Los padres deben enseñar la palabra de Dios y orar
Thomas Doolittle
Yo y mi casa, serviremos al Señor —Josué 24:15.
Los padres deberían leer las Escrituras a su familia [y] enseñar e instruir a sus hijos… en los asuntos y las doctrinas de salvación. Por consiguiente, deben orar en y con sus familias.
Todo hombre que no niegue las Escrituras puede negar el deber incuestionable de leer las Escrituras en nuestra casa, gobernadores de su familia que la enseña e instruye a partir de la Palabra de Dios. Entre toda una multitud de versículos expresos, considera estos: Y sucederá que cuando vuestros hijos os pregunten: “¿Qué significa este rito para vosotros?”, vosotros diréis: “Es un sacrificio de la Pascua al Señor, el cual pasó de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas” (Ex. 12:26-27). Hay tanta razón por la que los padres cristianos deberían explicar a sus hijos las ordenanzas del Nuevo Testamento para instruirlos en la naturaleza, el uso y los fines del bautismo y la Santa Cena: Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes es decir, por la mañana y por la tarde (Dt. 6:6-7; 11:18-19). Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor (Ef. 6:4). Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor (Gn. 18:19). Esto es, pues, innegable si la Palabra de ha de creerse, recibirse como normativa nuestra y si hay que rendirle obediencia. Y los paganos enseñaron la necesidad de instruir a los jóvenes cuando aún es tiempo.
La razón de esta consecuencia —de la lectura familiar y las instrucciones a la oración en familia— es evidente (es necesario que supliquemos a Dios la iluminación de Su Espíritu, abrir los ojos de todos en la familia, la bendición de Dios sobre nuestros esfuerzos, sin la cual no habría beneficio de salvación) y será más manifiesta si consideramos y exponemos juntas todas las cosas que siguen:
En primer lugar, ¿de quién es la palabra que se ha de leer juntos en familia? la Palabra del Dios eterno, bendito y glorioso. ¿Y acaso no llama esto y requiere más oración previa, que si fueras a leer el libro de algún hombre mortal? La Palabra de Dios es esa por la que Dios nos habla. Es esa mediante la cual Él nos instruye y nos forma en las preocupaciones supremas y de mayor peso de nuestra alma. Es esa en la que debemos ir a buscar los remedios para la cura de nuestras enfermedades espirituales. Es esa de donde debemos sacar las armas de defensa contra nuestros enemigos espirituales que atacan nuestra alma y que debe dirigirnos en las sendas de la vida.
¿No es, pues, necesario que oremos juntos para que Dios prepare el corazón de todos ellos y obedezcan todo lo que les leamos, que procede de la mente de Dios? ¿Es la familia tan seria y tan consciente de la gloria, la santidad y la majestad de ese Dios que les habla en Su Palabra que ya no necesitan orar para que las cosas sean así? Y si es necesario, ¿no debería ser lo primero en hacerse? Y cuando ya se ha leído, y se han escuchado las amenazas, los mandamientos y las promesas del glorioso Dios, y se ha descubierto los pecados de ellos y la ira de Dios contra ellos, los deberes impuestos, los preciosos privilegios abiertos y las promesas de un Dios fiel, —“promesas grandes y preciosas” para aquellos que se arrepienten, creen y acuden a Dios con todo su corazón y sin fingimiento—, ¿no han necesitado todos ustedes postrarse juntos de rodillas; suplicar, llorar y clamar a Dios pidiendo perdón por esos pecados de cuya culpabilidad esta Palabra los ha convencido y lamentarlos delante del Señor? ¿Y cuando descubren su deber, puedan todos ustedes tener un corazón para practicar y obedecer? ¿Que puedan arrepentirse sin fingimiento y acudir a Dios para poder aplicar esas promesas a ustedes mismos y ser partícipes de esos privilegios? Todo esto indica, pues, que existe una gran razón cuando leen juntos, para que también deban orar juntos.
En segundo lugar, consideren las cosas grandes y profundamente misteriosas contenidas en la Palabra de Dios que van a leer juntos, y surgirá la necesidad de orar juntos también. ¿No encierra esta Palabra la doctrina respecto a Dios, cómo se le puede conocer, amar, obedecer, adorar y deleitarse en Él? ¿Y en cuanto a Cristo, el Dios-hombre, un misterio ante el cual se maravillan los ángeles y ningún hombre lo comprende por completo ni puede expresar o desvelar por completo? ¿Respecto a los oficios de Cristo —Profeta, Sacerdote y Rey—, Su ejemplo y Su vida, Sus milagros, Sus tentaciones, Sus sufrimientos, Su muerte, Sus victorias, Su resurrección, ascensión e intercesión, y Su venida a juzgar? ¿No existe en las Escrituras la doctrina de la Trinidad, de la desgracia del hombre por el pecado y de su remedio por parte de Cristo? ¿Del pacto de gracia, las condiciones de este pacto y sus sellos? ¿Los numerosos, preciosos y gloriosos privilegios que tenemos por Cristo: la reconciliación con Dios, la justificación, la santificación y la adopción? ¿Las diversas gracias que se han de conseguir, los deberes que se han de hacer y el estado eterno de los hombres en el cielo o en el infierno? ¿Están contenidas cosas como estas en la Palabra de Dios que ustedes deberían leer a diario en sus hogares? ¿Y todavía no ven ustedes la necesidad de orar antes y después de leer sobre esto? Sopésalo todo bien y lo harán.
