Nunca te dejaré
Arthur W. Pink
Nunca te dejaré ni te desampararé. —Hebreos 13:5
El contentamiento es la tranquilidad del alma, el estar satisfecho con la porción que Dios nos ha dado. Es lo opuesto a un espíritu avaricioso que nunca encuentra sosiego, lleno de ansiedad desconfiada, de murmuraciones e irritación. “Es una actitud mental que surge cuando depositamos toda nuestra confianza en Dios y encontramos nuestra satisfacción solo en Él, a pesar de todo lo demás que pueda amenazarnos con hacernos mal1” . Nuestro deber es mantener la balanza de nuestro corazón equilibrada de modo que, sin importar cuales sean los tratos de Dios para con nosotros, esta no suba por un lado ni baje por el otro cuando nos visite la prosperidad o la adversidad… Cuando te sientas tentado a quejarte por tu suerte, medita en Aquel que, cuando se encontraba aquí, no tenía dónde recostar Su cabeza. Sus amigos lo malinterpretaban constantemente y era odiado por una cantidad innumerable de enemigos. Contemplar la cruz de Cristo es un medio maravilloso para tranquilizar la mente agitada y el espíritu quejumbroso.
“[Estad] contentos con lo que tenéis, porque Él mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé” (Hebreos 13:5). Aquí vemos una aplicación de lo que se afirma justo antes en el versículo, una razón para los deberes que se nos imponen, un motivo para llevarlos a cabo. Se cita una promesa divina que tiene el poder de persuadirnos a estar contentos, alejándonos de la avaricia, si solo nos apropiáramos de ella como es debido. El descansar sobre esta garantía divina servirá para controlar nuestros deseos y aliviar nuestros temores. Las palabras “nunca te dejaré ni te desampararé” son una garantía de que Dios continuamente nos protege y suple lo que necesitamos; en breve, estas palabras son una reprensión para todos nuestros deseos excesivos y condenan todo temor que se alimenta de la ansiedad. Los males que aquí se prohíben tienen un vínculo estrecho ya que, en la mayoría de los casos, la avaricia del cristiano se basa en su temor de sufrir necesidad mientras que la falta de contentamiento generalmente surge cuando sospechamos que nuestra porción actual no será suficiente para suplir nuestras necesidades. Cada una de estas inquietudes es tan irracional como la otra y deshonra el nombre de Dios.
Tanto la avaricia como la falta de contentamiento proceden de la incredulidad. Si verdaderamente confío en Dios, ¿tendré dudas sobre el futuro o temblaré ante la posibilidad de morirme de hambre? Desde luego que no, las dos cosas son incompatibles, se oponen entre sí: “Confiaré y no temeré” (Isaías 12:2). Por tanto, el argumento del apóstol es claro y convincente: “Sea vuestro carácter sin avaricia, contentos con lo que tenéis, porque Él mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé”. El versículo afirma que “Él mismo ha dicho”, pero ¿quién lo ha dicho? Bien, lo ha dicho Aquel cuyo poder es omnipotente, cuya sabiduría es infinita, cuya fidelidad es inquebrantable, cuyo amor no cambia. “Toda la eficacia, el poder y el consuelo de las promesas divinas surgen de las excelencias divinas y son parte de estas. El que es verdad lo ha dicho y no puede mentir2” . ¿Y que es lo que ha dicho, aquello que si aceptamos por la fe servirá para derrotar la avaricia y obrará en nosotros el contentamiento? Sus palabras son estas: “Nunca te dejaré ni te desampararé”. La presencia de Dios, la providencia de Dios, la protección de Dios, todo esto aquí se nos garantiza. Si apreciamos debidamente estas bendiciones inestimables mantendremos nuestros corazones en paz. ¿Qué más podríamos anhelar? ¡Oh, sentir realmente Su presencia, que Él en Su misericordia se manifestara a nuestras almas! ¿Cuál sería el valor de toda la riqueza, el honor, los placeres de este mundo si al final Él nos abandona por completo? El consuelo de nuestras almas no depende tanto de la provisión externa sino más en apropiarnos del contenido de las promesas divinas, gozándonos en ellas. Si descansáramos más en ellas anhelaríamos menos obtener los bienes de este mundo. ¿Por qué razón estaremos aún atemorizados cuando Dios ha prometido estar siempre a nuestro lado, brindándonos Su ayuda?
