La pasión por predicar
CHARLES HADDON SPURGEON
La predicación está pasando por malos tiempos. Al menos, esta es la impresión que uno saca al escuchar mucho de lo que se considera predicación en los púlpitos estadounidenses. Es obvio que falta algo y ese elemento ausente es la profunda pasión por la exposición bíblica que siempre caracteriza a los grandes predicadores de una era.
Hoy, la iglesia sigue recibiendo la bendición de destacados expositores, pero son demasiado pocos. Muchos predicadores carecen de modelos y mentores adecuados, y se encuentran ellos mismos hambrientos de modelo homilético que puede inspirar a la vez que instruir. En el Londres victoriano, hubo una vez un predicador cuyo poder y convicción modelaron toda una cultura. Es tiempo de echar un nuevo vistazo al ministerio de Charles Haddon Spurgeon.
«En medio del siglo diecinueve, una época teológicamente desacreditada, hubo un predicador que contaba con una congregación de unas seis mil personas, como poco, todos los domingos. Sus sermones fueron retransmitidos por cable durante muchos años, cada lunes y publicados en los periódicos más destacados del país. Ocupó el mismo púlpito durante casi cuarenta años, sin que nunca disminuyera el abundante fluir de su predicación, sin repetirse jamás y sin quedarse sin un sermón que compartir. El fuego que prendió de este modo, y se convirtió en un faro que brilló a través de los mares durante generaciones, no fue la mera quema de matorrales del sensacionalismo, sino las llamaradas inagotables que resplandecieron y ardieron en sólidas chimeneas y fueron alimentadas por los pozos de la Palabra eterna. En ella se encuentra el milagro de una zarza que ardió con fuego y no se consumió».
Helmut Thielicke comentó lo siguiente sobre Charles Haddon Spurgeon, el gran predicador victoriano y uno de los mayores príncipes del púlpito para servicio de la iglesia de todos os tiempos.
Spurgeon fue una leyenda en su propio día y su nombre fue muy conocido en Londres antes de cumplir los veinte años. A pesar de ello, su popularidad ha prevalecido hasta el siglo veintiuno y sus voluminosos escritos siguen estando entre los devocionales superventas y el material homilético actualmente disponible. ¿Qué puede explicar este fenómeno?
La era victoriana llamó la atención por ser un periodo de fantásticos predicadores y Londres, con el imperio británico en todo su esplendor, fue el marco para gran parte de los mayores ministerios de púlpito en la historia de la Iglesia. Pero Spurgeon destaca en solitario como el predicador más ampliamente apreciado y de mayor influencia de su siglo.
Los antecedentes de la vida de Spurgeon no son nada especiales. Nació el 19 de junio de 1834 en Kelvedon, Essex. Era hijo y nieto de ministros congregacionales. Su padre, John Spurgeon fue lo que hoy se conocería como predicador bivocacional y sirvió en un ministerio mayormente itinerante. Sin embargo, el abuelo de Charles, James Spurgeon, fue un conocido ministro congregacional. Charles pasó la mayor parte de su infancia en la casa de pastor de su abuelo en Stambourne. Allí fue expuesto a una devoción afectuosa y a la extensa biblioteca de teología puritana de su abuelo.
La familia Spurgeon notó rápidamente un sentido particular de urgencia espiritual en el joven Charles y la mansión del párroco era un lugar sano para permitir que Spurgeon se dedicara a precoces investigaciones teológicas. El catalizador de su desarrollo teológico fue la biblioteca de su abuelo, repleta de clásicos puritanos. Spurgeon pasó gran parte de su infancia en un desván en compañía de Richard Sivves, John Owen, Richard Baxter y John Bunyan, sobre todo con este último.
El desasosiego de Spurgeon no se calmó hasta el 6 de enero de 1850 fecha en la que se convirtió, durante una reunión en la capilla Primitive Methodist de Colchester. Cuando hablaba de aquel día, decía que se había liberado de una carga. Como escribiría posteriormente en su autobiografía: «El ceño fruncido de Dios ya no está sobre mí, sino que mi Padre sonríe; puedo ver que sus ojos relucen de amor; puedo oír su voz llena de dulzura. ¡Soy perdonado, soy perdonado, soy perdonado!». Spurgeon se unió rápidamente a una iglesia bautista, conducido por su convicción en el bautismo del creyente sacada de su propio estudio de la Biblia.
En cuestión de meses, Spurgeon predicó su primer sermón, por medio del engaño de un amigo más mayor quien le animó a que fuese a una reunión en la granja de Teversham donde un joven prometedor iba a dar su primer sermón. Como relataría más tarde: «Parecía un gran riesgo y una prueba seria; pero apoyándome en el poder del Espíritu Santo, al menos contaría la historia de la cruz y no permitiría que la gente se fuese a casa sin una palabra”.
Esta se convertiría en la práctica y la promesa de Spurgeon para el resto de su notable ministerio. Al año siguiente, Spurgeon fue nombrado pastor de una pequeña capilla en Waterbeach, donde muy pronto se expandió su reputación por toda el área de Cambridgeshire. Hacia 1853, su reputación le llevó al púlpito de la renombrada New Park Street Baptist Church de Londres.
Esta iglesia estuvo una vez entre las más famosas y más concurridas de Londres. Benjamin Keach, John Gill y John Rippon habían sido los pastores anteriores. Pero el santuario de 1200 plazas no albergaba más que a un centenar cuando Spurgeon llegó a predicar un sermón en calidad de invitado. Pasados dieciocho meses, la congregación se vio obligada a pasar al cavernoso Exeter Hall para poder acomodar a los miles que vinieron a escuchar al predicador.
El escenario cambiaría en 1861 y pasaría al recientemente construido Metropolitan Tabernacle en el sur de Londres, donde Spurgeon reuniría una congregación no inferior a las 6000 personas durante treinta años.
Si ministerio sin precedentes desafía los resúmenes, pero un recurso homilético afirma en términos escuetos: «Antes de cumplir los veinte años, una relevante iglesia de Londres le llamó para que fuese pastor. A los dos años estaba predicando ante audiencias de más de 10000 personas; a la edad de veintidós años era el predicador más famoso de su tiempo. Cuando cumplió los veintisiete, se construyó una iglesia con capacidad para 6000 personas para poder dar cabida a las multitudes que iban en manadas a escucharle predicar. Durante más de treinta años pastoreó en la misma iglesia sin que su poder o su atracción decrecieran.
De hecho, Spurgeon dominó el púlpito de su tiempo como un coloso, con cultos que atraían a miles de personas y sus sermones impresos que llegaban a las callen horas después de haberlos compartido en el púlpito. La característica que define el ministerio de Spurgeon es precisamente lo que falta en tantos púlpitos de hoy: una pasión pura por la exposición y la proclamación de la Palabra de Dios. ¿Podría recuperarse una pasión semejante?
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