Dirigir a una familia para Cristo (1)
Richard Baxter
El principal requisito para gobernar la familia de la forma correcta es la idoneidad de quienes la rigen y de aquellos que son regidos por ellos… Sin embargo, si las personas que se han unido no son idóneas para mantener una relación familiar, su primer deber consiste en arrepentirse de su anterior pecado y de su imprudencia, y acudir de inmediato a Dios, procurando esa idoneidad necesaria para el correcto desempeño de los deberes de sus distintos rangos. En los padres, hay tres cosas sumamente necesarias para desempeñar este cometido: 1. Autoridad; 2. Habilidad; 3. Santidad y buena disposición.
1. LOS PADRES DEBEN MANTENER SU AUTORIDAD EN LA FAMILIA porque, si alguna vez la pierden y aquellos a los que deberían gobernar los desprecian, su palabra no tendrá ya efecto alguno en ellos. Será como montar a caballo, pero sin brida: El poder de gobernar desaparece cuando se pierde la autoridad. Y aquí debes comprender primero la naturaleza, el uso y el límite de tu autoridad porque, así como tu relación es diferente con tu esposa y con tus hijos, también lo es tu autoridad. Tu potestad sobre tu esposa es tan solo la necesaria para que haya orden en tu familia, para una administración segura y prudente de los asuntos domésticos y para una cohabitación cómoda. El poder del amor y el genuino interés tienen que lograr más que las órdenes autoritarias. Tu autoridad sobre tus hijos es mucho mayor, pero sólo se necesita aquella que se combina con el amor para darles una buena educación y proporcionarles felicidad… Observa estas directrices para mantener tu autoridad:
Primera: Haz que tu familia entienda que tu autoridad procede de Dios, el Dios del orden, y que en obediencia a Él están obligados a obedecerte a ti. “No hay autoridad sino de parte de Dios” (Ro. 13:1) y no existe ninguna autoridad que la criatura inteligente pueda reverenciar tanto como aquella que viene de Dios. Todos los lazos que no son percibidos como divinos son desechados, no sólo por el alma, sino también por el cuerpo. La conciencia iluminada les dirá a los ambiciosos usurpadores: “A Dios lo conozco y a su Hijo Jesús también, pero ¿quién eres tú?”.
Segunda: Cuanto más se vea de Dios en ti, en tu conocimiento, santidad y en una vida irreprochable, mayor será tu autoridad a los ojos de toda tu casa que tiene temor de Él. El pecado te hará despreciable y vil; la santidad, como imagen de Dios que es, te hará honorable. A los ojos de los fieles, “el vil es menospreciado”, pero honran “a los que temen a Jehová” (Sal. 15:4). “La justicia engrandece a la nación —y a la persona— mas el pecado es afrenta de las naciones” (Pr. 14:34). Los que honran a Dios recibirán honra de Él y aquellos que lo desprecian serán tenidos en poco (1 S. 2:30). Quien se abandona a los afectos y las conversaciones viles1 (Ro. 1:26) parecerá abominable por haberse convertido en una persona infame como los hijos de Elí se envilecieron por su pecado (1 S. 3:13). Sé que los hombres deberían discernir y honrar a la persona que ostenta la autoridad que Dios le ha concedido, por mucho que puedan ser moral y naturalmente viles; pero esto es tan difícil que rara vez se hace bien. Y Dios es tan severo con los ofensores orgullosos que suele castigarlos haciéndolos infames a los ojos de los demás. Como poco, cuando estén muertos y los hombres se atrevan a hablar libremente de ellos, su nombre se pudrirá (Pr. 10:7). Los ejemplos de los mayores emperadores del mundo —persas, romanos y turcos— nos dicen que si (por la prostitución, la embriaguez, la glotonería, el orgullo y, en especial, la persecución) se envilecen, Dios permitirá que se conviertan en la vergüenza y el escarnio de los hombres, descubriendo su desnudez. ¿Y cree el padre impío que mantendrá su autoridad sobre los demás cuando él se rebela contra la autoridad de Dios?
Tercera: No muestres tu debilidad natural mediante pasiones, palabras y hechos imprudentes. Y es que si piensan en ti con desdén, cualquier insignificancia hará que desprecien tus palabras. En el hombre existe, naturalmente, tan alta estima por la razón que con dificultad se le convence de que se rebele contra ella para ser gobernado (en beneficio del orden) por la necedad. Es muy apto para pensar que la razón más correcta debería dominar. Por tanto, cualquier expresión estúpida o débil, cualquier pasión desordenada o cualquier acto imprudente es muy capaz de hacerte despreciable a los ojos de tu familia.
Cuarta: No pierdas tu autoridad por usarla de forma negligente. Si consientes que los hijos… tomen el liderazgo, aunque sólo sea por un momento y que tengan, digan y hagan lo que quieran, tu gobierno no será más que un nombre o una imagen. El curso moderado entre el rigor señorial y una suave sujeción… te protegerá mejor del desdén [de tu familia].
Quinta: No pierdas tu autoridad por conceder demasiada familiaridad. Si conviertes a tus hijos… en tus compañeros de juego o en tus iguales, y les hablas y les permites que te hablen como colegas, rápidamente se pondrán por encima de ti y esto se convertirá en una costumbre. Aunque otro pueda gobernarlos, rara vez soportarán que lo hagas tú y repudiarán el sujetarse a ti por haberse relacionado una vez contigo de igual a igual.
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1. Afectos y conversaciones viles –Lujurias vergonzosas y un estilo de vida escandaloso.
Tomado de “A Christian Directory” en The Practical Works of Richard Baxter (Las obras prácticas de Richard Baxter), Tomo 4, Soli Deo Gloria
Richard Baxter (1615-1691): Predicador y teólogo puritano anglicano, nacido en Rowton, Shropshire, Inglaterra.
Cortesía de Chapel Library