“Nunca te dejaré ni te desampararé”. Es casi imposible reproducir el énfasis del original, en el que se usan por lo menos cinco expresiones negativas para aumentar la fortaleza de la negación, según la expresión en el idioma griego. Tal vez esta traducción sea la mejor forma de aproximarnos al significado: “Nunca, no, nunca, te dejaré y nunca te desampararé”. Con esta garantía en mente no debemos temer necesidad alguna, ni angustia, ni sentirnos turbados por el futuro. Dios no abandonará por completo a los suyos en ninguna ocasión, en ninguna circunstancia, pensable o impensable, por ninguna causa, cualquiera que sea. Entonces, ¡cuánta seguridad tienen los suyos! ¡Cuán imposible que alguno de ellos perezca eternamente! En Su misericordia Dios aquí condesciende con nosotros para afianzar hasta lo sumo la fe de los creyentes en todas sus dificultades y pruebas. La presencia continua de Dios garantiza que Él suplirá continuamente para todas nuestras necesidades.
“Él mismo ha dicho: Nunca te dejare ni te desampararé”. Estas palabras fueron dichas por Jehová por primera vez al sucesor de Moisés (Josué 1:5), quien estaba encargado de despojar todas las naciones paganas que en aquel entonces habitaban en Canaán… En la actualidad esta preciosa promesa es tan mía como lo era de Josué en la antigüedad. Entonces, abracemos este principio tenazmente: las promesas divinas que en ocasiones especiales Dios hizo a personas específicas también son para el uso general de todos los miembros de la familia de la fe… ¿No son las necesidades de los creyentes las mismas a través de las edades? ¿No se conmueve Dios igualmente por todos Sus hijos? ¿No siente el mismo amor hacia cada uno de ellos? Si prometió no abandonar a Josué, no nos abandonará tampoco a nosotros. “Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
“De manera que decimos confiadamente: El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Que podrá hacerme el hombre?” (Hebreos 13:6). Una vez más el Apóstol acude al testimonio divino para confirmar su argumento ya que cita el Salmo 118:6. Al citar las palabras de David, nuevamente les enseña cómo el lenguaje del Antiguo Testamento se aplicaba a su propio caso y cuán lícito era apropiarse de sus palabras, por eso pueden decirlo “confiadamente”, ¡así mismo como lo hacía el salmista! El creyente es débil e inestable en sí mismo y necesita ayuda constantemente; sin embargo, el Señor siempre está dispuesto a estar de Su lado y brindarle toda la ayuda que necesite. La afirmación que “el Señor es el que me ayuda” implica, como señaló William Gouge (1575-1653), “una disposición deseosa de brindarnos todo el socorro que necesitamos”. En lugar de desampararnos, Él nos ayuda, tanto interna como externamente. Notemos cuidadosamente el cambio que existe entre “decimos confiadamente” y “el Señor es el que me ayuda”: significa que los privilegios generales son para que nosotros específicamente nos apropiemos de ellos. “El hombre tiene la capacidad de hacer muchas cosas: nos puede multar, encarcelar, desterrar, aplastarnos tanto que lleguemos a ser solo un bocado de pan; sí, hasta tiene el poder para torturar y ejecutarnos. Sin embargo, mientras Dios esté con nosotros y nos sostenga, podremos decir confiadamente: ‘No temeré lo que pueda hacerme el hombre’. ¿Por qué? A Dios no le place que perezcamos; Él puede brindarnos gozo en medio de la tristeza, vida en medio de la muerte”3 . Que el Señor en Su misericordia permita que tanto el escritor como el lector disfruten de mayor fe en Él, que descansen más en Sus promesas, sean más conscientes de Su presencia, tengan más seguridad de Su socorro de modo que gocemos de una liberación más completa de la codicia, la falta de contentamiento y el temor al hombre.
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1. John Owen, Exposition of the Epistle to the Hebrews (Exposición de la Epístola a los Hebreos), Vol.7, 412-413.
2. Owen, 413.
3. Thomas Manton, “Sermon upon Hebrews 13:5” (Sermón sobre Hebreos 13:5), The Complete Works of Thomas Manton (Las obras completas de Thomas Manton), Vol. 18, 452.
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Artículo en inglés cortesía de Chapel Library