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Cristo es todo en todo (2)

William S. Plumer

Si los hombres quieren ser salvos, sabios, santos, alegres, útiles, fuertes o victoriosos, que miren a JESÚS, que no miren a ningún otro lugar, que caminen en él, moren en él, se gloríen en él y cuenten como pérdida todo lo demás.

Podemos mirar a la Ley hasta que el espíritu de esclavitud nos abrume con sus terrores y tormentos. Podemos tratar de hacer nuestra propia justicia jactándonos, pecando y muriendo como un fariseo. Podemos llorar hasta que la fuente de nuestras lágrimas se haya secado. Podemos tener todos los dones, entender todo misterio, dar todos nuestros bienes para alimentar a los pobres y entregar nuestro cuerpo para ser quemado (1 Cor. 13:2-3); pero ninguna de estas cosas puede expiar el pecado, ni puede recuperar el favor perdido con Dios, ni hará que tomemos parte en recibir la herencia de los santos en luz. “¡Solamente Cristo, solamente Cristo, solamente Cristo!”, ha sido el clamor de los testigos fieles de todos los tiempos cuando la verdad triunfó, cuando enmudecieron los oráculos, cuando los pecadores se convirtieron, cuando los santos clamaron con gozo, cuando la Palabra de Dios creció y prevaleció con gran poder!

La verdadera piedad empieza, continúa y se perfecciona en nuestra unión con Cristo5. Somos limpiados con su sangre, vestidos con su justicia, purificados con su Espíritu. Cumplimos las demandas de la ley de este día de gracia cuando andamos como él anduvo y tenemos el mismo sentir que tuvo él. En la medida que los hombres son verdaderamente piadosos, lo tienen a él como su fundamento y la piedra principal, la suma y sustancia y centro de todas sus esperanzas y regocijos delante de Dios. El mundo lo acepta y cree en él, no solamente porque no hay otro Salvador, sino porque su salvación para los pecadores es exactamente la que necesitan y porque le trae honra y gloria a Dios en lo Alto.

El verdadero creyente no solamente confía en Cristo sino que lo hace motivo de su alabanza. No solamente lo menciona, no admite que nadie sea comparado con él. Para todos los fines, partes y propósitos de salvación, Cristo es único. No hay nadie como él, no hay nadie con él, no hay nadie antes que él, no hay nadie después que él, no hay nadie además de él. No tiene predecesor, no tiene ni tendrá sucesor. No tiene vicario. No tiene asistente; viste una corona indivisible y ejerce perfecta soberanía sobre un reino sin divisiones. Así como el pueblo de Dios lo exalta por sobre todas las cosas, lo hace también su santo y eterno Padre. Así como lo corona Señor de todo, también Dios lo ha exaltado y dado un nombre que es sobre todo nombre. Si lo admiran y ensalzan sublimemente, tienen una razón para hacerlo. Es cosa santa y lógica postrarse ante él y exclamar: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). Así como es el deleite del hombre, es también el deleite de su Padre. Escucha la voz de la magnífica gloria: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat. 3:17).

Erramos tristemente cuando empezamos en el Espíritu y terminamos en la carne; cuando reconocemos a Cristo como el Autor, pero no como el consumador, de nuestra fe. Un espíritu legalista es la perdición de la piedad. Es enemigo tan grande de la santa paz como lo es de la gracia del evangelio. Por la Ley, los creyentes están muertos para la ley a fin de vivir para Dios (Gál. 2:19). Este es el plan del evangelio. He aquí el secreto de crecer conforme a Dios. Aquí hay poder, aquí hay vida, aquí hay sabiduría. Somos hechos completos en él.

En las guerras de opinión, las discusiones más grandes que han existido han sido referente a si Cristo es la única y suficiente fuente de salvación del hombre. Sería extraño que cualquiera que tiene la Palabra de Dios lleve la de perder en este tema. Las Escrituras no pueden ser más claras: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Rom. 10:4). Esta es la síntesis de las enseñanzas inspiradas sobre este tema. Esta doctrina va mucho más allá de lo que puede crear la inteligencia humana, en cambio, es totalmente conforme con la justa razón. El evangelio no proviene de la sabiduría humana, pero es el remedio apropiado para las aflicciones humanas. El corazón del hombre se encuentra firmemente aferrado a un plan que no humille su orgullo ni acalle su vanidad. Aunque con nuestra regeneración la insensatez es tan profundamente curada que el alma se sostiene en Jesús, aun el convertido a veces puede retroceder y perder el discernimiento claro y vivo del único camino de salvación indicado por Dios. A esto le sigue la oscuridad, el sufrimiento y la insuficiencia. Han sido embrujados (fascinados) y no siguen la verdad (Gal. 3:1).

