De la cruz de Cristo
De la cruz de Cristo
J.C. Ryle
La cruz es una expresión usada en más de un sentido en la Biblia. ¿Qué quiso decir san Pablo cuando escribió: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” en la Epístola a los Gálatas? Éste es el punto que quiero examinar de cerca y dejar en claro ahora.
La cruz significa, a veces, la cruz de madera en la cual el Señor Jesucristo fue clavado y ejecutado en el Monte Calvario. Esto es lo que san Pablo tenía en mente cuando le dijo a los filipenses que Cristo “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). Ésta no es la cruz en la que se gloriaba san Pablo. Se hubiera horrorizado ante la idea de gloriarse en un simple tronco de madera. No me cabe duda que hubiera denunciado la adoración católico-romana del crucifijo como profana, blasfema e idólatra.
Cuando la Biblia usa la expresión “la cruz”, a veces, se refiere a las aflicciones y pruebas que los creyentes en Cristo tienen que sufrir por seguir fielmente a Cristo. Éste es el sentido en que nuestro Señor usa la palabra en Mateo 10:38 diciendo: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”. Éste no es tampoco el sentido en que Pablo usa la palabra cuando escribe a los gálatas. Conocía bien esta cruz; la cargaba con paciencia. Pero no es a la que se refiere aquí.
La cruz significa también, en algunos lugares, la doctrina de que Cristo murió por nuestros pecados en la cruz; la expiación que realizó por los pecadores sufriendo por ellos en la cruz: el sacrificio completo y perfecto por el pecado que ofreció cuando entregó su propio cuerpo para ser crucificado. En suma, en esta [frase] específica, “la cruz”, se refiere a Cristo crucificado: el único Salvador. Éste es el sentido en el cual Pablo usa la expresión cuando le dice a los corintios: “La palabra de la cruz es locura a los que se pierden” (1 Co. 1:18). En el mismo sentido, lo usó cuando le escribió a los gálatas: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz” (Gá. 6:14). O sea, “no me glorío en nada, sino en Cristo crucificado, quien logró desde la cruz, la salvación de mi alma”.
Jesucristo crucificado era el gozo y deleite, la esperanza y la confianza, el fundamento y el lugar de descanso, el arca y el refugio, el alimento y el remedio para el alma de Pablo. No pensaba en lo que él mismo había hecho ni en lo que él mismo sufría. No meditaba en su propia bondad, y su propia justicia y rectitud. Amaba pensar en lo que Cristo había hecho, la justicia de Cristo, la expiación de Cristo, la sangre de Cristo, la obra consumada de Cristo. En esto era que se gloriaba. Esto era el sol de su alma.
Éste es el tema sobre el cual amaba predicar. Era un hombre que iba y venía por la tierra proclamando a los pecadores que el Hijo de Dios había derramado su propia sangre para salvar sus almas. Caminaba por todas partes para decirle a la gente que Jesucristo los amaba y había muerto por los pecados de ellos en la cruz. Notemos cómo le dice a los corintios: “Primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados” (1 Co. 15:3). “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2). Él, un fariseo y perseguidor de la Iglesia, había sido lavado en la sangre de Cristo. No podía quedarse callado. No se cansaba de contar la historia de la cruz.
Éste es el tema que amaba abordar cuando escribía a los creyentes. Es maravilloso observar cómo, por lo general, abunda en sus epístolas, el tema de los sufrimientos y la muerte de Cristo; cómo desbordan los “pensamientos que respiran y palabras que queman”, sobre su amor y el poder, aun en su agonía. Su corazón parece lleno del tema. Lo enfatiza constantemente; vuelve a él una y otra vez. Es el hilo de oro que se entreteje en toda su enseñanza doctrinal y exhortaciones prácticas. Parece pensar que el cristiano más avanzado nunca puede oír demasiado acerca de la cruz.
Esto fue gran parte de la razón de su vida, a partir del momento de su conversión. Le dice a los gálatas: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). ¿Qué le dio tantas fuerzas para esforzarse? ¿Qué le dio tanta disposición para trabajar? ¿Qué le dio tanta tenacidad en su empeño por salvar a algunos? ¿Qué lo hizo tan perseverante y paciente? Les diré el secreto. Se mantenía siempre alimentado por su fe en el cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo. Jesús crucificado era la carne y la bebida de su alma.
