La misión de la mujer (2)
John Angell James
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” —Génesis 2:18.
La mujer fue creada para ser la gloria del hombre al estar subordinada a él, como su ayuda y adorno. Ella, no sólo fue hecha de él, sino para él. Toda su belleza, atractivo y pureza no son sólo expresiones de su excelencia, sino de la honra y dignidad del hombre, puesto que todas, no sólo derivaron de él, sino que fueron hechas para él.
Ésta es pues, la verdadera posición de la mujer y, si se necesita decir algo más para probarla a partir de las palabras del cristianismo, nos podemos referir al lenguaje apostólico en otros lugares, donde se insta a las mujeres a que “como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Ef. 5:24).
Tampoco el apóstol Pablo está solo en esto, puesto que Pedro escribe de la misma manera. Inclínese la mujer a esta autoridad y no se sienta degradada por esta sumisión. Se ha dicho que, en la vida familiar, el hombre es como el sol, pero que la mujer es como la luna con un esplendor que recibe del hombre. Se puede decir con mayor verdad y propiedad, y de manera que produzca menos resentimiento, que el hombre brilla como si fuera el primer planeta reflejando la gloria de Dios, quien es el centro del universo moral y que la mujer, aunque deriva igualmente su esplendor de la lumbrera central y es gobernada por su atracción, aun así, es el satélite del hombre, gira alrededor de él, lo sigue en su curso y lo sirve.
He aquí, por tanto, lo digo de nuevo, que la posición y misión de la mujer se resume en amor y sujeción a su marido.
Todo lo que tiene que ver con la relación del hombre y la mujer tiene, sin embargo, desde la caída, un carácter más serio. El amor de la mujer se ha vuelto más ansioso, su humildad más profunda. Vergonzosa de sus propios defectos y ansiosa de recuperar su lugar en el corazón de su marido, la mujer vive para reparar el mal que causó al hombre y prodiga sus consolaciones, que pueden endulzar las amarguras presentes del pecado, y sus advertencias, que pueden guardarlo de las amarguras futuras del infierno.
La mujer, pues, cualquiera que sea la condición que pueda tener en la sociedad en general, cualesquiera que sean los deberes derivados de esta condición que ella debe cumplir y cualesquiera que sean los beneficios que ella pueda tener por el recto cumplimiento de estos deberes sobre la comunidad, debe considerarse a sí misma, principalmente, como llamada a promover el bienestar del hombre en sus relaciones privadas. Ella promoverá su propia paz al promover la del hombre y podrá recibir de él todo ese respeto, protección y siempre continuo afecto, los cuales, su naturaleza igual a la del hombre, su compañerismo y su dedicación le dan justo derecho a reclamar. Ella ha de ser, en la vida matrimonial, su continua compañera, en cuya sociedad el hombre ha de encontrar a aquella con quien él está mano a mano, ojo a ojo, labio a labio y corazón a corazón; a quien él puede cargar con los secretos de un corazón lleno de preocupaciones o exprimido de angustia; cuya presencia será para él mejor que toda sociedad; cuya voz será su música más dulce, cuyas sonrisas serán sus más brillantes rayos del sol; de quien se tiene que ir con lástima y a cuya compañía él regresa con pies presurosos cuando los trabajos del día han pasado; quien andará cerca de su corazón lleno de amor y sentirá los latidos del afecto cuando sostenga su brazo con el suyo y le oprima en su costado. En sus horas de conversación privada, él le contará todos los secretos de su corazón, encontrará en ella todas las capacidades y todas las solicitudes del más tierno y querido compañerismo, y en sus amables sonrisas y palabras sin restricción gozará todo lo que puede esperarse de aquella que Dios le dio para ser su compañera y amiga.
En este compañerismo, donde la mujer fue creada para ayudar al hombre, deben, por supuesto, incluirse los compasivos oficios de consoladora. Su papel, en sus horas de privacidad, es el de consolarlo y alegrarlo; cuando está herido o insultado, el de sanar las heridas de su afligido espíritu; cuando está cargado por la preocupación, el de aligerar su carga al compartirla; cuando está gimiendo con angustia, el de calmar por sus pacíficas palabras, el tumulto de su corazón y actuar en todas sus penas como un ángel ministrador.
Ni ella debe negarse a ofrecer los consejos de sabiduría que su prudencia sugeriría, ni él debe negarse a recibirlos, aunque ella pueda no estar íntimamente familiarizada con todos los enredos que tienen que ver con los asuntos de este mundo. El consejo de la mujer, si hubiera sido buscado o seguido, habría salvado a miles de hombres de la bancarrota y la ruina. Pocos hombres han lamentado tomar consejo de una esposa prudente, mientras multitudes se han tenido que reprochar a sí mismos por su locura en no preguntar y, otras multitudes, por no seguir los consejos de tal compañera.
