Confiaré y no temeré
Octavius Winslow
Aquellos que viven continuamente abrumados por un presentimiento doloroso de que pronto llegará su fin encontrarán gran consuelo al pensar que el Señor es quien determina cuándo morirá el creyente. Ciertamente es una verdad solemne que hay un “tiempo de morir” (Eclesiastés 3:2). ¡Oh, cuán conmovedor es pensar sobre ese “tiempo de morir”! Momento en el que cesará este conflicto mortal, cuando el corazón dejará de sentir, volviéndose insensible tanto al gozo como al dolor. ¡Tiempo en el que ya no sufriremos dolores de cabeza, en el que no habrá más llanto! Será la ocasión más santa, la mejor de todas, “cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad” (1 Corintios 15:54). Entonces “seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es” (1 Juan 3:2) …Si realmente así será, entonces, oh, cristiano, ¿por qué tiemblas de temor y te llenas de ansiedad?
El momento de tu muerte, junto con todas sus circunstancias, está en las manos del Señor. Todo ha sido determinado por Aquel que te ama y es tu Redentor: empleará su bondad infinita, sabiduría y fidelidad a favor de tu más profunda felicidad en cada circunstancia de tu partida. La última enfermedad no puede aproximarse, el “último enemigo” no puede lanzar su ataque hasta que Él no lo permita. Todo está en sus manos. Por lo tanto, con perfecta tranquilidad, déjale a Él esa última escena de tu vida. No puedes morir lejos de Jesús. No importará si tu espíritu toma vuelo en casa o en el extranjero, si ocurre entre desconocidos o mientras estás rodeado de amigos, si el proceso es largo o si tu partida surge por un derrame repentino, a través de la niebla o de la lumbre, ¡Jesús te acompañará! Con el sostén de su gracia y la alegría de su presencia, podrás proclamar victoriosamente: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento” (Salmo 23:4). De esta manera darás testimonio aun en tu muerte de la fidelidad de Dios y de cuán preciadas son sus promesas. Entonces podrás decir: “El tiempo de mi muerte está en tus manos, oh, Señor, y allí tranquilamente he decidido dejarlo”.
… ¿Quién determina los tiempos del creyente? Están en las manos de un Padre, sin importar cuáles sean las circunstancias: en tiempos de prueba, tentación, sufrimiento, peligro, alegría o tristeza, muerte o vida, ¡todos sus tiempos están en las manos de su Padre. ¿Actualmente caminas por un sendero lóbrego en el que te encuentras asediado por la soledad? ¿Se ha placido el Señor en quitarte una bendición que resultaba ser muy grata o te ha negado algo que le has pedido con ahínco? ¿Ha expuesto tu corazón a una disciplina dolorosa? Aun todo esto brota del amor de un Padre, y tan plenamente como si hubiera abierto su tesoro para verter ante ti los regalos más costosos.
Además, nuestros tiempos también están en las manos de un Redentor, el mismo que cargó nuestras penas en su corazón, que tomó sobre su alma nuestra maldición y nuestras transgresiones. Él es aquel Redentor que tomó nuestra cruz sobre sus hombros, quien murió y resucitó, quien vive para interceder por nosotros; el que en gloria reunirá en torno a Él a todos sus rescatados, ¡Él es tu guardián y tu guía! ¿No depositarás alegremente en sus manos cada una de tus preocupaciones terrenales y todos tus asuntos espirituales para que Él sea quién se encargue de ellos? “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). La respuesta de la fe es un “sí” enfático: “Sí, mis tiempos están en esas manos que todavía llevan en sus palmas la señal de los clavos. Por lo tanto, ‘confiaré y no temeré’ (Isaías 12:2)”.
Adaptación y traducción de un extracto de My Times in God’s Hand por Octavius Winslow.
Copyright © 2019 traducción al español por la Iglesia Bautista Reformada.
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Artículo en inglés cortesía de Chapel Library.