En tercer lugar, considera cuánto le interesa a toda la familia conocer y comprender estas cosas tan necesarias para la salvación. Si las ignoran están acabados. Si no conocen a Dios, ¿cómo lo amarán? “Se puede amar a las cosas invisibles, pero no aquellas que se desconocen”. Podemos amar a un Dios y a un Cristo invisibles (1 Pedro 1:8), pero no a un Dios desconocido. Si los que pertenecen a tu familia no conocen a Cristo, ¿Cómo creerán en Él? Y, a pesar de ello, deben perecer y ser condenados si no creen en Él. Deben perder para siempre a Dios, a Cristo, el cielo y su alma, si no se arrepienten, creen y se convierten. Sin embargo, cuando ese Libro es leído por aquellos que deberían entender la naturaleza de la verdadera gracia salvífica, ¿no es necesaria la oración? Sobre todo cuando muchos poseen la Biblia y la leen, y sin embargo no entienden las cosas que tienen que ver con su paz.
En cuarto lugar, considera además la ceguera de su mente y su incapacidad saber y entender estas cosas sin las enseñanzas del Espíritu de Dios. Y aun así, ¿sigue sin ser necesaria la oración?
En quinto lugar, considera algo más: el retraso de su corazón para estar atento a estas verdades de peso y necesarias de Dios y su falta de disposición natural para aprender muestran que la oración es necesaria para que Dios los capacite y les dé la disposición para recibirlas.
En sexto lugar, considera una vez más que la oración es un medio especial para obtener de Dios el conocimiento y una bendición sobre las enseñanzas y las instrucciones del padre. David oró pidiéndole a Dios que abriera sus ojos para que pudiera contemplar las cosas maravillosas de la Ley de Dios (Sal. 119:18). En la Palabra de Dios existen “cosas maravillosas”. Que el hombre caído debiera recuperarse en algo prodigioso. Que un Dios santo tuviera que ser reconciliado con el hombre pecador es algo maravilloso. Que el Hijo de Dios tuviera que adoptar la naturaleza del hombre, para que Dios se manifestara en la carne, y que el creyente sea justificado por la justicia de otro, ¡son cosas maravillosas! Pero existe oscuridad sobre nuestra mente, un velo que cubre nuestros ojos y las Escrituras son un libro cerrado, abrochado, que no podemos entender de un modo salvífico esas cosas grandes y maravillosas, poner nuestro amor en ellas principalmente y deleitarnos en ellas, a menos que el Espíritu de Dios retire el velo, elimine nuestra ignorancia e ilumine nuestra mente. Esta sabiduría ha de buscarse en Dios mediante la oración ferviente. Ustedes que son padres, ¿no les gustaría que sus hijos… conocieran estas cosas y que ellas influyeran en ellos? ¿Podrían ustedes grabar en la mente y el corazón de ellos las grandes preocupaciones de su alma? Por ello, instrúyanlos. ¿Pero, pueden ustedes alcanzar el corazón de ellos? ¿Pueden ustedes despertar la conciencia de ellos? ¿No pueden? ¿No les corresponde a ustedes orar a Dios con ellos para que Él lo haga? Mientras oran con ellos, Dios puede estar disponiendo en secreto y preparando con poder sus corazones para que reciban Su Palabra y tus instrucciones sacadas de ella.
Todo esto me hace argumentar, pues, a favor de la oración familiar: Si el deber de las familias, como tal, es leer y escuchar la Palabra de Dios juntos, también lo es orar juntos (esto se manifiesta en las seis últimas cosas mencionadas). Es el deber de las familias, como tal, leer la Palabra de Dios y escucharla juntos (esto se demostró antes en las Escrituras). Por consiguiente, es el deber de las familias, como tales, orar juntas.
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Tomado de “How May the Duty of Daily Family Prayer Be Best Managed for the Spiritual Benefit of Everyone in the Family?” en Puritan Sermons, Vol. 2, Richard Owen Roberts, Publishers.
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Thomas Doolittle (1632-1707): Ministro no conformista ingles, nacido en Kidderminster, Worcestershire, Inglaterra.