Porque Dios no cambia, los santos son inalterablemente felices
Edward Pearse
Porque Dios no cambia, los santos son inalterablemente felices, y tienen un refugio bendito al cual huir bajo todos esos cambios y emergencias que les pueden suceder en cualquier momento. Les ruego, mis amados, que noten que Dios es el Dios de los santos y su porción. Y la felicidad de ellos está en él. Porque Dios es inmutable, ellos tienen una felicidad inmutable; son un pueblo feliz y lo serán sin cambios. “El consejo de Jehová permanece para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones”; y después ¿qué? “Bienaventurada la gente de que Jehová es su Dios; el pueblo a quien escogió por heredad para sí” (Salmo 33:11, 12).
Los santos (como alguien bien ha observado) son, en todo respecto, un pueblo bienaventurado. Son bienaventurados porque sus pecados son perdonados: “Bienaventurado aquel cuya iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados” (Salmo 32:1). Son bienaventurados con respecto a la disposición de sus almas: “Bienaventurados los pobres en espíritu… Bienaventurados los mansos… Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mateo 5:3, 5, 6). Son bienaventurados en su obediencia y su andar con Dios: “Bienaventurados los perfectos de camino” (Salmo 119:1). Son bienaventurados en sus esperanzas y expectativas: “Bienaventurados todos los que le esperan [a Dios]” (Isaías 30:18). Así son en todo sentido y en todos los respectos, un pueblo bienaventurado; pero en esto radica la perfección y la gloria máxima de su bienaventuranza, lo cual incluye todo lo demás, a saber, que el Dios inmutable es su Dios y su porción. “Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová” (Salmo 144:15). Oh, esto les insta a ser infinita e inmutablemente felices y, en consecuencia, deben vivir apoyados en él cuando sufren todos sus problemas y dificultades.
Oh lector, ¿existe algo en esto que no le sea de apoyo y consuelo? ¿Cambian sus amigos y sus conforts? Pero Dios, su mejor amigo y confort, no cambia, y eso basta. ¿Cambia el tiempo y las estaciones y para peor, del sol a las tormentas? Bueno, alma, pero su Dios no cambia, y eso basta para endulzar todo. Usted mismo, ¿acaso no cambia? Los cambios y los conflictos lo acosan y, lo que es peor, su espíritu cambia, y no permanece con Dios ni una hora. Bueno, aún así, Dios no cambia, y eso basta. ¿Acaso no vuelven a surgir tentaciones y viejas corrupciones? ¿Se reaviva y recurre en usted el sentido de culpa? Aunque así sea, su Dios es inmutable, y entonces puede aliviarlo y consolarlo ahora como lo hizo antes, y de hecho lo hará; y eso basta.
Sí, ¿cambian las dispensaciones de Dios para con usted? Antes sonreía, ahora frunce el ceño. Antes lo levantó, ahora lo echa abajo. La luz de su rostro brillaba esplendorosamente sobre usted, ahora está velada y nublada. Sin embargo, Dios mismo no cambia: su corazón, su consejo, su pacto y su amor siguen siendo los mismos de antes hacia usted, aunque su dispensación haya cambiado. Oh, esta sola frase: “Dios es mío, y es inmutable”, contiene una infinita dulzura, y me insta a ser infinita e inmutablemente feliz. Oh, usted que es parte del pueblo de Dios, procure ver y regocijarse en esta felicidad suya. A fin de que pueda hacer esto mejor, agregaré sólo dos breves palabras, y daré fin a todo el discurso.
Primero, considere que como su Dios es inmutable, usted está inmutablemente interesado en él. Este Dios inmutable es inmutablemente su Dios.
No obstante, aunque Dios es inmutable, alguna pobre alma puede decir: “¿De qué me sirve? Me temo que mi interés en él cambiará y fallará; pronto acabará.”
No, alma, el Dios inmutable siendo de veras suyo, es suyo para siempre. Así dijo la iglesia: “Porque este Dios es Dios nuestro eternalmente y para siempre” (Salmo 48:14). Oh, alma, usted, por medio de la gracia infinita, gratuita y rica, tiene una parte y una relación de pacto con el Dios inmutable, y esta parte y relación es firme, duradera, y una parte y relación inmutable. Nada que puedan hacer los hombres, los demonios o las lujurias puede romperlas o resquebrajarlas.
