Paternidad: responsabilidad y privilegio (1)
Arthur W. Pink
Uno o de los rasgos más tristes y trágicos de nuestra civilización del siglo XX1, es la terrible prevalencia de la desobediencia por parte de los hijos a sus padres durante el tiempo de la infancia y su falta de reverencia y respeto cuando crecen. Esto se manifiesta de muchas formas y es algo general, lamentablemente, incluso en las familias de quienes profesan ser cristianos. En sus extensos viajes durante los pasados treinta años, el escritor ha pernoctado y se ha alojado en muchos hogares. La piedad y la hermosura de algunos de ellos permanecen como memorias sagradas y fragantes, pero otros han dejado las impresiones más dolorosas. Los hijos tercos o malcriados, no sólo viven en perpetua infelicidad,sino que también les infligen malestar a todos los que entran en contacto con ellos. Por su conducta, ya auguran cosas malas para los días que están porllegar.
En la inmensa mayoría de los casos, no culparía tanto a los niños como a los padres. No honrar al padre2 y a la madre, dondequiera que se encuentre [este mal], se debe en gran medida a que los padres se han apartado del patrón bíblico. Hoy en día, el padre cree que ha cumplido con sus obligaciones ya que provee comida y ropa para sus hijos, y actúa de vez en cuando como una especie de policía moral. Con demasiada frecuencia, la madre se contenta con ser una esclava3 del hogar y con adoptar la posición de esclava con sus hijos, en vez de entrenarlos para que sean útiles. Lleva a cabo muchas tareas que sus hijas deberían desempeñar, con el fin de permitirles que tengan libertad para las frivolidades de un grupo de atolondradas4. Como consecuencia, el hogar, que debería ser —por su orden, su santidad y su reino de amor— una miniatura del cielo sobre la tierra, ha degenerado hasta convertirse en “una estación de servicio durante el día y en un aparcamiento durante la noche”, como alguien lo expresó de forma concisa.
Antes de perfilar los deberes de los padres para con sus hijos, quisiera señalar que los padres no pueden disciplinarlos como es debido, a menos que estos aprendan primero a gobernarse a sí mismos. ¿Cómo pueden esperar dominar la terquedad de sus pequeños y controlar el surgimiento de un carácter airado si permiten que sus propias pasiones reinen libremente? El carácter de los padres se reproduce, en un amplio grado, en sus retoños: “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Gn. 5:3). El padre… debe estar en sujeción a Dios si espera recibir obediencia legítima de sus pequeños. En las Escrituras se insiste, una y otra vez, en este principio: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?” (Ro. 2:21).
Al obispo, es decir, al anciano o pastor, se le dice que debe ser alguien “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1 Ti. 3:4-5). Y si un padre no sabe cómo regir su propio espíritu (Pr. 25:28), ¿cómo se ocupará de su prole?
Dios les ha confiado a los padres un encargo sumamente solemne, que, a pesar de ello, es un precioso privilegio. No exageramos si decimos que, en sus manos, están depositadas la esperanza y la bendición o, por el contrario, la maldición y la plaga de la siguiente generación. Sus familias son los viveros tanto de la Iglesia como del Estado, y de la forma en que se cultiven ahora, así serán sus productos futuros. ¡Oh cuánta oración y cuánto cuidado deberías emplear en el desempeño de lo que se te ha encomendado, tú que eres padre!
Con toda seguridad, Dios te pedirá cuentas por los niños que están en tus manos y es que ellos son de Él y sólo te los ha prestado para que los cuides y los protejas. La tarea que se te ha asignado no es fácil, sobre todo en estos días de mal superlativo5. Sin embargo, si los padres buscan con confianza y formalidad la gracia de Dios, comprobarán que es suficiente para llevar a cabo esta responsabilidad y cualquier otra. Las Escrituras nos proporcionan normas para que las sigamos, con promesas de las que podemos apropiarnos y, podemos añadir también, con temibles advertencias para que no nos tomemos este asunto a la ligera.
Instruye a tus hijos. Sólo tenemos espacio aquí para mencionar cuatro de los principales deberes delegados en los padres. En primer lugar, los padres tienen el deber de instruir a sus hijos. “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:6-7). Esta tarea es demasiado importante como para adjudicársela a otras personas: A los padres y no a los maestros del estudio dominical, es a quienes se les exige que eduquen a sus pequeños. Esto tampoco debe ser algo ocasional o esporádico, sino algo a lo que hay que prestar una atención constante. El glorioso carácter de Dios, los requisitos de su santa Ley, la extremada pecaminosidad del pecado, el maravilloso don de su Hijo y la terrible condenación que es la porción segura para todo aquel que lo desprecie a Él y lo rechace, son cosas que tienes que hacer que tus pequeños consideren una y otra vez. “Son demasiado pequeños para entender estas cosas”, es el argumento del diablo para impedir que tú desempeñes tu deber.
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). Debemos observar que aquí se habla específicamente al padre y es así por dos razones: (1) porque es el cabeza de su familia y se le ha encomendado de forma especial que la gobierne y (2) porque tiene la tendencia a transferir este deber a su esposa. Esta instrucción se tiene que proporcionar a los hijos leyéndoles las Santas Escrituras y desarrollando aquellos temas que concuerden más con su edad. A esto debería seguirle una catequización6. Un discurso continuo a los más pequeños no es ni de cerca tan eficaz como cuando se diversifica mediante preguntas y respuestas. Si saben que se les va a formular preguntas sobre lo que estás leyendo, escucharán con mayor atención. Además, el preparar una respuesta, los enseña a pensar por sí mismos. Este tipo de método también resulta útil para que la memoria sea más retentiva7, ya que responder a preguntas definidas fija de manera más específica las ideas en la mente. Obsérvese con cuánta frecuencia Cristo hacía preguntas a sus discípulos.
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1. Por desgracia, esto mismo se aplica a nuestro siglo XXI.
2. Nota del editor –Téngase en cuenta que varios artículos de este capítulo están dirigidos tanto al padre como a la madre. Con el fin de enfatizar el papel del padre, en ocasiones se ha sustituido padres por padre en cursivas.
3. Esclava – Aquí nos referimos a la persona que está acostumbrada al trabajo duro y aburrido.
4. Atolondradas – Conductas absurdas de gente necia, incapaz de pensamientos serios.
5. Superlativo – Del más alto grado.
6. Catequizar – Instruir en la fe cristiana mediante preguntas y respuestas.
7. Retentiva – Capacidad de almacenar hechos y recordar las cosas con facilidad.
Tomado de Studies in the Scriptures (Estudios de las Escrituras).
Arthur W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia; nació en Nottingham, Inglaterra.
Cortesía de Chapel Library