Gratitud por las misericordias que hemos recibido
John Flavel
Llamarán a los pueblos al monte; allí ofrecerán sacrificios de justicia, pues disfrutarán de la abundancia de los mares, y de los tesoros escondidos en la arena. —Deuteronomio 33:19
Doctrina: Que el deber especial de los marineros, cuando Dios permite que regresen a sus hogares en paz, es reconocer y bendecir Su nombre con gratitud por todos los cuidados y misericordias que han recibido de Su mano. Son misericordias verdaderas aquellas que obtenemos de Dios por medio de la oración y por las cuales le rendimos alabanza. Cuando hemos recibido nuestras misericordias Dios espera que lo alabemos. Después de hablar sobre los peligros y los temores que asedian a los marineros en un océano turbulento, y la bondad de Dios al llevarlos al puerto deseado (Salmo 107:30), el salmista los exhorta a llevar a cabo este deber: “Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas para con los hijos de los hombres”. ¡Oh, que los hombres así lo hicieran! Es casi inimaginable que no lo hagan. El que tiene corazón de bestia y no de hombre actúa de tal manera. Espera, ¿dije corazón de bestia? No, desechemos esa palabra porque aún las bestias muestran un tipo de gratitud hacia sus benefactores: “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento” (Isaías 1:3).
1. Necesitamos explicar la naturaleza de este deber ya que pocos entienden en qué consiste. ¡Ay! No es un mero “Dios, te damos gracias” que se dice fría y formalmente, solo por costumbre. Ahora, si indagamos sobre la naturaleza de este deber, encontraremos que todo el que se compromete a realizar esta obra angelical debe
Primero, observar atentamente las misericordias que recibe. Esto es una parte fundamental del deber. Si no se observan las misericordias recibidas entonces no se pueden dar alabanzas por ellas. Dios nunca ha sido honrado por misericordias que pasan desapercibidas. Cuando David enumera varias formas en que Él administra Su providencia hacia diferentes clases de hombres, exhortándolos a alabar a Dios por ello, añade al final: “¿Quién es sabio? Que preste atención a estas cosas, y considere las bondades del Señor” (Salmo 107:43). Dios dice esto contra Israel: “Pues ella no sabía que era yo el que le daba el trigo, el mosto y el aceite, y le prodigaba la plata y el oro” (Oseas 2:8). En otras palabras, no se molestaban por observar que las misericordias procedían de Mi mano, no lo notaban, más bien se fijaban solo en la causa más próxima. Así se comportan muchas personas, no piensan sobre sus propias misericordias. Las otras personas a su alrededor sí pueden percibirlas, pero ellos no las ven; son prontos para notar los problemas que los asedian, pero les dan poca importancia a las misericordias. Algunos hombres jamás están agradecidos.
En segundo lugar, el hombre agradecido no solo debe observar las misericordias que tiene y de donde proceden, además debe considerar de forma especial la naturaleza y medida de estas, el período en que ocurren y la forma en que llegan. Cuando dejamos de hacer esto, perdemos de vista gran parte de la gloria de Dios y no obtenemos el consuelo del que podríamos haber disfrutado. “Grandes son las obras del Señor, buscadas por todos los que se deleitan en ellas” (Salmo 111:2). Sin duda, no hay otro empleo en todo el mundo que brinde más placer a un alma agradecida que el de analizar las obras de la providencia. ¡Qué dulzura imparte el observar la coincidencia de ciertos detalles y las ocasiones en que las misericordias se introducen en nuestras vidas; toda circunstancia, por más insignificante que parezca, tiene su peso y su valor en estos asuntos. El que se traga la comida sin masticar no puede encontrar mucho disfrute en ella.
