El Verbo fue hecho carne I
J.C. Ryle
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).
La verdad principal que este versículo enseña es la realidad de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo o el haber sido hecho hombre. San Juan nos dice que “aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”. El claro significado de estas palabras es que nuestro divino Salvador tomó la naturaleza humana, a fin de salvar a pecadores. Realmente, se hizo hombre como nosotros en todas las cosas, con la única excepción de que no pecó. Como nosotros, nació de una mujer, aunque de una manera milagrosa. Como nosotros, creció de niño a joven y de joven a adulto, tanto en sabiduría como en estatura (Lc. 2:52).
Como nosotros, tuvo hambre, sed, comió, bebió, durmió, se cansaba, sentía dolor, lloró, se regocijaba y maravillaba, era movido a la ira y a la compasión. Cuando se hizo carne y asumió un cuerpo, oraba, leía las Escrituras, sufría al ser tentado y sometía su voluntad humana a la voluntad de Dios el Padre. Y, por último, en el mismo cuerpo sufrió y derramó su sangre, realmente murió, realmente fue sepultado, realmente resucitó y realmente ascendió al cielo. ¡Y sin embargo, durante todo ese tiempo, Él era Dios y también hombre!1
Esta unión de dos naturalezas en la persona única de Cristo es, sin duda, uno de los misterios más grandes de la religión cristiana. Hay que declararla con cuidado. Es, justo, una de esas grandes verdades que no son para encarar puramente por curiosidad, sino para ser creída con reverencia. En ninguna parte, quizás, encontraremos una declaración más sabia y de buen juicio que en el segundo artículo de la Iglesia de Inglaterra. “El Hijo, que es el Verbo del Padre, engendrado del Padre desde la eternidad, verdadero y eterno Dios, de una misma substancia con el Padre, tomó la naturaleza humana en el vientre de la bienaventurada Virgen, de su substancia: de modo que las dos naturalezas, divina y humana, entera y perfectamente, fueron unidas en una misma Persona para no ser separadas jamás, de lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre;…”2. Es ésta una declaración muy valiosa. Es “palabra sana e irreprochable” (Tit. 2:8)3
Pero, aunque no pretendemos explicar la unión de dos naturalezas en la persona de nuestro Señor Jesucristo, no vacilamos en abordar el tema con bien definida cautela, aunque afirmamos con extremo cuidado lo que sí creemos, no nos abstenemos en declarar con firmeza lo que no creemos. No debemos olvidar nunca que, aunque nuestro Señor era Dios y hombre a la vez, la naturaleza divina y la humana nunca se confundieron4. Una naturaleza no absorbió la otra. Las dos naturalezas permanecieron perfectas y distintas. La [deidad] de Cristo nunca, ni por un instante, fue dejada a un lado, aunque estaba velada.
La humanidad de Cristo, durante su vida, nunca, ni por un momento, fue diferente a la nuestra, aunque por la unión con la Deidad, era grandemente dignificada. Aunque Dios perfecto, Cristo siempre ha sido hombre perfecto desde el primer momento de su encarnación. El que ha ido al cielo y está sentado a la diestra del Padre para interceder por pecadores, es hombre al igual que Dios. Aunque hombre perfecto, Cristo nunca dejó de ser Dios perfecto.
El que sufrió por el pecado en la cruz y fue hecho pecado por nosotros, era Dios manifiesto en la carne (1 Ti. 3:16). La sangre con la cual fue comprada la Iglesia es llamada sangre “de Dios” (Hch. 20:28). Aunque se hizo carne en el sentido más completo cuando nació de la virgen María, nunca, en ningún periodo, dejó de ser el Verbo Eterno. Decir que durante su ministerio terrenal manifestó constantemente su naturaleza divina sería, por supuesto, contrario a la realidad. Intentar explicar por qué su deidad estaba a veces velada y otras veces no, mientras estaba en la tierra, sería aventurarnos a algo que es mejor dejar como está. Pero decir que en algún instante de su ministerio terrenal no era completa y enteramente Dios,] sería herejía.
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1 Ver Portavoz de la Gracia N° 14: La persona de Cristo. Disponible en CHAPEL LIBRARY.
2 Libro de Oración Común (1662), Artículos de Religión, II.
3 Nota del editor – Apoyamos el uso de confesiones por considerarlas declaraciones provechosas de doctrina bíblica; pero son obras falibles de hombres.
4 Confundieron– Combinarse de manera que los elementos son difíciles de distinguir.
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Tomado de Pensamientos expositivos de los Evangelios: San Juan (Expository Thoughts on the Gospels: St. John), Tomo 1, de dominio público.