Paternidad: responsabilidad y privilegio (2)
Arthur W. Pink
Sé un buen ejemplo. En segundo lugar, la buena instrucción debe ir acompañada por el buen ejemplo. La enseñanza que sale tan solo de los labios, no tiene probabilidad alguna de penetrar a mayor profundidad que los oídos. Los niños tienen una particular rapidez para detectar las incoherencias y para despreciar la hipocresía. En este punto es en el que los padres necesitan postrarse más ante Dios, buscando a diario esa gracia suya que tanto necesitan y que sólo Él puede proporcionar. ¡Qué cuidado tienes que poner en no decir ni hacer algo delante de tus hijos que pudiera tender a corromper sus mentes o tener malas consecuencias para ellos si siguen tu ejemplo! ¡Con cuánta constancia has de estar en guardia contra cualquier cosa que pueda hacerte parecer malo y despreciable a los ojos de aquellos que deberían respetarte y venerarte! El padre, no sólo debe instruir a sus hijos en los caminos de la santidad, sino que él mismo tiene que caminar delante de ellos por esas sendas y mostrar por su práctica y su conducta lo agradable y provechoso que esseguirlas normas de la Ley Divina.
En el hogar cristiano, el objetivo supremo debería ser la piedad de la familia, honrar a Dios en todo tiempo. Todo lo demás debe subordinarse a este elevado propósito. En el asunto de la vida familiar, ni el esposo ni su esposa pueden echarse, el uno al otro, toda la responsabilidad del carácter piadoso del hogar. A la madre se le exige, sin lugar a dudas, que suplemente los esfuerzos del padre porque los niños pasan más tiempo en su compañía que en la de él. Si existe una tendencia en el padre de ser demasiado estricto, la madre tiende a ser demasiado flexible y benévola; es necesario que ella tenga la guardia muy arriba contra cualquier cosa que pudiera debilitar la autoridad del esposo. Cuando él ha prohibido algo, ella no debe dar su consentimiento para que se haga. Resulta impresionante observar que la exhortación de Efesios 6:4 va precedida por la instrucción de “sed llenos del Espíritu” (5:18), mientras que la exhortación paralela en Colosenses 3:21 va precedida por la amonestación de dejar que “la palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (3:16), mostrando que los padres no pueden llevar a cabo sus deberes, a menos que estén llenos del Espíritu y de la Palabra.
Disciplina a tus hijos. En tercer lugar, la enseñanza y el ejemplo deben ir reforzados por la corrección y la disciplina. Esto significa, principalmente, el ejercicio de la autoridad, el reinado adecuado de la Ley. Del “padre de los fieles”, Dios dijo: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Gn. 18:19). Medita en esto cuidadosamente, padre cristiano. Abraham hizo mucho más que proferir buenos consejos: Impuso la ley y el orden en su casa. Las normas que administró tenían por designio el guardar “el camino del Señor”, lo que era correcto ante sus ojos. Y el patriarca cumplió este deber para que la bendición de Dios pudiera reposar sobre su casa. Ninguna familia puede dirigirse de la forma adecuada sin leyes domésticas que incluyan recompensa y castigo; y son especialmente importantes al principio de la infancia, cuando el carácter moral no está formado aún y los motivos morales no se entienden ni se aprecian.
Las normas deberían ser simples, claras, razonables e inflexibles como los Diez Mandamientos, unas cuantas reglas morales importantes, en lugar de una multitud de restricciones insignificantes. Una de las formas de provocar a ira a los hijos, sin necesidad, es obstaculizarlos con mil limitaciones triviales y reglas minuciosas y caprichosas que se deben al carácter meticuloso y difícil de complacer de los padres.
