Cristo el Redentor
James B. Ramsey
Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y El puso su mano derecha sobre mí, diciendo: No temas, yo soy el primero y el último, y el que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades (Apocalipsis 1:17-18).
Querido creyente, vuestro Redentor es Dios, el Autor y el Fin de todas las cosas, en naturaleza, gracia y Providencia. “Yo soy el primero y el último; y el que vivo”. La divinidad original y perfecta de nuestro bendito Señor es la piedra angular misma de nuestra esperanza, la única fuente profunda e inagotable de la que fluye todo manantial de consuelo hacia un mundo culpable. En Él mora toda la plenitud de la divinidad de Dios. En Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, de todo lo que podamos necesitar durante toda la eternidad. Si Jesús es tuyo, entonces todas las cosas también son tuyas, porque Él es “el que vive”; tiene vida en sí mismo, y es la fuente de toda vida natural, espiritual y eterna.
Por consiguiente, Él es el primero y el último en la Creación. Todas las cosas fueron hechas por Él y para Él. “Para Él”; por ello, todas las leyes y los procesos de la naturaleza deben ser, por su constitución original, de tal manera que funcionen en perfecta armonía con lo que es bueno para sus redimidos y que tengan una eficacia perfecta para su gloria como Redentor de ellos. Él es el primero y el último en cuanto a la Providencia. Todos los movimientos de esta se originan en Su santa voluntad y están obligados a ayudar a que Sus grandes propósitos de misericordia redentora progresen. Cada acontecimiento, grande o pequeño, desde la caída de un gorrión hasta la de un imperio, son ordenados por Él y le devuelven su debido rédito de gloria. Las poderosas convulsiones que vienen y van, como las del mar y el bramido de las olas, que hacen que el corazón de los hombres desmaye de miedo, son Su voz, como el sonido de muchas aguas y la marcha de esos pies de bronce bruñido, que consumen y aplastan con irresistible energía todo lo que se oponga a Su Reino.
Él es el primero y el último en la redención. El plan de misericordia tuvo su origen en Su eterno propósito de cumplir, con los requisitos de la justicia eterna, mediante Su propio sacrificio, para así redimir a un pueblo escogido de entre nuestra raza arruinada. Todos los medios por los cuales se llevó a cabo este plan glorioso desde la caída, y se aplicó a cada creyente individual, han tenido su origen en Él y han derivado su eficacia de Él.
El gran fin de todo es asegurar, reunir y perfeccionar toda la amplia multitud de creyentes y unirlos en un solo conjunto glorioso por medio de un vínculo indisoluble consigo mismo como Su propio cuerpo. De este modo, la salvación perfecta y eterna de cada uno está conectada inseparablemente con Su propia gloria, y esencial para la culminación de Su propio cuerpo místico. La Iglesia “es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”1 .
Él es, pues, querido creyente, el Alfa y la Omega de tu salvación. Es el autor y perfeccionador de tu fe. Se encuentra en cada paso que das, desde el primero hasta el último. Él que comenzó la obra en ti, la terminará. Todo es obra suya. “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”2 Por consiguiente, la única voz de todas las leyes y procesos de la naturaleza, de todos los cambios y movimientos en el progreso de los asuntos de este mundo, y de cada hecho, doctrina, amenaza y promesa de Su palabra y Su Reino de gracia a cada creyente, en todas las circunstancias, es exactamente esta: “No temas; yo soy el primero y el último y el que vivo”.
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1. Ef. 1:23
2. Romanos 11:36
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