En tercer lugar, la persona agradecida debe estimar sus misericordias correctamente y valorarlas. Es imposible que un hombre esté agradecido por misericordias que poco valora. Israel no pudo alabar a Dios por el pan de ángeles con el que los alimentaba ya que lo despreciaron, diciendo: “Pero ahora no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná” (Números 11:6). Además, ciertamente la gran corrupción de nuestra naturaleza queda al descubierto cuando aquellas cosas que deberían hacernos valorar nuestras bendiciones aún más nos hacen más bien despreciarlas; así nos comportamos. El mismo hecho de que las misericordias sean comunes y corrientes, que persistan por mucho tiempo, debería hacernos apreciarlas más y diariamente aumentar nuestro compromiso con Dios, pero al contrario, hace que ante nuestros ojos parezcan baratas e insignificantes. Por lo tanto, Dios a menudo las pone en peligro y hasta las elimina para que reconozcamos su verdadero valor y excelencia.
En cuarto lugar, la persona agradecida debe mantener un registro fiel de las misericordias de Dios ya que de otro modo Él no recibirá la alabanza que por estas merece. “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:2). Las misericordias que olvidamos no dan fruto; el tener mala memoria en este caso resulta en un corazón y una vida estériles. Confieso que las misericordias de Dios son tan numerosas que ni siquiera una memoria de bronce podría retenerlas todas. David afirma: “Mas yo, por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa” (Salmo 5:7). ¡Son llamadas “lluvias de bendición”! (Ezequiel 34:26). Así como es imposible enumerar todas nuestras bendiciones, así también lo es contar las gotas de lluvia que caen en un aguacero. Sin embargo, el pueblo de Dios se ha esforzado piadosamente y con empeño para mantener y perpetuar Sus misericordias, empleando todas las formas posibles para recordarlas. Por tal motivo, han mantenido registros (Éxodo 17:14); compuesto salmos específicamente para conmemorar, como por ejemplo el Salmo 70; e incluso nombraban lugares basándose en las misericordias que allí recibieron. Así Jacob llamó Betel al lugar donde encontró tanta misericordia. Agar nombró el pozo donde Dios la libró inesperadamente, Beer-lajai-roi, “pozo del Viviente que me ve” (Génesis 16:13-14).
El pueblo de Dios incluso señalaba los días con las misericordias que en ellos recibieron, llamando aquellos días en los que Dios obró su liberación “Purim, por el nombre Pur”, para designar la suerte que se echó delante de Amán en contra de sus vidas (Ester 9:26). Sí, incluso nombraban a sus hijos según las misericordias que habían recibido (1 Samuel 1:20). De tal manera las almas agradecidas se han empeñado por reconocer las misericordias que Dios les concede para que Él reciba la alabanza que merece y ellos el consuelo que estas imparten.
En quinto lugar, la persona agradecida debe ser afectada debidamente por las misericordias que recibe. Nos conviene recordar con afecto en lugar de entretener meras especulaciones. Así Dios es glorificado, cuando el sentido de Sus misericordias hace arder nuestros corazones con gozo santo, amor y admiración. Por tanto, David se sienta ante el Señor como quien está maravillado por Su bondad: “¿Y qué más podría decirte David? Pues tú conoces a tu siervo, oh Señor Dios” (2 Samuel 7:20). Por las misericordias de Dios los corazones de los santos han saltado de gozo dentro de ellos: “Porque tú, oh Señor, me has alegrado con tus obras, cantaré con gozo ante las obras de tus manos” (Salmo 92:4). Las misericordias no son misericordias, nuestras liberaciones no serán para nosotros liberación, si no las recibimos con alegría.