Es de vital importancia para el bien futuro del niño que se le enseñe a estar sujeto desde temprana edad. Un niño sin formación en este ámbito significa un adulto rebelde. Nuestras prisiones están llenas de personas a las que se les permitió vivir a su manera cuando eran menores de edad. La más mínima ofensa de un niño contra quienes gobiernan el hogar no debería pasar sin corrección porque si percibe indulgencia en una dirección o hacia una falta, esperará lo mismo con respecto a las demás. Y, entonces, la desobediencia se volverá más frecuente hasta que los padres ya no puedan controlarlo, sino por la fuerza bruta.
La enseñanza de las Escrituras es clara como el cristal sobre este punto: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Pr. 22:15; cf. 23:13-14). Por tanto, Dios ha dicho: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Pr. 13:24). Y también: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Pr. 19:18). Que no te detenga un necio cariño hacia él. Ciertamente, Dios ama a sus hijos con un afecto paternal, mucho más profundo del que tú puedas sentir jamás por los tuyos y, aun así, nos dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo” (Ap. 3:19; cf. He. 12:6). “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Pr. 29:15). Este tipo de severidad se debe usar en los primeros años del niño, antes de que la edad y la obstinación lo hayan endurecido contra el temor y el escozor de la corrección. Descuida la vara y habrás malcriado al niño; no la uses sobre él y estarás guardando una para tu propia espalda.
A estas alturas, no debería ser necesario indicar que los versículos citados más arriba no enseñan que un reino de terror deba marcar la vida del hogar. Se puede gobernar y castigar a los niños de un modo que no pierdan el respeto y el afecto por su padre. Ten cuidado de no amargarles el carácter mediante exigencias poco razonables o de provocar su ira al golpearlos
para desahogar tu propia rabia. El padre no debe castigar al hijo desobediente porque esté enojado, sino porque es lo correcto, porque Dios lo requiere y el bienestar del hijo lo exige. No amenaces nunca si no tienes la intención de llevar a cabo lo que has anunciado, ni hagas una promesa que no piensas cumplir. Recuerda que es bueno que tus hijos estén bien informados, pero mejor aún es que estén bien controlados.
Presta mucha atención a las influencias inconscientes de los entornos del niño. Estudia la forma de hacer que tu hogar sea atractivo sin introducir cosas carnales y mundanas, mediante nobles ideales e inculcándoles un espíritu de generosidad por medio de una comunión cordial y feliz. Separa a los pequeños de las malas compañías. Supervisa con precaución los periódicos y libros que entran en tu casa, los invitados ocasionales que se sientan a tu mesa y las compañías que forman tus hijos. Los padres dejan, a menudo y sin cuidado, que tengan libre acceso a sus hijos, personas que socaban su autoridad, que revocan sus ideales para sus hijos y que, antes de que se den cuenta, han sembrado semillas de frivolidad e iniquidad en ellos. No permitas jamás que tus hijos pasen la noche entre extraños. Educa a tus hijos de manera que tus hijas sean miembros útiles y serviciales en su generación y tus hijos trabajadores y económicamente independientes.
Ora por tus hijos. En cuarto lugar, el último y más importante deber, que tiene que ver con el bien temporal y espiritual de tus hijos, es la súplica ferviente a Dios por ellos. Sin esto, nada de todo lo demás tendrá efecto. Los medios no sirven de nada, a menos que el Señor los bendiga. Al “trono de la gracia” (He. 4:16) han de subir tus súplicas fervientes para que tus esfuerzos a la hora de criar a tus hijos para Dios se vean coronados por el éxito. Cierto es que debe haber una sumisión humilde a su voluntad soberana, un inclinarse ante la verdad de la elección. Por otra parte, está el privilegio de la fe de apropiarse de las promesas divinas y recordar que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5:16). Sobre el santo Job se menciona, con respecto a sus hijos e hijas, que “se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos” (Job 1:5). Un ambiente de oración debería impregnar el hogar de modo que todos aquellos que lo comparten puedan respirarlo.
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Tomado de Studies in the Scriptures (Estudios de las Escrituras).
Arthur W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia; nació en Nottingham, Inglaterra.
Cortesía de Chapel Library