La persona de Cristo II
C. Su personalidad singular
Hay tres puntos que deben resaltarse aquí.
En primer lugar, Cristo es una persona. Esto se ve en el hecho de que para referirse a Él se utilizan pronombres singulares, nunca plurales. Aun en pasajes en que se hace referencia a ambas naturalezas, queda claro que solo hay una persona (Ro. 1:3,4; Gá. 4:4,5; Fil. 2:5-11).
En segundo lugar, esa persona es el Hijo eterno de Dios (Jn. 1:14; Gá. 4:4; Jn. 5:18; He. 1:2,8; Jn. 10:29-37).
En tercer lugar, la personalidad singular no da como resultado la confusión o mezcla de las dos naturalezas de Cristo para formar una naturaleza compuesta. La Confesión habla de «dos naturalezas completas, perfectas y distintas […] sin conversión, composición o confusión alguna». Cualquier mezcla de las dos naturalezas de Cristo daría como resultado una tercera naturaleza entre medias, o la absorción de una u otra de las naturalezas de Cristo. Los pasajes citados anteriormente sobre la plena deidad y verdadera humanidad de Cristo muestran que la encarnación no dio como resultado ni la disminución de la deidad de Cristo ni la absorción de su naturaleza humana. Él permaneció siendo al mismo tiempo «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos» (Ro. 9:5), así como el hombre que ignoraba el día y la hora de su regreso en gloria (Mr. 13:32).
D. Su integridad sin pecado
En las palabras «con sus debilidades concomitantes, aunque sin pecado», la Confesión enseña que la humanidad de Cristo estaba sujeta a los efectos de la maldición (Ro. 8:3; He. 5:8; 2:10,18; Gá. 4:4) con la importante salvedad de que la humanidad de Cristo era y continuó siendo impecable (Is. 53:9; Lc. 1:35; Jn. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 4:15; 7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1 Jn. 3:5). La doctrina de estos pasajes es que Cristo era absolutamente impecable según la norma perfecta de la santa ley de Dios. Así, tanto en pensamiento como en palabra, obra y naturaleza, Él permaneció sin ser manchado por el pecado.
Al intentar resolver el misterio de la persona de Cristo, la sabiduría humana ha inventado muchas enseñanzas falsas. El docetismo negaba que Cristo fuera realmente un hombre. El arrianismo negaba que Cristo fuera realmente Dios. El apolinarismo negaba que Cristo tuviera una alma humana, enseñando que el Verbo tomó el lugar del alma humana. El nestorianismo negaba que Cristo fuera solo una persona, enseñando que, puesto que poseía dos naturalezas, debía estar constituido por dos personas. El eutiquianismo, la herejía monofisita, negaba que Cristo tuviera dos naturalezas distintas, enseñando que él solo tenía una naturaleza compuesta por una mezcla de deidad y humanidad. La verdad divina sobrepasa toda sabiduría humana semejante. Los intentos para explicar el misterio, para resolver la tensión, han dado siempre como resultado la herejía. Los credos de la Iglesia en los que tal herejía ha sido rechazada son simplemente cercas construidas por la Iglesia para impedir la profanación de este santo misterio por parte de la razón humana. Una gran prueba del origen divino del cristianismo es que sus doctrinas trascienden la razón humana. Sin embargo, aunque tales doctrinas trasciendan la razón humana, solo esta doctrina de la persona de Cristo puede satisfacer la necesidad humana. Solo uno que es tanto Dios como hombre puede ser sustituto de los hombres y en unas pocas horas en la cruz satisfacer la ira de un Dios infinito.
II. Cur Deus Homo: la necesidad de la expiación
Después que comenzara a asentarse el polvo de las controversias mencionadas anteriormente, la Iglesia pudo hacer la siguiente pregunta lógica. La maravillosa realidad es que Dios se hizo hombre. Tal realidad demandaba una explicación. Así, Anselmo en el siglo XI escribió el tratado que hizo época ¿Cur Deus Homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?). El propósito de Anselmo era mostrar que Dios se hizo hombre porque era necesario para el propósito de salvar a los pecadores. Responderemos a cuatro preguntas básicas en cuanto a la necesidad de la expiación.