En sexto lugar, la persona agradecida debe regular su conducta según los compromisos que las misericordias de Dios le han impuesto. Después de haberlo dicho todo, el meollo del agradecimiento es la vida misma de la persona agradecida. La obediencia y el servicio son la única manifestación verdadera de la gratitud. “El que ofrece sacrificio de acción de gracias me honra; y al que ordena bien su camino, le mostraré la salvación de Dios” (Salmo 50:23). Estima esto como una verdad perpetua: Dios nunca es alabado ni honrado cuando abusamos de Su misericordia. La ira de Dios se encendió en contra de Ezequías por su comportamiento: “Mas Ezequías no correspondió al bien que había recibido, porque su corazón era orgulloso; por tanto, la ira vino sobre él, sobre Judá y sobre Jerusalén” (2 Crónicas 32:25). El hombre que es realmente agradecido dirá como David: “¿Qué daré al Señor por todos sus beneficios para conmigo?” (Salmo 116:12). Por consiguiente, glorificamos a Dios con Sus misericordias cuando las empleamos para los fines correctos, cuando con gratitud gozamos del consuelo que estas nos dan, recibiéndolas con acción de gracias como de la mano de un padre. El Sr. Swinnock relata la historia de un joven que no dejaba de pedir alimento en su lecho de enfermedad. Sin embargo, cuando le traían comida, inmediatamente comenzaba a estremecerse y a temblar solo al verla, y así seguía hasta que le retiraban el plato. De modo que, antes de su muerte, reconoció que la justicia de Dios se había desplegado en estas circunstancias porque, cuando había disfrutado de salud, solía recibir los alimentos sin dar gracias.
Emplea todas las misericordias de Dios con gratitud ya que Él recordará en Su ira a los que olvidan Sus favores.
Tampoco pienses que Dios te bendice solo para tu propio beneficio. Más bien hónralo con tus misericordias brindando abrigo al desnudo y alimentando al hambriento, especialmente a los que son piadosos. Esta es la forma correcta de incrementar tus bienes. Así podrás “hacer amigos por medio de las riquezas injustas” (Lucas 16:9). ¡Oh, con cuanta infrecuencia consideramos el loor y la gloria que de esta forma podemos suscitar en los demás a favor del nombre de Dios! De esta manera honra al Señor con tus bienes; considera que todas tus posesiones son talentos del Maestro por los cuales tendrás que rendir cuentas. Úsalos, empléalos para Dios; de este modo podrás dar cuentas gozosamente. Entonces mostrarás que eres realmente agradecido. Por lo tanto, hemos visto lo que implica la verdadera gratitud. ¡Oh, ciertamente no es lo que pensábamos!
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1. Registro: libro o volumen en el que de forma regular se anotan los eventos o detalles de cualquier tipo que se consideran ser lo suficientemente importantes como para apuntarlos con toda formalidad y exactitud.
2. George Swinnock (1627-1673) – Predicador puritano, graduado de Oxford y Cambridge, que fue expulsado de su púlpito en el 1662 por su posición no conformista. Nació en Maidstone, Inglaterra.
Extracto de “The Seaman’s Return” (El retorno del marinero), un sermón que originalmente se incluye en The Seaman’s Companion: Wherein the Mysteries of Providence, relation to Seamen, are opened; their Sins and Dangers discovered; their Duties pressed, and their several Troubles and Burdens relieved (El compañero del marinero: Consideración de los misterios de la Providencia en relación con los marineros, exposición de sus pecados y los peligros que enfrentan, junto con alivio para sus varios pesares y problemas), en The Works of John Flavel (Las obras de John Flavel), volumen 5, reimpreso por Banner of Truth.
John Flavel (c. 1630-1691): Ministro inglés presbiteriano que servía en Dartmouth, Devonshire, Inglaterra. Escritor fecundo de obras evangélicas como por ejemplo The Fountain of Life Opened (La fuente de vida descubierta) y Guarda tu corazón. Las ilustraciones que tan vívidamente pintaba con palabras tenían como resultado sermones memorables que transformaban a sus oyentes. Uno de ellos afirmó: “La persona que pueda sentarse bajo su ministerio sin ser afectada debe ser o muy sosa o de corazón muy duro”. Nació en Bromagrove, Worcester, Inglaterra.
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Artículo en inglés cortesía de Chapel Library