Y podemos estar seguros de que Pablo tenía razón: La cruz de Cristo −la muerte de Cristo en la cruz para hacer expiación por los pecadores− es la verdad central en toda la Biblia. Ésta es la verdad con la que comenzamos cuando leemos Génesis. La simiente de la mujer hiriendo la cabeza de la serpiente no es otra cosa que una profecía de Cristo crucificado. Ésta es la verdad que brilla, aunque velada a lo largo de la Ley de Moisés y la historia de los judíos. El sacrificio diario, el cordero pascual, el continuo derramamiento de sangre en el tabernáculo y el templo; todos estos son emblemas de Cristo crucificado. Ésta es la verdad que vemos honrada en la visión del cielo antes de cerrar el libro de Apocalipsis. Nos dice que “en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado” (Ap. 5:6). Aun en medio de la gloria celestial, vislumbramos a Cristo crucificado. Quiten la cruz de Cristo de la Biblia y se convierte en un libro oscuro. Es como los jeroglíficos egipcios sin la clave para interpretar su significado: interesante y maravilloso, pero sin ningún provecho práctico.
Preste atención cada lector de este [texto] a lo que digo. Usted puede saber mucho acerca de la Biblia. Puede conocer a grandes rasgos las historias que contiene y las fechas de los eventos descritos como alguien puede conocer la historia de Inglaterra. Es probable que sepa usted el nombre de los hombres y las mujeres mencionados, así como cualquiera puede saber de César Augusto, Alejandro el Grande o Napoleón. Es probable que conozca varios preceptos de la Biblia y los admire, tal como admira a Platón, Aristóteles o a Séneca. Pero si todavía no sabe que Cristo crucificado es el fundamento de todo el Libro, hasta ahora ha estado leyendo con muy poco provecho. Su religión es un cielo sin sol, un edificio sin cimientos, un arco sin piedra clave, una brújula sin aguja, un reloj sin péndulo, una lámpara sin aceite. No le consolará. No salvará su alma del infierno.
Lo repito, preste atención a lo que digo. Puede usted saber mucho de Cristo, por una especie de conocimiento mental. Puede saber quién fue, cuándo nació y lo que hizo. Puede conocer sus milagros, sus dichos, sus profecías y sus ordenanzas. Puede saber cómo vivió, cómo sufrió y cómo murió. Pero, a menos que conozca por experiencia el poder de la cruz de Cristo, a menos que conozca y sienta en su interior que la sangre derramada en aquella cruz fue para salvar sus pecados particulares, a menos que esté dispuesto a confesar que su salvación depende enteramente de la obra que Cristo cumplió en la cruz; a menos que éste sea su caso, Cristo no será de ningún provecho para usted. Simplemente conocer el nombre de Cristo nunca lo salvará. Tiene que conocer su cruz y su sangre, de lo contrario, morirá en sus pecados.
Mientras viva, cuídese de una religión en que hay poco de la cruz. Vivimos en un tiempo en que, lamentablemente, se necesita esta advertencia. Absténgase, vuelvo a decir, de practicar una religión sin la cruz.
Hay cientos de lugares de adoración en esta época en que hay de todo, menos la cruz. Hay madera tallada y piedra esculpida; hay vitrales y pinturas espectaculares; hay servicios solemnes y gran cantidad de ordenanzas; pero no hay allí nada de la cruz de Cristo. No se proclama desde el púlpito a Cristo crucificado. El Cordero de Dios no es levantado y no es proclamada libremente la salvación por fe en Él. Y en consecuencia, todo es un error. Evite tales sitios de adoración. No son apostólicos. Nunca le habrían dado satisfacción al Apóstol.
San Pablo no se gloriaba en nada fuera de la cruz. Esforcémonos por ser como él. ¡Coloquemos a Cristo crucificado a la vista de nuestra alma! No escuchemos ninguna enseñanza que se interponga entre nosotros y Él. No caigamos en el viejo error de los gálatas; no pensemos que hay alguien mejor que lo que eran los apóstoles. No nos avergoncemos de las “sendas antiguas” en las que caminaban los hombres que eran inspirados por el Espíritu Santo. No dejemos que las palabras inciertas de los maestros modernos, que dicen palabras grandilocuentes como “catolicidad”1 y “la iglesia”, nos quiten nuestra paz y nos hagan soltar nuestras manos de la cruz. Las iglesias, los pastores y las ordenanzas son todos útiles a su manera; pero no son Cristo crucificado. No demos a otro, el honor que le corresponde a Cristo. “Mas el que se gloría, gloríese en el Señor” (2 Co. 10:17).
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Tomado de La cruz de Cristo (The Cross of Christ) en Sendas antiguas (Old Paths), The Banner of Truth Trust, banneroftruth.org.
Usado con permiso. Cortesía de Chapel Library.