El Gran Dador II
A.W. Pink
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8:32).
3. La inferencia bendita del Espíritu. Reflexione bien en la gloriosa “conclusión” a la que aquí llega el Espíritu de Dios por la realidad maravillosa de la primera parte de nuestro texto: “El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”. ¡Qué contundente y qué reconfortante es el razonamiento inspirado del Apóstol! Argumentando de lo mayor a lo menor, procede a asegurar al creyente la buena disposición de Dios de darle gratuitamente todas las bendiciones que necesita. El don de su propio Hijo, dado tan libremente y sin reservas, es la promesa de dar todos los demás favores que necesita.
Aquí está la garantía segura y la provisión divina que da tranquilidad perpetua al espíritu caído del creyente afligido. Si Dios ha hecho lo máximo, ¿no hará lo mínimo? El amor infinito jamás puede cambiar. El amor que no eximió a Cristo, no le puede fallar a sus demás hijos ni negarles ninguna de las bendiciones que necesitan. Lo triste es que pensamos demasiado en lo que no tenemos, en lugar de lo que sí tenemos. Por lo tanto, el Espíritu de Dios calma aquí, nuestros inquietos pensamientos egocéntricos y calma nuestras lamentaciones ignorantes con un conocimiento de la verdad que satisface el alma, recordándonos, no sólo la realidad de los beneficios del amor de Dios, sino también la amplitud de esa bendición que fluye de él.
Dele la importancia debida a lo que involucra la lógica de este versículo. Primero, si el gran Don fue dado sin que fuera pedido; ¿cómo no dará otros que sí son pedidos? Ninguno de nosotros le rogó a Dios que enviara a su Amado, no obstante, ¡lo envió! Por lo tanto, ahora podemos acercarnos al trono de gracia y allí presentar nuestras peticiones en el nombre precioso y eficaz de Cristo.
Segundo, si el gran Don le costó tanto, ¿cómo no otorgará los dones pequeños que no le cuestan nada, sino el placer de darlos? Si un ser querido me regalara una piedra preciosa, ¿acaso rechazaría la cajita en que viene? ¿Cuánto menos Aquel que no eximió ni a su propio Hijo le negará alguna cosa buena a los que andan en integridad (Sal. 84:11)?
Tercero, si el gran Don nos fue dado cuando éramos enemigos, ¿cómo no nos hará objeto de su gracia ahora que nos hemos reconciliado con él y somos sus amigos? Si tenía designios de misericordia para nosotros cuando todavía estábamos en nuestro pecado, ¿cómo no ha de tener muchos más ahora que hemos sido limpiados de todo pecado por la sangre preciosa de su Hijo?
4. La promesa reconfortante. Observe el tiempo futuro usado aquí. No dice que “nos dio libremente también con él todas las cosas”, aunque esto es igualmente cierto porque, incluso ahora, somos “herederos de Dios” (Ro. 8:17). Pero nuestro texto indica algo más. Dice “dará” o sea, sin costo alguno. La segunda mitad de este versículo maravilloso contiene más que un registro del pasado: Brinda una confianza segura, tanto para el presente como para el futuro. Este “dará” no indica un límite de tiempo. Ahora para el presente y por siempre jamás para el futuro, Dios se manifiesta a sí mismo como el Gran Dador. No retendrá nada que sea para su gloria y para nuestro bien. El mismo Dios que entregó a Cristo por nosotros, obra sin “mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17).
Si así fuera, lo haría por necesidad, en lugar de hacerlo por su propia voluntad. Recuerde siempre que tiene todo el derecho de hacer con los suyos lo que le plazca. Tiene la libertad de conceder sus favores a quien él quiera.
La palabra conceder, no sólo significa que Dios no está bajo ninguna obligación, sino también que no cobra lo que concede, no le pone precio a sus bendiciones… No, bendito sea su nombre, Dios nos concede dones “sin dinero y sin precio” (Is. 55:1), sin merecerlos y sin haberlos ganado.
Por último, regocíjese por lo exhaustivo de esta promesa: “¿Cómo no nos concederá también con él todas las cosas?”. El Espíritu Santo nos alegra dándonos la medida de esta maravillosa dádiva de Dios. ¿Qué necesita, hermano cristiano? ¿El perdón? De ser así, ¿acaso no ha dicho: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”? (1 Jn. 1:9). ¿Necesita gracia? De ser así, ¿acaso no ha dicho: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”? (2 Co. 9:8). ¿Necesita una “espina en la carne”? Esto también le será dado: “Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Co. 12:7). ¿Necesita descanso? Entonces responda a la invitación del Salvador: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28). ¿Necesita consuelo? ¿Acaso no es él, el Dios de toda consolación? “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación (2 Co. 1:3).
“¿Cómo no nos concederá también con él todas las cosas?”. ¿Son gracias temporales las que necesita el lector? ¿Son sus circunstancias tan adversas que lo llenan de presagios funestos? ¿Le parece que su vasija de aceite y su tinaja de harina pronto estarán completamente vacías (1 R. 17:14-16)? Entonces descríbale a Dios sus necesidades y hágalo con una fe sencilla como la de un niño. ¿Cree usted que le concedería las bendiciones de gracia más grandes y le negaría las más pequeñas de su Providencia? No, “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).
Es cierto que no ha prometido darnos todo lo que pedimos porque, a menudo, pedimos “mal”. Tome nota de la cláusula calificativa: “¿Cómo no nos concederá también con él todas las cosas?”. Con frecuencia queremos cosas que se interpondrían entre Cristo y nosotros si las recibiéramos; por lo tanto, Dios en su fidelidad no las concede… Quiera el Señor agregar su bendición a esta pequeña meditación.
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A.W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia, autor de Studies in the Scriptures (Estudios en las Escrituras) y muchos libros. Nacido en Nottingham, Inglaterra, emigró a los Estados Unidos y luego volvió a su tierra en 1934.
Tomado de Comfort for Christians (Consuelo para los cristianos).
Publicado con permiso de Chapel Library.