La inconsecuencia, la ostentación y el deseo de preeminencia
J.C. Ryle
Entonces Jesús habló a la muchedumbre y a sus discípulos, diciendo: Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Sino que hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; pues ensanchan sus filacterias y alargan los flecos de sus mantos; aman el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas y ser llamados por los hombres Rabí (Mateo 23:1-7).
La inconsecuencia, la ostentación y el deseo de preeminencia entre quienes profesan la fe, son particularmente desagradables para Cristo.
Por lo que respecta a la inconsecuencia, hay que destacar que lo primero que nuestro Señor dice acerca de los fariseos es que “dicen, y no hacen”. Les decían a otros que hicieran lo que ellos mismos no practicaban.
Por lo que respecta a la ostentación, nuestro Señor declara que hacían todas sus obras “para ser vistos por los hombres”; se hacían sus filacterias – que eran tiras de pergamino con un texto escrito en ellas y que muchos judíos llevaban puestas – de un tamaño exagerado; se hacían los “flecos”, o bordes, de sus vestiduras, que Moisés ordenó a los israelitas llevar para recordar a Dios, da una anchura excesiva (Números 15:38); y todo ello, con el propósito de llamar la atención y hacer a la gente pensar que eran muy santos.
Por lo que respecta al deseo de preeminencia, nuestro Señor nos dice que a los fariseos les encantaba que les ofrecieran “los primeros asientos” en lugares públicos, y que se dirigieran a ellos con títulos halagadores. Nuestro Señor recrimina todas estas cosas, y quiere que velemos y oremos para guardarnos de todas ellas. Son pecados que destruyen el alma: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros?” (Juan 5:44). Bueno habría sido para la Iglesia de Cristo que este pasaje hubiera sido meditado con mayor ahínco, y que su mensaje se hubiera obedecido con mayor ahínco, y que su mensaje se hubiera obedecido con mayor dedicación. Los fariseos no son los únicos que han impuestos normas austeras a otros hombres, ni que han fingido un comportamiento de santidad, ni que han amado la alabanza de los hombres. Los anales de la Historia de la Iglesia muestran que lamentablemente han sido muchos los cristianos que han seguido sus pasos muy de cerca. ¡Ojalá recordemos esto, y seamos sabios! Es perfectamente posible que un hombre de nuestro país, bautizado, sea por dentro un fariseo desde los pies a la cabeza.
Mateo: Meditaciones sobre los Evangelios por J.C. Ryle
Cortesía de Editorial Peregrino