda sabiduría. Cuando prestamos la debida atención a la Palabra de verdad, esta habitará en nuestras mentes disipando la ignorancia y el error, y comunicando a nuestra memoria esa luz necesaria para guiar toda nuestra conducta, proporcionándonos un suministro constante para la meditación espiritual y preparada para su uso en cada oportunidad.
La Palabra de verdad habitará en nuestras voluntades para guiar nuestras decisiones y gustos, y también habitará en nuestras emociones para dirigir su marcha y para frenar sus extravagancias e inflamar su fervor hacia objetos espirituales. Finalmente, habitará en nuestras conciencias para mantener vivas las impresiones de la ley divina y para guiarlas a la hora de enjuiciar el estado espiritual del alma.
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Este libro está disponible en Cristianismo Histórico.