Consuelos para santos que sufren
Jerome Zanchius
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo (Romanos 8:28-29).
Sin un profundo sentido de predestinación, nos faltaría la motivación más segura y poderosa para tener paciencia, resignación y dependencia de Dios en medio de cualquier aflicción espiritual y temporal.
¡Cuán dulces son las siguientes consideraciones para el creyente atribulado!
1. Es indudable que existe un Dios todopoderoso, omnisapiente y lleno de gracia (He. 11:6).
2. En el pasado me ha dado y me da en el presente (¡oh que tuviera yo ojos para verlo!) muchas señales de su amor por mí, tanto de su providencia como de su gracia (Ef. 1).
3. Su amor es inmutable. Nunca se arrepiente de él ni lo cancela (Fil. 1:6).
4. Todo lo temporal que sucede en la tierra es el resultado de su voluntad desde la eternidad (1 Co.8:6), en consecuencia—
5. Mis aflicciones son parte de su plan original y todas están ordenadas por número, peso y medida (Sal. 22:24).
6. Los cabellos de mi cabeza (cada uno de ellos) han sido contados por él, no ha caído ni uno solo al suelo que no fuera consecuencia de sus designios (Lc. 12:7). Por lo tanto—
7. Mis tribulaciones no son el resultado de la casualidad, ni son accidentales, ni una combinación fortuita de las circunstancias (Sal. 56:8), en cambio—
8. Mis tribulaciones son el cumplimiento providencial del propósito de Dios (R. 8:28) y
9. Mis tribulaciones están diseñadas para lograr algunos propósitos sabios y misericordiosos de su gracia (Stg. 5:10-11) y 10. Mi aflicción no durará un segundo más de lo que Dios disponga (2 Co. 7:6-7).
11. Aquel que me la ha causado ha prometido sostenerme y superarla (Sal. 34:15-17).
12. Todo obrará indudablemente para su gloria y para mi bien, por lo tanto—
13. “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11).
Sí, lo haré con la fortaleza que él imparte, incluso me gozaré en las tribulaciones. Valiéndome de las alegrías que puede poner ahora o en el futuro en mis manos, me entrego yo mismo y entrego mi sufrimiento a él, cuyo propósito no puede ser derogado, cuyo plan no puede ser desviado, y quien, me resigne o no, seguirá obrando todas las cosas según el consejo de su propia voluntad. “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11; Ro. 5:3-6; Sal. 33:11-12).
Sobre todo, cuando el cristiano que sufre toma en cuenta que es uno de los escogidos y sabe que por el eterno e inmutable acto de Dios ha sido señalado para obtener salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; que, por supuesto, tiene una ciudad preparada para él en lo Alto, un edificio de Dios, una casa no hecha de manos, sino eterna en los cielos y que los peores sufrimientos de la vida presente no tienen comparación con la gloria que será revelada en los santos (Ro. 8:18). ¿Qué adversidad podríamos enfrentar, que la esperanza segura de bendiciones como éstas no sobrepasara infinitamente? (Pr. 8:35; 2 Co. 5:1; Ro. 8:18; Ro. 8:33-37).
Por más graves que sean las aflicciones que nos hieren al principio, ante perspectivas tan halagüeñas, tenemos que recobrarnos prestamente; logrando así que las flechas de la tribulación pierdan su filo. Los cristianos no cuentan más que con resignación absoluta para mantenerlos perfectamente contentos en cualquier circunstancia posible y la resignación absoluta sólo puede fluir de una creencia absoluta y sometimiento absoluto a la providencia absoluta, basado en la predestinación absoluta (1 Ts. 1:2-4).
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Jerome Zanchius (1516-1590): Pastor y teólogo italiano, discípulo del reformador italiano Pedro Martyr Vermiglio; nacido en Alzano, Italia.
Tomado de The Doctrine of Absolute Predestination (La doctrina de la predestinación absoluta).
Publicado con permiso de Chapel Library.