No existe una experiencia crítica prometida para vivir la vida cristiana (2)
Albert N. Martin
No existe una experiencia crítica prometida o mandada como elemento esencial para vivir la vida cristiana.
No hay ninguna sugerencia en el Nuevo Testamento de que ningún problema enfrentado por algún cristiano o alguna iglesia se resuelva jamás apremiándolos a buscar una experiencia crítica.
(1) Consideremos el problema de las divisiones. Había un espíritu partidista en Corinto. Alguien le dio un chivatazo santificado a Pablo: la familia de Cloé. “Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay contiendas entre vosotros” (1 Co. 1:11). Pablo describe cómo se manifestaron esas contiendas. ¿Qué puede ser más carnal que encontrar creyentes con un espíritu partidista? Estos creyentes habían sido todos “por un Espíritu […] bautizados en un cuerpo”, y a todos se les había “dado a beber de un Espíritu” (1 Co. 12:13). Tuvieron una experiencia común en el Espíritu Santo. No había dos niveles de cristianos: los que sólo habían sido convertidos y los que habían sido bautizados en el Espíritu; los que sólo habían sido convertidos y los que habían entrado a la vida superior; los que eran meramente cristianos y los que habían tenido un bautismo de fuego. No hay indicio en la carta de dos niveles de experiencia cristiana. Pablo escribe a la iglesia santificada “en Cristo Jesús” y dice: “Hay contiendas entre vosotros”. Describe las divisiones. Algunos creyentes se han unido a Pablo, algunos a Pedro, y luego, los realmente espirituales decían: “Nosotros somos los cristianos, los verdaderos cristianos, estamos unidos sólo a Cristo”. Pero Pablo los pone en la misma categoría que los demás.
¿Cómo trata Pablo el asunto? ¿Dice ser evidente que la razón para las divisiones es que nunca han sido bautizados en el Espíritu, que nunca se han enfrentado con lo que significa ser limpiados del pecado innato? ¿Qué les ofrece como antídoto a este problema tan arraigado y generalizado de la división? No les dice que sigan adelante para conseguir algo más. En vez, les apremia a enfrentarse con la verdad de lo que ya son y lo que ya tienen. Dice: “¿Está dividido Cristo? […] ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” Les muestra que deben enfrentarse con lo que ya tienen y ya son. En el desarrollo de lo que tienen y son se barrerán las divisiones. ¿Ves la diferencia? No dice: “Deben conseguir algo más”; dice: “Deben comprender y apreciar lo que es ya suyo en Cristo”.
(2) El problema de la inmoralidad. La carta de Pablo da a conocer que algunos de los cristianos en Corinto fornicaban. Vivían a un nivel terriblemente bajo de experiencia cristiana, y necesitaban, más que nadie, un bautismo de fuego que los limpiara del pecado innato. Los cristianos se estaban relacionando aun con rameras y posiblemente aun con las rameras del templo. ¿Cómo trata Pablo este terrible problema? Escribe: “Los alimentos son para el estómago, y el estómago para los alimentos, pero Dios destruirá a los dos. Sin embargo, el cuerpo no es para la fornicación sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Tomaré, acaso, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que el que se une a una ramera es un cuerpo con ella? Porque Él dice: Los dos vendrán a ser una carne. Pero el que se une al Señor, es un espíritu con Él. Huid de la fornicación. Todos los demás pecados que un hombre comete están fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo” (1 Co. 6:13–20).
¿Ves lo que hace Pablo? Al encarar este espinoso problema de grosera desviación moral, no sugiere que estos corintios estén necesitados de una experiencia de gracia cualitativamente nueva. No dice: “Necesitan el bautismo del Espíritu para purificar esta propensión asquerosa y sórdida de la fornicación”. No sugiere tal cosa. En vez, dice: “¿No sabéis […]?” Piensen en lo que son, piensen en las relaciones que ya tenían cuando en arrepentimiento y fe fueron llamados a la unión con Cristo. Ésa era una unión verdadera: “Dios es fiel, por quien fueron llamados a la comunión, la vida compartida de Jesucristo. ¿No saben qué es una unión verdadera? Cuando van a la casa de una ramera, van en unión de Cristo. ¿Tomarían los miembros de Cristo y los harán miembros de una ramera? ¿No saben que su cuerpo es una posesión adquirida? Cuando Cristo derramó su sangre y murió, cuando fue cubierto por la ardiente furia de la ira divina sobre la Cruz, murió para comprarles. Sus manos, sus pies, sus órganos sexuales, son una propiedad adquirida. Oh corintios, ¿no se dan cuenta de ello, no lo saben?”
Ni una sola vez sugiere el apóstol que la razón por la que los corintios vivían de la manera en que lo hacían era que habían perdido alguna experiencia crítica. Les dice: “Aquí están los grande indicadores: están unidos a Cristo, habita en ustedes el Espíritu, han sido comprados por precio. Ahora, lo que necesitan no es otra experiencia, sino vivir las implicaciones de lo que ya son, y de lo que ya tienen. Puedes repasar Primera a los Corintios con todo los problemas de la iglesia, y ese es el acento que aparece una y otra vez. Encontrarás el mismo acento en todas las cartas del Nuevo Testamento.
