La misión de la mujer (1)
John Angell James
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” —Génesis 2:18.
La mujer, como tal, tiene su misión. ¿Cuál es ésta? ¿Cuál es precisamente el rango que ella ha de ocupar? ¿Qué propósito ha de cumplir, por encima del cual ella se exalta indebidamente y por debajo del cual sería injustamente degradada? Éste es un asunto que tendría que comprenderse a fondo para que ella pueda saber qué reclamar y el hombre qué conceder; para que ella pueda saber lo que tiene que hacer y para que él pueda saber lo que él tiene derecho a esperar.
Intentaré responder a esta pregunta señalando la naturaleza de la misión de la mujer. Al hacerlo, consultaré el infalible oráculo de la Escritura y no las especulaciones de los moralistas, economistas y filósofos. Sostengo que nuestra regla en el asunto que tenemos delante ha de ser esto: Dios es el Creador de ambos sexos, el constructor de la sociedad, el autor de las relaciones sociales y el árbitro de los deberes, derechos y libertades. Y esto lo admiten todos los que creen en la autoridad de la Biblia. Estad contentas, mis amigas mujeres, de obedecer las decisiones de este oráculo. Tenéis toda la razón para hacerlo. Aquel que os creó es el mejor calificado para declarar el propósito de sus propios actos y vosotras podéis con seguridad, así como debéis con humildad, confiar en Él para fijar vuestra posición y saber vuestros deberes. En común con el hombre, la mujer tiene la vocación celeste de glorificar a Dios como el fin de su existencia y de cumplir con todos los deberes y gozar de todas las bendiciones de una vida piadosa. Como el hombre, ella es una criatura pecadora, racional e inmortal, situada bajo una economía de gracia y llamada, por el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo, a la vida eterna. La fe cristiana es, tanto su vocación como la del otro sexo. En Cristo Jesús no hay varón ni mujer, sino que todos están a un mismo nivel en cuanto a obligaciones, deberes y privilegios…
Para saber cuál es [la misión de la mujer], debemos, como he dicho, consultar las páginas de la Revelación y establecer el expreso motivo de Dios para crearla:
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). Esto también se expresa o, más bien se repite, donde se dice: “Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para> él” (Gn. 2:20). De estas palabras, nada puede ser más claro que la mujer fue hecha para el hombre. Adán fue creado como un ser con unas tendencias sociales sin desarrollar, que de hecho parecen esenciales a todas las criaturas. Es la sublime particularidad de la divinidad, el ser enteramente independiente de todos los demás seres para ser feliz. Él, y Él solo, es el centro de su propia gloria, la fuente de su propia felicidad y el objeto suficiente de su propia contemplación, sin necesitar nada más para su propia felicidad que la comunión consigo mismo. Un arcángel en el cielo, estando solo, podría añorar, aun allí, algún compañerismo, ya sea divino o angélico.
Adán, rodeado por todas las glorias del paraíso y por todas las distintas variedades que éste contenía, se encontró solo y necesitado de compañerismo.Sin este compañerismo, su vida no era más que soledad, Edén mismo era un desierto. Dotado de una naturaleza demasiado comunicativa para ser satisfecha sólo por sí mismo, él anhelaba estar en sociedad, tener ayuda, contar con algún complemento a su existencia, la cual sólo se vivía a medias mientras él permanecía solo. Formado para pensar, para hablar, para amar, sus pensamientos ansiaban otros pensamientos con los que compararse y ejercer sus elevadas aspiraciones. Sus palabras se gastaban tediosamente en el aire caprichoso o, como mucho, despertaban un eco, que se burlaba en vez de responderle. Su amor, en lo que respecta al objeto terrenal, no conocía dónde reposar y, al volver a su propio seno, amenazaba en degenerar en un egoísmo desolador. En suma, todo su ser anhelaba a otro ser como él, pero no existía otro ser como él; no había ayuda idónea para él. Las criaturas visibles que lo rodeaban estaban demasiado por debajo suyo y el Ser invisible que le dio vida estaba muy por encima de él para unir su condición a la suya. Con lo cual, Dios creó a la mujer y el gran problema se resolvió inmediatamente.
