Los santos en el exilio
Los santos en el exilio
D. Scott Meadows
Los verdaderos santos están marcados por la unión y la comunión con Dios, por medio de Cristo. Nuestra primera experiencia de esta vida eterna aviva una sed espiritual en aumento constante. Cuando las fuerzas del mal nos impiden juntarnos en adoración, lamentamos esta privación, y oramos contra el enemigo. El salmo 137, un cántico y una plegaria escritos durante el antiguo exilio de Israel en Babilonia, ilustra esto. Sentimos aún más su patetismo ahora que hemos sido apartados de las reuniones de la iglesia desde hace un par de meses y hasta la fecha, durante la pandemia del COVID-19. Aunque nuestras circunstancias son radicalmente diferentes, nuestros sentimientos son los mismos que los del remanente piadoso de los israelitas de hace tanto tiempo. Que los obstáculos se deban a la política pública benevolente para la salud o a la hostilidad depravada contra Dios y Su pueblo, o alguna combinación, el Señor sabe. Como muchos de los salmos, este es uno muy triste. No obstante, Dios lo proveyó para ser cantado, aun cuando estemos separados los unos de los otros físicamente. Necesitamos cánticos de dolor y también de gozo, porque ambos forman siempre parte de la experiencia humana. El pueblo de Dios no estamos exentos de ello. Tal vez de manera contraintuitiva, lamentarnos juntos puede consolarnos. Nos recuerda que no sufrimos solos y que nuestros padecimientos acabarán. «El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría». Un buen llanto puede sanar el corazón.
I. El lamento (1-4)
El salmo 137 comienza con santos en el exilio que se lamentan en público, de un modo conmovedor.
- Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sión.
- Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas.
- Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones, y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo: «Cántennos alguno de los cánticos de Sión».
- ¿Cómo cantaremos la canción del Señor en tierra extraña?
La paciencia bajo la prueba no es estoicismo, la resistencia al dolor o a la dificultad sin la manifestación de sentimientos y sin queja. Las pruebas son enviadas por Dios como análisis de nuestra confianza en el Señor, no de nuestra capacidad para sufrir sin dolor, sin llanto o sin queja reverente. Los piadosos de todas las épocas han llorado en la prueba severa y han derramado sus afligidos corazones ante el Señor (Job 3; Mt 27:46). Vemos esta justa respuesta en el salmo 137.
Estas almas santas estuvieron lejos, en contra de su voluntad, del lugar sagrado de adoración. Se encontraban junto a los ríos de Babilonia, una tierra llena de templos a los ídolos y de depravación pública. Allí se sentaban indefensos, centraban su mente en el santo monte de Sión, el lugar del Templo del Señor y de sus celebraciones públicas que anteriormente se hacían en Su honor, mientras que sus ojos inundados de lágrimas revelaban la tristeza y el dolor de sus corazones quebrantados.
Allí, en Babilonia, seguían recordando los cánticos de Sión. Todavía tenían destreza para tocar sus santos instrumentos. Sus vecinos paganos —en realidad sus captores— incluso querían que los entretuvieran con aquellos sonidos musicales extranjeros, en especial sus cánticos de júbilo y gozo. Sin embargo, hacerles pasar el tiempo con una canción alegre era algo que, sencillamente, no podían hacer siempre. Mientras estuvieran encarcelados en un país extranjero, y la gloria de Dios estuviera a sí oscurecida, ¿cómo podían contener su dolor? De forma especial, en este período sin cultos en la iglesia, ¿cómo no nos vamos a lamentar por nuestra difícil situación? ¡Cualquier que pueda prescindir de ellos no es, en modo alguno, cristiano! La adoración virtual en línea o la adoración privada en el hogar no son sustitutos aceptables. Como mucho, son ayudas hasta que podamos volver a reunirnos como tenemos por costumbre y, por supuesto, la adoración en privado y en familia debería proseguir siempre. Además, no deberíamos avergonzarnos de darle a conocer a nuestra sociedad incrédula nuestra profunda tristeza, como hicieron nuestros antepasados en Babilonia hace mucho tiempo.
II. Amar (5, 6)
Estos santos en el exilio expresan lo que sienten sus corazones, declarando además en público su intenso amor por Dios y su adoración.
- Si me olvido de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza.
- Péguese mi lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no enaltezco a Jerusalén sobre mi supremo gozo.