¿Era necesaria la expiación de Cristo? La expiación es una necesidad absolutamente consiguiente. El término «consiguiente» significa que la expiación es necesaria solamente en el caso de que Dios escoja libremente salvar. El término «absoluta» significa que una vez que Dios ha escogido salvar, la expiación se vuelve absolutamente necesaria para lograr este fin libremente escogido. La expiación es necesaria no meramente porque Dios escoja salvar de esta manera, sino porque el carácter de Dios no permite que los hombres se salven de ninguna otra manera. Puede parecer presuntuoso y especulativo argüir acerca de lo que Dios puede o no puede hacer. La Biblia enseña, sin embargo, que hay cosas que Dios no puede hacer (1 Ti. 1:17; Tit. 1:2; 2 Ti. 2:13) y que, por tanto, la expiación era necesaria (He. 2:10,17; Jn. 3:14-16; He. 9:23; Gá. 3:21; Ro. 3:26).
¿Qué hay en el carácter de Dios que hizo necesaria la expiación de Cristo? Es su justicia (Ro. 3:26; Gá. 4:4; Ro. 8:3; Gá. 3:13; 2 Co. 5:21; 1 Co. 15:56). No fue Pilato, o los judíos o Satanás quien mató a Cristo. Fue Dios. Fue la justicia divina.
¿Cómo hace frente la expiación a las demandas de la justicia de Dios? Propicia a Dios. Esta palabra se utiliza como descripción de la expiación (Ro. 3:25; He. 2:17; 1 Jn. 2:2; 4:10). Significa aplacar, pacificar, apaciguar o conciliar. Dios está airado. Cristo apacigua su ira. Él satisface la justicia de Dios, como afirma el párrafo 5 de este capítulo. Hay tres conceptos erróneos que deben ser corregidos si ha de entenderse la propiciación. En primer lugar, amar a alguien no es lo mismo que ser propicio a esa persona. Dios ama a personas con quienes está airado (Jn. 3:36; Ef. 2:3; cf. 1:4-5). Dios no puede negarse a sí mismo. No puede salvar a los hombres sin ser propiciado. En segundo lugar, la propiciación no convierte a un Dios de ira en un Dios de amor (1 Jn. 4:10). La propiciación no consiste en un Hijo amante que calma a un Padre airado. En tercer lugar, la propiciación no disminuye el amor y la misericordia de Dios. Por el contrario, muestra cuán costosa es, cuán determinada está, cuán gloriosa es, cuán segura es. Dios ama aun a costa de su propio Hijo, pero no ama a costa de su justicia. Así es de seguro su amor. La justicia no puede cambiarlo.
¿Cómo se propicia la ira de Dios y se satisface la justicia de Dios mediante la muerte de Cristo? Cristo satisfizo la justicia de Dios sufriendo realmente en nuestro lugar, llevando representativamente y como sustituto la pena o castigo que Dios, en su justicia, demanda de los pecadores. Esa pena era la muerte (Ro. 6:23), el emblema físico del abandono divino. El Infierno es el lugar donde Dios abandona totalmente a los pecadores. Cristo fue abandonado por Dios en la cruz (Mt. 27:46). Algunos de los pasajes que enseñan que Cristo sufrió el castigo de nuestros pecados como nuestro sustituto son Gálatas 3:13; 2 Corintios 5:21; Romanos 5:6-8; Efesios 5:2; Romanos 5:12,15-19; 1 Corintios 15:22; 2 Corintios 5:14; Efesios 1:4; 2:4-6; Colosenses 2:13; Gálatas 2:20; Romanos 6:5-8; Hebreos 2:11-14; 5:1; 7:24.
Cortesía de la Exposición de la Confesión de Fe 1689. Todos los derechos reservados.