Descripción de la mujer virtuosa (2)
Charles Bridges
Proverbios 31:10-31
Observamos su conducta como ama de casa.
Aquí también, su adoración no consiste en que dedica su tiempo a ejercicios devocionales personales (aunque ella como “mujer que teme a Jehová” (vs. 30), los valora debidamente), sino que, conforme al canon de la Escritura, gobierna su casa (1 Ti. 5:14), mirando cuidadosamente por sus tareas, distribuyendo tanto su comida como su trabajo en la debida proporción y a su debido tiempo. Ésta es su responsabilidad. Si “sale el hombre a su labor, y a su labranza hasta la tarde” (Sal. 104:23), el trabajo de la mujer es ser “[cuidadosa] de su casa” (Tit. 2:5). Y, ciertamente, es hermoso ver cómo por su industria, abnegación y vigor, ella “edifica su casa” (Pr. 14:1). Se levanta aún de noche, no para ser admirada ni para que hablen bien de ella, sino para dar comida a su familia. Es sobresaliente también la delicadeza con la que ella preserva su propia esfera… Considera tan bien los caminos de su casa, muestra tal inagotable energía en cada área de la vida, que nadie la puede acusar de comer el pan de balde. En su casa, el orden es el principio de su dirección. Ni su cuidado previsor se limita sólo a los suyos. Su huso y su rueca trabajan, no sólo para ella o para su casa, sino para el pobre y el menesteroso. Y, habiendo primero derramado su alma (Is. 58:10, RV 1909), ella abre sus manos (Dt. 15:7, 8) para abrazar a aquellos que están lejos de ella con la fuente de su amor y, de esta manera, la bendición de los que iban a perecer viene sobre ella (Job 29:13; Hch. 9:39).
Su espíritu y sus maneras son también del mismo carácter y están en plena concordancia con su profesión… La mujer piadosa, no sólo tiene la ley del amor en su corazón, sino sabiduría en su boca y en su lengua, la ley de clemencia. El mismo amor que rige su corazón gobierna su lengua… De esta manera, ciertamente, “la mujer virtuosa es corona de su marido” (Pr. 12:4). “Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra” (Pr. 31:23), como alguien que ha sido bendecido con tesoros extraordinarios de felicidad; que tal vez debe su prosperidad a la abundancia adquirida por la dirección del hogar por parte de ella y, podría ser, como aquel que debe la preservación y establecimiento de su virtud, al ánimo proporcionado por el ejemplo y la conducta de su esposa. En cuanto a sí misma, muchas y evidentes bendiciones están sobre ella. La fuerza es la vestidura de su hombre interior. La resolución y el coraje cristianos la elevan por encima de las turbadoras dificultades. La vestidura del honor la marcan con la aprobación del Señor, como su sierva fiel, la hija de su gracia y la heredera de su gloria…
Versículos 28-31: La mujer virtuosa obviamente está promoviendo su propio interés. Pues, ¿qué mayor felicidad terrenal puede conocer que la reverencia que le dispensan sus hijos y la alabanza de su marido? Podemos imaginarnos su condición: Coronada con los años, sus hijos crecidos, tal vez ellos mismos rodeados con familias y tratando de dirigirlas como ellos habían sido dirigidos. Su madre está constantemente ante sus ojos. Su guía tierna, sus sabios consejos, su disciplina amorosa, su ejemplo santo permanecen vívidamente en sus recuerdos. Ellos no cesan de llamarla bienaventurada y de bendecir al Señor por ella como su inestimable don. Su esposo la alaba cariñosamente. Su apego a ella estaba basado, no en los engañosos y vanos encantos de la belleza, sino en el temor del Señor. Por tanto, ella está en sus ojos hasta el final, es la estancia de sus años de la vejez, el bálsamo de sus preocupaciones, la consejera en sus confusiones, la consoladora en sus penas, el rayo de luz de sus alegrías terrenales (Eclesiástico1 36:23-24). Tanto los hijos como el esposo se unen en reconocimiento agradecido: “Muchas mujeres hicieron el bien, mas tú sobrepasas a todas”.
Pero nos podemos preguntar, ¿por qué las recomendaciones exteriores no forman parte de este retrato? Todo lo que está descrito es sólida excelencia; la gracia es engañosa. Una graciosa forma y apariencia, a menudo acaban en un desengaño más amargo de lo que es posible expresar con palabras. A menudo, estas encubren las más viles corrupciones. Y entonces la belleza, ¡qué vanidad pasajera es! Un ataque de enfermedad la barre (Sal. 39:11). La pena y las preocupaciones marchitan sus encantos. E incluso si permanece, tiene poco que ver con la felicidad. Se manifiesta como la ocasión fructífera de problemas, la fuente de muchas hirientes tentaciones y trampas y, sin un principio sustancial para una mente lúcida, se convierte en un objeto de repulsión más bien que de atracción (Pr. 11:22).
El retrato, aquí dibujado por inspiración divina, comienza con el toque de una mujer virtuosa y completa la escena con los trazos de una mujer que teme al Señor (31:10, 30). Por las bellas características descritas —su fidelidad a su marido, sus hábitos activos, su buena gestión y diligencia con su familia, su consideración para las necesidades y la comodidad de los demás, su conducta cuidadosa, su ternura para con el pobre y menesteroso, su comportamiento atento y amable para con todos—, vemos que todo su carácter y gracia sólo pueden proceder de la virtud que se identifica con la piedad vital. Son los buenos frutos que muestran que el árbol es bueno (Mt. 7:17). Ellos son ese fruto, que procede de un principio recto, que el corrompido tronco natural de un hombre nunca podrá producir.
¡Cuán valioso es este retrato como directorio para la elección del matrimonio! Sea la virtud, y no la belleza, el objeto principal. Sea puesta en contra de la vanidad de la belleza, la verdadera felicidad, que está relacionada con la mujer que teme al Señor. Aquí está la sólida base de la felicidad. “Si —dice el obispo Beveridge— la escojo por su belleza, la amaré sólo mientras esta continúa y, entonces, adiós de repente tanto al deber como al gozo. Pero si la amo por sus virtudes, entonces, aunque todos los demás arenosos fundamentos caigan, con todo, mi felicidad permanecerá entera”. “De esta manera —dice Matthew Henry— cerramos este espejo para las mujeres, el cual se desea que ellas abran para vestirse según él. Y si lo hacen, su atavío será hallado para alabanza, y honor y gloria en la manifestación de Jesucristo”.
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Tomado de Proverbs (Proverbios), reimpreso por The Banner of Truth Trust (El Estandarte de la Verdad)
Charles Bridges (1794-1869): Un líder del partido evangélico en la Iglesia de Inglaterra. Conocido por obras como The Christian Ministry (El ministerio cristiano), Proverbs (Proverbios) y Psalm 119 (Salmo 119).
Cortesía de Chapel Library