Agregaré aquí solo uno o dos dichos de Agustín. “El bien mayor, que es Dios, no es otorgado a quienes no están dispuestos a tenerlo, ni es quitado de los que no están dispuestos a separarse de él.” Y en otra parte dice: “Ningún hombre te pierde o puede perderte, oh Dios, a menos que esté dispuesto a perderte y a andar sin ti. Y el que voluntariamente se aleja de ti, ¿a dónde va? ¿A dónde huye, sino sólo de tu sonrisa a tu ceño fruncido; de ti, un Padre reconciliado a ti, un juez airado?”
Oh, alma, mientras esté usted dispuesto a tener a Dios como suyo, es suyo; sí, es más, su parte en él no depende de su disposición de tenerlo, sino en el amor y pacto inmutable de él; y tanto su amor como su pacto tendrían que cambiar antes de que su parte en él pudiera disminuir y cambiar.
Segundo, considere, así como su Dios es inmutable, así usted después de un tiempo disfrutará de él y estará con él inmutablemente; su visión y satisfacción de él serán inmutables. “Nuestra felicidad (dijo Agustín) empieza aquí con la elección, pero se perfecciona en el más allá con plena satisfacción.” Usted, que ha elegido al Dios inmutable, después de unos días disfrutará del Dios que eligió; su felicidad es grande por haberlo escogido, ¡pero cuánto más grande será su disfrutar de él! “Hasme guiado según to consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de ti nade deseo en la tierra” (Salmo 73:24, 25). “Te he escogido, y vuelvo a escogerte como mi Dios y mi porción. Te disfruto algo ahora, y te disfrutaré más en el cielo. Antes de que pase mucho tiempo seré llevado para disfrutar de ti en tu gloria, plena, inmediatamente y para siempre, porque tú eres mío, y te he escogido solemnemente a ti.”
¡Oh santos! El Dios inmutable es de ustedes, y algo de comunión tienen con él aquí en los caminos de su gracia, que es dulce y feliz, pero después que hayan disfrutado de los caminos de su gracia por un tiempo aquí, serán llevados a disfrutar inmutablemente de él en su gloria en los cielos, lo cual será infinitamente más dulce y feliz. El disfrutar suyo de él aquí es limitado y remoto, al igual que variable e inconstante; pero su disfrutar de él en lo Alto será pleno, estrecho y sin cambios.
Aquí tienen, de cuando en cuando, una visita de gracia de parte de él. Él los visita en medio de esta obra y aquella ordenanza, en esta merced o en aquella aflicción; pero, oh, ¡qué breves son muchas veces esas visitas suyas! ¡Ay! Se va nuevamente en un momento. Pero después de un tiempo disfrutarán de él en su gloria, y no tendrán sólo una breve visita de cuando en cuando, sino su presencia constante para siempre. “Y allí estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17).
¡Oh, almas bienaventuradas! Allí Dios les será un placer inmutable, brillará inmutablemente sobre ustedes, inmutablemente se comunicará con ustedes en su gracia y gloria. ¡Oh qué dulzura y qué bendición será esto!
Bueno, en conclusión. Santos, el Dios inmutable es inmutablemente de ustedes, a pesar de que sus visiones de él son aún oscuras, y su comunicación con él escasa, esperen un poco y el día llegará cuando todas sus sombras desaparecerán. Cambiarán ustedes las aguas en reflujo por la marea alta, sus primeros rayos y amaneceres por el sol del mediodía, sus comienzos imperfectos por una consumación de la comunicación plena y perfecta con él. Aunque haya ahora un velo sobre el rostro de Dios de modo que no puedan verlo, esperen un poco y el velo será quitado, y contemplarán su rostro, su gloria para siempre; de tal modo que serán transformados plenamente en su imagen, y serán consolados y satisfechos eternamente en él, de acuerdo con su promesa.
Concluiré todo con esto: “Yo en justicia veré tu rostro: Seré saciado cuando despertare a tu semejanza” (Salmo 17:15). Amén. (Nota del editor: Yo también quiero decir amén: ¡Amén! ¡Alabanzas al Señor!)
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Edward Pearce (1633-11827): puritano, fue echado de la parroquia de St Margaret, Westminster, cuando se adoptó el Acto de Uniformidad (que forzó a muchos evangélicos a renunciar a sus pastorados más bien que adoptar las doctrinas y prácticas erróneas de la Iglesia Anglicana). Era conocido como “un predicador muy afectuoso y servicial”. Su obra más conocida, Beams of Divine Glory (Rayos de gloria divina), exalta a Cristo y brinda gran esperanza al cristiano.
Tomado de su libro: A Beam of Divine Glory (Un rayo de gloria divina) — publicado por Soli Deo Gloria Publications.
Publicado con permiso de Chapel Library.