La característica del hombre no caído fue la de querer tener a alguien con quien simpatizar en sus alegrías, de la misma manera que la del hombre caído es la de querer tener a alguien con quien simpatizar en sus penas. No sabemos si Adán era tan consciente de sus necesidades como para pedir compañía. En el relato inspirado parece como si la idea de este precioso beneficio se originó en Dios y como si Eva, como tantas otras gracias suyas, fue la concesión espontánea de su propia libre voluntad. De esta manera, Adán habría tenido que decir, como lo hizo uno de sus más ilustres descendientes muchos siglos después: “Porque le has salido al encuentro con bendiciones de bien” (Sal. 21:3).
Entonces, aquí está el propósito de Dios al crear a la mujer: El de ser la ayuda idónea para el hombre.
El hombre necesitaba compañía y Dios le dio a la mujer. Y como en aquel tiempo no existía otro hombre que Adán, Eva fue formada exclusivamente para la ayuda de Adán. Esto nos enseña desde el principio que cualquier misión que la mujer tenga que cumplir en relación con el hombre, en un sentido general, su misión, al menos en la vida matrimonial, es la de ser la ayuda idónea para aquel hombre con el que ella está unida. Desde el principio se declaró que todo otro vínculo, aunque no se rompería completamente, se volvería subordinado y que el hombre “dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24).
Si la misión de la mujer en el paraíso fue la de ser la compañera y gozo del hombre, todavía hoy está en vigor.
Su vocación no ha sido cambiada por la caída. Debido a esta catástrofe, el hombre necesita todavía más urgentemente una compañera, y Dios ha hecho la misión de las mujeres todavía más explícita con la declaración de que “tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Gn. 3:16). A menudo se ha visto que, ya que fue tomada del hombre, ella era igual a él en naturaleza, mientras que la misma parte del cuerpo de donde ella fue sacada indica la posición que ella debía ocupar. No fue tomada de la cabeza, para mostrar que no tenía que gobernar sobre él; ni tampoco de su pie, para enseñarnos que no tenía que ser su esclava; ni de su mano, para mostrar que no tenía que ser su instrumento; sino de su costado, para mostrar que tenía que ser su compañera. Tal vez haya en esta explicación más ingeniosidad e imaginación que el propósito original de Dios; pero si es vista como una mera opinión personal, es tanto perdonable como instructiva.
Que la mujer fue creada con el propósito de ocupar una posición de subordinación y dependencia está claro en cada parte de la Palabra de Dios. Está declarado en el texto ya citado: “Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Gn. 3:16). Esto no sólo se refiere personalmente a Eva, sino a Eva como representante. Fue la ley divina de la relación de los sexos que se promulgó entonces para todos los tiempos. La frase anterior puso a la mujer, como castigo por su pecado, en un estado de dolor al dar a luz; la colocó en un estado de sujeción. Su marido tenía que ser el centro de sus deseos terrenales y hasta cierto punto también el regulador de los mismos y ella tenía que estar sujeta a él… El hombre fue creado para mostrar la gloria y alabanza de Dios, para estar subordinado a Él y a Él sólo. Además de lo anteriormente mencionado, la mujer fue creada para ser la gloria del hombre al estar subordinada a él, como su ayuda y adorno. Ella, no sólo fue hecha de él, sino para él. Toda su belleza, atractivo y pureza no son sólo expresiones de su excelencia, sino de la honra y dignidad del hombre, puesto que todas, no sólo derivaron de él, sino que fueron hechas para él.
Ésta es pues, la verdadera posición de la mujer.
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John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacionalista inglés; predicó y escribió a la gente corriente de todas las edades y de todo tipo de condición en la vida; fue tenido en alta estima, aun siendo un hombre humilde y sin pretensiones que dijo: “Mi propósito es el de ayudar al cristiano a practicar la verdad de la Escritura”. Autor de Female Piety (La piedad femenina), A Help to Domestic Happiness (Una ayuda para la felicidad familiar), An Earnest Ministry (Un ministerio sincero) y muchos otros.
Cortesía de Chapel Library