Cristo resucitó de los muertos en gloria
J.C. Ryle
“Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María vinieron a ver el sepulcro. Y he aquí, se produjo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendiendo del cielo, y acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve; y de miedo a él los guardias temblaron y se quedaron como muertos. Y hablando el ángel, dijo a las mujeres: Vosotras, no temáis; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, porque ha resucitado, tal como dijo. Venid, ved el lugar donde yacía. E id pronto, y decid a sus discípulos que El ha resucitado de entre los muertos; y he aquí, El va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Y ellas, alejándose a toda prisa del sepulcro con temor y gran gozo, corrieron a dar las noticias a sus discípulos. Y he aquí que Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mateo 28:1-10).
Cristo resucitó de los muertos con gloria y majestad. No debemos suponer que nuestro bendito Señor necesitara la ayuda de ningún ángel para salir de la tumba; no debemos dudar ni por un momento de que resucitó por su propio poder; pero agradó a Dios que a su resurrección la acompañaran y la siguieran señales y prodigios. Le pareció oportuno que la tierra temblara y que un ángel glorioso apareciera cuando el Hijo de Dios se levantó de entre los muertos como Vencedor.
Hallamos en la resurrección del Señor un tipo y una promesa de la resurrección de su pueblo creyente. La tumba no pudo retenerlo a él más allá del tiempo establecido, y tampoco los podrá retener a ellos; un ángel glorioso fue testigo de su resurrección, y ángeles gloriosos serán los mensajeros que reunirán a los creyentes cuando ellos resuciten. Él resucitó con un cuerpo renovado y, sin embargo, real, auténtico, y físico, y quienes forman su pueblo también tendrán un cuerpo glorioso y serán como aquel que es su Cabeza. “Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” (1 Jn 3:2).
Consolémonos con este pensamiento. Al pueblo de Dios muchas veces le toca sufrir pruebas, aflicción y persecución; su pobre tabernáculo terrenal se daña y se desgasta muchas veces a causa de la enfermedad, la debilidad y el dolor; pero su mejor momento está por llegar. Que esperen con paciencia, y resucitarán en gloria. Cuándo muramos, y dónde estemos enterrados, y qué tipo de funeral tengamos son cosas de poca importancia; la gran pregunta que debemos hacernos es: “¿Cómo será nuestra resurrección?”.
¡Qué terror sintieron los enemigos de Cristo en el momento de su resurrección! Aquellos tipos duros que eran los soldados romanos, aunque estaban acostumbrados a presenciar cosas terribles, vieron algo que los hizo estremecerse. Su valor se derritió en un instante cuando apareció un ángel de Dios.
Este es un tipo y un ejemplo de las cosas que han de venir. ¿Qué harán los impíos en el día final? ¿Qué harán cuando vean a todos los muertos, grandes y pequeños, salir de sus tumbas, y a todos los ángeles de Dios reunidos alrededor del gran trono blanco? ¿Qué miedos y qué terrores se adueñarán de sus almas cuando descubran que ya no pueden seguir evitando la presencia de Dios, y que finalmente han de encontrarse con él cara a cara?
Tomado de 365 días con J.C. Ryle. Usado con permiso.