Con exquisito estilo poético, se personifica a la ciudad de Jerusalén y se le dirigen unas palabras de forma expresa, como si pudiera escuchar. Era la ciudad santa, diseñada por Dios desde los tiempos antiguos como nexo de Su adoración. Tres veces al año, judíos de todos los rincones de Israel viajaban allí en manadas con sus diezmos y sus ofrendas para las fiestas del Señor. El Templo que estaba en pie era el símbolo perpetuo de la presencia especial de Dios en medio de ellos. Era el sitio para escuchar la Palabra de Dios, de hacer expiación por sus pecados, de expresar su gratitud y entonar Su alabanza.
El amor hacia Dios y por Su adoración es tan fundamental para nuestra identificación como pueblo santo de Dios que perderla es nuestra preocupación más grave. El sufrimiento, morir de hambre o que nos quiten la vida son opciones preferibles. El Señor —representado por Jerusalén en este salmo— es el «principal gozo» de Su pueblo. Estas palabras, llenas de patetismo, revelan una profunda preocupación sobre el olvido espiritual y la frialdad durante el exilio. Equivalen a una oración contra la apostasía durante los días de la prueba. Dado que la adoración bíblica de la iglesia reunida es un medio de gracia, y morar entre los paganos, un medio de tentación, esta inquietud está más que justificada. Cuando se retomen nuestras reuniones en la iglesia, ¿habrán bajas espirituales? ¿Estaremos todos presentes de nuevo, con un amor mayor por el Señor y los unos por los otros, e incluso con una resistencia más resuelta frente la perversa atracción de los pecados prevalentes entre nuestros vecinos? Persistamos en la oración por toda la iglesia de Cristo.
III. Anhelar (7-9)
Es evidente que los santos en el exilio anhelaban un día mejor. El exilio no debería haberse producido. Ansiamos la plenitud de la libertad y el triunfo de la verdad. El cenit de la gloria de Dios solo llega a través de una poderosa visitación del Señor, cuando entregue por completo a los justos por medio del juicio, cuando Él libere por completo a los justos, a través del juicio sobre los impíos. Los juicios intermitentes en esta vida precede y prefigura el último Juicio. La crucifixión y la resurrección son los mayores ejemplos de esto en la historia humana. Por tanto, los santos oran a diario por el avance del reino de la luz a través de la desaparición del reino de la oscuridad (Ef 5:8; Col 1:13; 1 P 2:9). «Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6:10). El regreso de Cristo concederá por completo estas peticiones. Este tipo de oraciones son un grito de batalla contra los enemigos de la justicia. Pueden ser profundamente molestos, porque reconocen la soberanía del Dios Santísimo y la realidad del mal en esta época presente, y que Él debe triunfar y lo hará. La ira y la venganza divinas son impresionantes. Ese juicio sorprendente que glorifica a Dios es la súplica de los últimos versículos del salmo 137.
- Recuerda, oh Señor, contra los hijos de Edom el día de Jerusalén. Quienes dijeron: «Arrásenla, arrásenla hasta sus cimientos».
- Oh hija de Babilonia, la devastada, bienaventurado el que te devuelvael pago con que nos pagaste.
- Bienaventurado será el que tome y estrelle tus pequeños contra la peña.
El sentido literal, histórico, de las palabras es claro. En lugar de ocuparse por sí mismos de los asuntos, los judíos en el exilio se niegan a tomar venganza, y prefieren dejárselo a la ira de Dios, porque saben que Él afirmó: «Mía es la venganza. Yo pagaré» (Ro 12:18; cp. Dt 32:35; He 10:30). ¡Oh Señor, incendia sus ciudades! Destruye a sus habitantes con violencia, incluso a sus niños de pecho! Esto no sería más que justicia por toda su malicia contra ti y contra tu pueblo! Las santas profecías de condenación futura para los que acaban siendo impenitentes y las santas maldiciones que apelan a Dios se encuentran tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo (por ej., Mt 23; Lc 21:20-28; 1 Co 16:22; Gá 1:8; 1 Ti 1:19, 20; Ap. 6:9, 10; 22:18, 19), de modo que no pueden juzgarse como no cristianas. Una cosa es segura: dan testimonio del anhelo alarmantemente fuerte que inunda las almas justas que ansían el Día cuando se eliminen todos los impedimentos para la reunión eterna de todos los redimidos, glorificados junto con Cristo. Esta es la bienaventuranza de Su Segunda Venida. Toda la Biblia acaba con esta plegaria llena de celo. ¡Que podamos unir nuestras clamorosas voces a la gran petición! «El que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo pronoto. Amén. Ven, Señor Jesús» (Ap 22:20). Ω