La idolatría del alma excluye al hombre del Cielo
David Clarkson
Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios (Efesios 5:5).
El avaro, al igual que cada uno mencionado en nuestro texto, es un idólatra. No sólo el avaro, sino que también el inmundo, es idólatra. Porque el apóstol, que cataloga a la avaricia como idolatría, incluye también como idólatra al que sólo piensa en lo terrenal, que hace del vientre su dios (Fil. 3:19). De hecho, cada lascivia reinante es un ídolo y cada persona en la que reina, es un idólatra. “Los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”, es decir los placeres, las riquezas y los honores que recibe son la trinidad del hombre carnal, los tres grandes ídolos del hombre mundano, ante los cuales postra su alma. Y al darles aquello que corresponde sólo a Dios, se hacen culpables de idolatría. Para hacer más claro el hecho de que la avaricia, la inmundicia y demás deseos de la carne son idolatría, consideremos qué es y las formas cómo se manifiesta.
Idolatría es darle el honor y la adoración a la criatura que le corresponde únicamente a Dios (Ro. 1:25). Ahora bien, cuando esta adoración se hace común y se adoran otras cosas, sean lo que sean, hacemos de ellas ídolos y, por ende, cometemos idolatría. Sucede que esta adoración debida sólo a Dios no es algo que hacen únicamente los paganos al adorar a sus dioses; los papistas a los ángeles, santos, imágenes, etc., sino también el hombre carnal a sus deseos porque hay una adoración doble que se debe rendir sólo a Dios:
1. Externa, que consiste de actos y lenguaje corporal. Cuando el hombre se inclina o se postra ante algo, esto es adoración del cuerpo. Y cuando alguien se inclina o se postra ante algo o alguien, no por un respeto común sino religioso, con intención de honrar a algo considerándolo divino, entonces esto es adoración debida sólo a Dios.
2. Interna, que consiste de actos del alma y acciones que responden a ella. Cuando la mente está dominada por un objeto y el corazón y los afectos se concentran en él, esto es adoración del alma; y esta adoración le corresponde sólo a Dios porque siendo él el mejor bien y lo máximo entre las criaturas inteligentes, es a quien le corresponde y es la correcta cuando brota del alma y se dirige únicamente a él. La verdadera adoración es darle sólo a Dios, el primer y más elevado lugar en nuestro pensamiento, corazón y acciones.
Ahora bien, según esta distinción en la adoración, existen dos clases de idolatría:
1. Idolatría abierta, externa, cuando los hombres, por respeto religioso se inclinan o se postran ante algo o alguien aparte de Dios. Ésta es la idolatría de los paganos y parte de la idolatría de los papistas.
2. Idolatría secreta y del alma, cuando la mente y el corazón se dirigen a cualquier otra cosa o persona aparte de Dios; cuando cualquier cosa se valora más y se quiere más; cualquier objeto o persona en que se confía más, se ama más o cuando nuestros empeños son para algo o alguien que no es Dios. Entonces, esa es adoración del alma que es debida sólo a Dios.
Por lo tanto, los idólatras secretos no tendrán herencia en el reino de Dios. Tanto la idolatría del alma como la idolatría externa excluyen al hombre del cielo. El que satisface sus concupiscencias es tan inepto para el cielo como el que sirve y adora a ídolos de madera o de piedra.
Antes de pasar a confirmar y aplicar esta verdad, será mejor exponer con más claridad esta idolatría secreta. Para hacerlo, consideremos que hay trece actos de adoración del alma:
1. Estima. Convertimos en dios a aquello que más valoramos porque la estima es un acto de adoración del alma. Adoración es la estima mental de algo que es de gran excelencia. De hecho, el Señor considera la estima más alta un acto de honra y adoración debido sólo a él. Por lo tanto, tener una alta estima por otras cosas, mientras estimamos menos a Dios, es idolatría. Tener una alta opinión de nosotros mismos, de nuestro papel y logros, de nuestras relaciones y nuestros placeres, de nuestras riquezas y honores, es idolatría. Cuando exaltamos a aquellos que son ricos y honorables o le damos gran valor a cualquier cosa semejante, a la vez que valoramos menos a Dios. Cuando ponemos estas cosas en lugar de Dios, haciendo de ellas ídolos por darles el honor y la adoración debida sólo a la Majestad divina, estamos practicando idolatría. Convertimos en nuestro Dios a lo que más estimamos o sea que si usted estima más a otras cosas o personas, es idólatra (Job 21:14).