No digo que los creyentes no experimenten crisis espirituales; eso contradiría tanto la enseñanza de la Biblia como la evidencia de las biografías cristianas. Los cristianos sí tienen crisis, y algunas de estas crisis los llevan en muy poco tiempo a un nivel de poder y realidad espiritual que nunca habían conocido. ¡No discuto eso! Sería necio afirmar que los cristianos nunca tienen crisis. Lo que estoy diciendo es que la Biblia en ninguna parte manda o promete una crisis espiritual de ningún tipo como esencial para vivir la vida cristiana. Hay toda la diferencia del mundo entre estas dos cosas. Puedes repasar todo el Nuevo Testamento y notar cómo se tratan problemas de todo tipo, por lo menos en principio: problemas morales, problemas éticos, problemas de relaciones interpersonales, los problemas del pecado que mora en nosotros, los problemas que implican el mundo y la carne: pero nunca, nunca, nunca, los escritores apostólicos mandan o prometen una experiencia crítica como la respuesta de Dios para estos problemas.
¿Qué decir entonces de los llamados “cuatro Pentecosteses”, mencionados en Hechos, capítulos 2, 8, 10 y 19? No podemos exponer estos pasajes aquí, pero sinceramente recomiendo a los que toman en serio enfrentarse con lo que enseñan, que lean el provechoso libro de F.D. Bruner A Theology of the Holy Spirit (Una teología del Espíritu Santo) (Grand Rapids, l970). Hay uno o dos lugares en el libro de Bruner donde aparece una idea barthiana de la Escritura. No sostengo tal idea. También adopta lo que algunos han llamado una idea realista del bautismo –algunos la llamamos una idea sacramental– que la gracia realmente se encuentra con los hombres en el agua del bautismo. Pero aparte de esos dos defectos, la exposición que hace Bruner de esos pasajes en Hechos es magistral. En mi opinión, da unas interpretaciones irrebatibles del verdadero significado de esos “cuatro Pentecosteses”.
No digo que un cristiano no deba orar por ser mañana más lleno del Espíritu que de lo que ha sido hoy. ¡No! ¿Estoy diciendo que un cristiano no debe orar por una experiencia cualitativamente más profunda del conocimiento de Cristo mañana, sobre y por encima del que tiene hoy? ¡No! A pesar de lo mucho que abomino con todo mi ser toda esta enseñanza sobre la crisis que conduce a la confusión y, en muchos casos, al cinismo y al fanatismo, también abomino el espíritu de Laodicea –“Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad–, como aquel que dice: “Lo tenemos todo en Cristo; quedémonos sentados…”. Ese espíritu no se enseña en ninguna parte del Nuevo Testamento. Aunque, en la unión con Cristo, hemos sido bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales” (Ef. 1:3), nos pasaremos el tiempo de nuestra vida desarrollando y apropiándonos de los flecos de esas bendiciones. En el mejor de los casos tenemos sólo el depósito; mucho queda aún por venir. Dios abomina el espíritu de la indiferencia: “porque dices: Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”, nuestro Señor Jesús dijo: “te vomitaré de mi boca”.
Hemos de orar continuamente por una provisión más copiosa del Espíritu. “Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc. 11:13). En Efesios 1, Pablo escribe: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido […]”. Luego viene esa teología y elogio en que bendice al Dios Trino por tan gran salvación: al Padre por la gracia electiva y predestinadora, al Hijo por la gracia redentora, al Espíritu por sellarnos para el día de la redención. Sin embargo, a partir del versículo 15 viene a decir: “Por esta razón doblo mis rodillas, para que Dios os dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de Él, para que sepáis cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, para que sepáis cuál es la extraordinaria grandeza de su poder”. Dice: “Tienen todo esto, pero suplico a Dios que tengan un conocimiento experimental más profundo, más rico de todo lo que tienen en Cristo y de todo que Cristo tiene en ustedes”. Como si esto no fuera suficiente, en el capítulo 3 dice: “Doblo mis rodillas”, y luego ora por lo que es imposible orar.
Dice: “Oro que Dios os fortalezca para comprender lo incomprensible, para que sepáis la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”.
Pablo no ora para que tengan algún tipo de experiencia carismática específica; no ora para que tengan una segunda obra de gracia; no ora para que tengan alguna de esas cinco categorías de experiencia que he descrito, sino que ora para que amplíen su capacidad, para que propaguen la percepción espiritual, y aumenten la apropiación espiritual de la plenitud que está en Cristo.
El Nuevo Testamento no nos manda buscar ni nos promete ninguna experiencia crítica posterior a la regeneración y a la conversión. Sin embargo, sí enseña con igual claridad que tener hambre y sed, anhelar, bramar, ansiar, suplicar, ambicionar, buscar, anticipar, son las características del alma saludable.
Hay veces cuando me desespero y digo: “Oh Señor, ¿es posible esperar ver gente que haya comprendido ese acento bíblico?” Parece que la gente o bien se desvía por un lado a todos los excesos del cristianismo de crisis, o van a la deriva hacia este tipo de cristianismo torpe, inerte, no experimental, frío, blando. Trágicamente, lleva a menudo el nombre “reformado”. Francamente, preferiría ser un wesleyano cordial y superficial, que piensa que necesitaba y ha obtenido una segunda obra de gracia, pero que tiene hambre de Dios, antes que un hombre que puede sentarse durante horas y probar que no hay tal cosa, y cuyo corazón está tan frío como una piedra.
Tomado de Cómo vivir la vida cristiana, por Albert N. Martin. Disponible en Cristianismo Histórico.
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