La necesidad de refrenar la lengua
El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de angustias (Proverbios 21:23).
Hace falta doble brida para refrenar la fiereza de los caballos furiosos, y la lengua del hombre necesita más que eso para no causar daños. El sabio jamás cesa de amonestarnos acerca de este asunto, y aquí menciona concretamente dos de los elementos del habla y pone una brida en cada uno de ellos. Del mismo modo que, si no se domina la furia del caballo brioso con mano fuerte, este arrastrará al jinete sin tener en cuenta fosas, ni precipicios, ni aguas profundas, y le pondrá en grave peligro de muerte, así la lengua sin rienda hace al hombre abominable para Dios y para sus prójimos; le sumerge en contiendas y disputas, y le pone en grave peligro de perder sus propiedades, su vida y su honra.
¿Quién es el hombre que desea disfrutar de una vida tranquila y pacífica? Que ponga guarda a su boca (cf. Sal. 141:3) y refrene su lengua de conversaciones profanas y corrompidas, y de toda difamación, así como de hablar necedades y groserías, que no son apropiadas (cf. 1 P. 2:1; 3:10; Ef. 5:4). Que la prudencia y el temor de Dios sean los centinelas permanentes a la puerta de sus labios. Que siga las instrucciones de David, de Salomón y de Santiago (cf. Sal. 34:11-12; Stg. 3). Que ore a Dios para que Él vigile la puerta de su boca (cf. Sal. 141:3), y que tenga presente que la lengua descontrolada es incompatible con la religión y la felicidad, y que expone al hombre al mismo peligro que cuando un barco navega sin piloto ni timón y corre el riesgo de hacerse trizas contra cualquier roca que se ponga en su camino (cf. Pr. 18:20-21).