Si pues, ésta es la misión de la mujer conforme a la representación de su todopoderoso Creador, la de ser la ayuda idónea de ese hombre a quien ella se ha entregado como compañera en su peregrinaje sobre la tierra, esto obviamente supone que el matrimonio, contraído con una debida estima de la prudencia y bajo todas las debidas regulaciones, es el estado natural, tanto del hombre como de la mujer.
Y así lo afirmo, en verdad lo es. La Providencia lo ha querido y la naturaleza lo incita. Pero como las excepciones son tan numerosas, ¿no hay misión para aquellos que pertenecen a la excepción? ¿Es la mujer casada la única que tiene una misión y una misión importante? Ciertamente no. En estos casos, recurro a la misión de la mujer en la sociedad en general. ¿No es ésta de la mayor importancia? ¿No ha sido admitido en todas las épocas y por todos los países que la influencia del carácter femenino sobre la virtud y la felicidad de la sociedad, y sobre la fortaleza y prosperidad de la nación, es enorme, sea para bien o para mal?…
Cada mujer, sea rica o pobre, casada o soltera, tiene un círculo de influencia en el que ella, conforme a su carácter, está ejerciendo cierta cantidad de poder para bien o para mal. Cada mujer, por su virtud o por su vicio, por su sabiduría o por su locura, por su dignidad o por su ligereza, está añadiendo algo a nuestra elevación o degradación nacional. En la medida que la virtud femenina es prevaleciente en la sociedad, sostenida por un sexo y respetada por el otro, una nación no puede caer muy bajo en la escala de la ignominia al hundirse en las profundidades del vicio.
Hasta cierto punto, la mujer es el conservante de la prosperidad de la nación.
Su virtud, si es firme e incorrupta, será el centinela sobre el imperio. La ley, la justicia y las artes, todas ellas contribuyen, por supuesto, al bienestar de la nación; la influencia benéfica fluye de varias fuentes e innumerables actores pueden contribuir a ella, cada uno actuando en su vocación por el bienestar del país. Pero si el tono general de la moralidad femenina es bajo, todo será en vano, mientras que, por otra parte, la prevalencia universal de la inteligencia y virtud de la mujer hará crecer la corriente de la civilización a su nivel más alto, impregnándola con sus ricas cualidades y propagando su fertilidad sobre la superficie más amplia. No es probable que una comunidad sea derrocada, allí donde la mujer cumple con su misión porque ella, por el poder de su noble corazón sobre el corazón de los demás, la levantará de sus ruinas y la restaurará de nuevo a la prosperidad y el gozo. Aquí entonces, tanto más allá del círculo de la vida matrimonial como en él, está sin duda parte de la misión de la mujer y una parte bien importante. Su campo es la vida social, su objeto es la felicidad social, su recompensa es la gratitud y el respeto social.
Si estoy en lo correcto en cuanto a la naturaleza de la misión de la mujer, no puedo errar en la correcta esfera de la misma. Si ella fue creada para el hombre y no sólo para la raza humana, sino para un hombre, entonces la fácil y necesaria consecuencia es que el hogar es el escenario adecuado para la acción e influencia de la mujer. Hay pocas palabras en el lenguaje que agrupen tantas benditas asociaciones, así como deleitan a cada corazón, como la palabra “hogar”. El Elíseo del amor, la cuna de la virtud, el jardín del gozo, el templo de la concordia, el círculo de todas las tiernas relaciones, el lugar de juegos de la niñez, la morada del hombre, el retiro de la vejez; donde la salud ama gozar de sus placeres, la prosperidad se deleita en sus lujos y la pobreza soporta sus rigores; donde la enfermedad puede mejor soportar sus dolores y la mortal naturaleza expira; hogar que lanza su hechizo sobre aquellos que están en su círculo encantado y aun envía sus atracciones más allá de los océanos y continentes, atrayendo hacia sí los pensamientos y deseos de los hombres que se alejan de él para irse a las antípodas —este hogar, el dulce hogar, es la esfera de la misión de la mujer casada.
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Tomado de Female Piety (La piedad femenina), reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books
John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacionalista inglés; predicó y escribió a la gente corriente de todas las edades y de todo tipo de condición en la vida; fue tenido en alta estima, aun siendo un hombre humilde y sin pretensiones que dijo: “Mi propósito es el de ayudar al cristiano a practicar la verdad de la Escritura”. Autor de Female Piety (La piedad femenina), A Help to Domestic Happiness (Una ayuda para la felicidad familiar), An Earnest Ministry (Un ministerio sincero) y muchos otros.
Cortesía de Chapel Library