La abolición definitiva de toda idolatría
J.C. Ryle
Huid de la idolatría (1 Corintios 10:14).
Y ahora, permítanme mostrar la abolición definitiva de toda idolatría. ¿Cuándo será? …Aquí, como en otros temas, la palabra segura de profecía viene en nuestra ayuda. Un día llegará el fin de toda idolatría. Su final ha sido decidido. Su derrocamiento es cosa segura. Ya sea en templos paganos o en supuestas iglesias cristianas, la idolatría será destruida en la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo.
La Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo es esa esperanza bendita que debe reconfortar siempre a los hijos de Dios bajo la presente dispensación… ese es el único día cuando cada abuso será rectificado y cada corrupción y fuente de dolor será completamente erradicada. En la espera de aquel día, sigamos trabajando y sirviendo a nuestra generación; no seamos ociosos, como si no pudiéramos hacer nada para detener la corrupción; no nos desanimemos porque no vemos aún todas las cosas sujetas a nuestro Señor.
Si estas cosas son ciertas, los hombres no se sorprendan porque les advertimos que se cuiden de toda inclinación hacia la iglesia de Roma.
Para empezar, mantengo que este movimiento romano debe ser constante y firmemente resistido. No importa la posición, ni la erudición, ni la consagración de algunos de sus defensores, la considero un movimiento muy malicioso, destructor de almas y anti-bíblico.
La unidad en lo abstracto es, sin duda, algo excelente, pero unidad sin verdad es inservible. La paz y uniformidad son hermosas y valiosas; pero paz sin evangelio —paz basada en un episcopado y no en una fe compartida— es una paz sin valor, que ni merece ese nombre.
Vivimos en una época cuando la iglesia de Roma se pasea entre nosotros con una fuerza renovada, alardeándose a viva voz de que pronto volverá a recuperar el terreno perdido. Nos presenta continuamente doctrinas falsas de todo tipo y prácticas sutiles y engañosas… por lo que nadie puede pensar que estoy fuera de lugar si ofrezco algunas medidas preventivas contra la idolatría. Explicaré cómo podemos protegernos contra ella y con esto terminaré.
(1) Armémonos, primeramente, con un conocimiento profundo de la Palabra de Dios. Leamos nuestra Biblia con más diligencia que nunca y familiaricémonos con cada parte de ella. Dejemos que la Palabra more ricamente en nosotros. Cuidémonos de cualquier cosa que nos quite tiempo y deseos de recorrer sus páginas sagradas. La Biblia es la espada del Espíritu, no la dejemos jamás a un lado. Si acaso alguna vez lo hacemos para tomar algún atajo, por más hermoso, antiguo y frecuentado que parezca, no nos sorprendamos si terminamos adorando imágenes y reliquias y yendo regularmente al confesionario.
(2) Armémonos, en segundo lugar, con un celo santo por las porciones aún más pequeñas del evangelio. Cuidémonos de aprobar el intento, por más pequeño que sea, de ocultar o restarle importancia o ignorar cualquier parte de éste y exaltar temas secundarios. El que Pedro se abstuviera de comer con los gentiles, parece algo pequeño, no obstante Pablo les dice a los gálatas: “Le resistí cara a cara, porque era de condenar” (Gá. 2:11). No les quitemos importancia a nada que tenga que ver con nuestra alma. Seamos muy cuidadosos a quién escuchamos, dónde vamos y lo que hacemos en todas las cuestiones concernientes a nuestra propia adoración personal. Vivimos en una época cuando las pequeñas acciones y cosas involucran grandes principios de la fe que, cincuenta años atrás, no se ponían en tela de juicio, pero que ahora sí, debido a las circunstancias. Cuidado con jugar con algo que tenga una tendencia romana. Es necio jugar con el fuego. Creo que muchos de nuestros pervertidos y rebeldes empezaron pensando que no había nada de malo en adjudicar un poco más de importancia a ciertas cosas externas que la que hasta entonces les estaban adjudicando. Pero una vez que se lanzaron por un camino cuesta abajo, siguieron bajando de una cosa a otra. ¡Provocaron a Dios, y él los dejó a sus propias expensas! Los entregó a grandes engaños y los dejó creer una mentira (2 Ts. 2:11). ¡Tentaron al diablo, y él se acercó a ellos! Comenzaron con pequeñeces, como muchos necios las llaman. Y han terminado en una flagrante idolatría.
(3) Armémonos, en último lugar, con conceptos claros y correctos acerca de nuestro Señor Jesucristo y la salvación en él. Él es “la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15), expresamente “la imagen misma de su sustancia” (He. 1:3). Él es el verdadero antídoto contra la idolatría cuando realmente lo conocemos. Edifiquémonos sobre el fundamento profundo de su obra consumada en la cruz. Determinemos, decididamente, de una vez por todas, que Cristo Jesús ha realizado todo lo necesario para presentarnos sin mancha ante el trono de Dios. Aceptemos que la fe sencilla como la de un niño es lo único que se requiere para gozar de todos los beneficios de la obra de Cristo. No dudemos que, teniendo fe, somos completamente justificados a los ojos de Dios; nunca seremos más justificados que esto, aunque tengamos la edad de Matusalén y hagamos las obras del apóstol Pablo. No podemos agregar nada, ni acciones, obras, palabras, ayunos, oraciones, obras de caridad, asistencia a los cultos y participación de las ordenanzas, ni ninguna otra cosa a nuestra a la justificación ya consumada.
Sobre todo, ¡permanezcamos en comunión continua con la persona del Señor Jesús! Permanezcamos en él diariamente, confiemos en él diariamente, apoyémonos en él diariamente, vivamos para él diariamente, tomemos de su plenitud diariamente. En cuanto le demos al Señor Jesús el lugar que le corresponde en nuestros corazones, todas las demás cosas en nuestra fe, ocuparán pronto el lugar que les corresponde. La iglesia, los pastores y las ordenanzas pasarán al segundo lugar que les corresponde.
A menos que Cristo sea Sacerdote y Rey en el trono de nuestros corazones, ese pequeño reino interior estará perpetuamente en confusión. Pero sólo dejemos que sea Cristo allí “el todo en todo” y todo estará bien. Ante él caerá todo ídolo. Cristo conocido correctamente, Cristo creído de verdad y Cristo inmensamente amado es el auténtico antídoto contra el ritualismo, el romanismo y toda forma de idolatría.
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J.C.Ryle (1816-1900): Obispo de la Iglesia Anglicana. Descrito alguna vez como “un hombre de granito con el corazón de un niño”. Spurgeon lo llamaba “el mejor en la Iglesia Anglicana”. Reverenciado autor de Holiness, Knots Untied, Old Paths, Expository Thoughts on the Gospels (Santidad, Nudos desatados, Sendas antiguas, Pensamientos expositivos sobre los Evangelios) y otros. Nacido en Macclesfield, condado de Cheshire, Inglaterra.
Publicado con permiso de Chapel Library