Cristo es nuestra vida: separados de él, somos ramas secas. Solo cuando vemos claramente a Cristo y lo aceptamos de corazón nuestra paz fluye como un río y nuestra justicia como olas del mar. Corremos toda la carrera cristiana animados hacia la meta por el premio del llamado supremo de Dios en Cristo Jesús. Todos los actos de fe son fruto del Espíritu; el objeto de todos estos actos es la persona de nuestro Señor Jesucristo; su garante es la promesa de Dios, el llamado del evangelio; y cuando renunciamos a nosotros mismos, traemos a Cristo a nuestra alma, la esperanza de gloria.

Oh, que los hombres aprendieran que el Monte Sinaí se encuentra lejos de Jerusalén y que el Calvario está muy cerca de él. Cuanto más cerca estamos de la Ley como un pacto de vida, más lejos estaremos de Cristo, lejos de la liberación. La multitud de santos que ha terminado la carrera y ha llegado a la patria celestial tenía pecado, culpa, insensatez, angustia e impotencia, pero en él encontró los tesoros escondidos de sabiduría, gracia y gloria…

Este tema sugiere algunas observaciones para dos grupos de personas:

1. A los cristianos: Al creer en Cristo, has actuado sabiamente. Sufrir gustosamente por él es mejor que regocijarse en el mundo. Es mejor ser un prisionero por él que un príncipe sin él. Morir en Cristo es caer en un sueño en Jesús y estar por siempre con el Señor. Aférrate firmemente a tu profesión de fe en su nombre. ¡Apégate a él, sigue firme en él, vive por él, mantén la vista en él, permanece listo a morir por él, haz que tus deseos se centren en él, que tus deseos de vivir en santidad provengan de él, que tus tristezas sean santificadas por él, que tus alegrías sean intensificadas, aceptadas, endulzadas por él! Permanece solo en él.

Estamos tan obligados a creer que hay un solo Mediador6 como lo estamos a creer que hay un solo Dios (1Tim. 2:5). Ningún otro puede hacernos ningún bien. La devoción a Cristo no puede jamás ser excesiva. Muchos aman, sirven, confían y lo alaban muy poco; ¿pero quién hay que lo haya amado, servido, confiado, o alabado demasiado? “No hay amor al deber donde no hay amor a Cristo”7.

2. A los que no han acudido a Cristo y aún están en pecado: ¿No vas a recibir al Salvador? Si Cristo no es tu Garante, tendrás que pagar tu propia deuda. No desprecies su cruz. Ahí está la vida del hombre. Fue diseñada por hombres malvados para ser, y sigue siendo, un sello de desprecio, una señal de ignominia. Cristo crucificado fue para los judíos tropezadero y para los griegos locura. Cuídate de no caer en sus caminos de perversidad. ¡Ven a Cristo! Él murió por pecadores; se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, una redención para muchos, un sacrificio de olor fragante. Entrégate a él. Cree en él y la Ley ya no te condenará. Cree en él y Dios te aceptará en el Amado. Cree en él y tendrás derecho al árbol de vida. Cree en él y el aguijón de la muerte no puede hacerte daño. Cree en él y tendrás parte en la primera resurrección. Cree en él y tendrás valentía para el Día del Juicio. Pero si lo sigues rechazando, tu corazón se endurecerá más de lo que ahora está. Sigue rechazándolo y el día de gracia desaparecerá eternamente para ti. Sigue rechazándolo y despertarás a la vergüenza y confusión eterna. “Hay un abismo terrible en el corazón del que no ama a Cristo”8.

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5. Vea FGB 214, Union with Christ (Unión con Cristo), a su disposición en CHAPEL LIBRARY.
6. Vea FGB 183, Christ the Mediator (Cristo el Mediador), a su disposición en CHAPEL LIBRARY.
7. Gardiner Spring, The Contrast between Good and Bad Men (El contraste entre hombres buenos y malos), Tomo 2, 87.
8. Spring, Contrast, 87

Tomado de The Rock of Our Salvation (La roca de nuestra salvación), Sprinkle Publications

Cortesía de Chapel Library

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