2. Predisposición. Convertimos en nuestro dios a aquello por lo cual tenemos mayor inclinación. Lo que más ocupa nuestra mente, aquello en lo que más pensamos movidos por nuestra predisposición, es adoración que corresponde a Dios, y que él mismo declara que se le debe rendir únicamente a él (Ec. 12:1). Podemos tener inclinación hacia otras cosas, pero si nos inclinamos más hacia ellas que a Dios, es idolatría. Al ser humano se le manda adorar a Dios. Puede haber inclinación por otras cosas, pero si hay más inclinación por ellas que por Dios, es idolatría; la adoración a Dios es dirigida a la criatura antes que al Creador. Cuando nos prestamos más atención a nosotros mismos, a nuestras propiedades e intereses, a nuestras ganancias o placeres más que a Dios, erigimos estas cosas como nuestros dioses dándoles el lugar de Dios. Cuando ese tiempo, que debiera estar saturado de pensamientos acerca de Dios, está copado por pensamientos hacia otras cosas, es idolatría. Cuando Dios no está en todos nuestros pensamientos o cuando lo está, pero en menor grado. O cuando no pensamos en él para nada, lo cual deberíamos hacer cotidianamente con seriedad, pero en cambio voluntariamente, en lugar de pensar en Dios, enfocamos nuestros pensamientos en otras cosas, caemos en idolatría.
Si usted no piensa en Dios o piensa de él algo diferente de lo que es; si piensa que es todo misericordia, olvidando su justicia; si piensa que es todo misericordia y compasión, y no tiene en cuenta su pureza y santidad; si piensa en su fidelidad en cumplir sus promesas, olvidando que también cumple sus amenazas; si lo cree todo amor, dejando de lado su soberanía, entonces tiene un ídolo en lugar de Dios. Pensar en él de una manera distinta de la que se ha revelado y dedicar sus afectos a otras cosas tanto o más que a Dios, es idolatría.
3. Intención. Convertimos en nuestro dios a aquello que más tenemos intención de hacer porque lo que es prioritario en nuestras intenciones es un acto de adoración que debiéramos rendir sólo al Dios verdadero. Siendo él el principal bien, debe ser también la meta final de nuestras intenciones. Ahora bien, lograr nuestra meta final tiene que ser también nuestra finalidad principal; es decir, hemos de apuntar a esa meta por sí misma, y todo lo demás que queremos lograr debe sujetarse a ella.
Ahora bien, cuando hacemos de otras cosas nuestra meta principal, las estamos colocando en lugar de Dios y las convertimos en ídolos. Cuando nuestra intención principal es llegar a ser ricos, grandes, famosos o poderosos; cuando nuestro gran propósito es lograr nuestro propio confort o placer, obtener reconocimientos, ganancias o beneficios; cuando nuestra meta o intención principal es otra que glorificar y disfrutar de Dios, caemos en la idolatría del alma.
4. Determinación. Convertimos en nuestro dios aquello que más determinamos hacer. La determinación de poner a Dios sobre todas las cosas es un acto de adoración que éste nos exige como algo debido sólo a él. Suplantar eso por otras cosas es darles a éstas la adoración que corresponde a Dios y, por ende, convertirlos en dioses. Lo hacemos cuando seguimos con determinación otros intereses debido a nuestras concupiscencias, antojos, ventajas externas, mientras que apenas si seguimos a Dios, sus caminos, su honra y su servicio. Hacemos determinaciones idólatras cuando optamos por otras cosas y dejamos a Dios para otro momento: “Déjenme disfrutar ahora plenamente del mundo, de lo que me place, de mis concupiscencias; pensaré en Dios en el futuro, cuando sea anciano, esté enfermo y en mi lecho de muerte”. Dejamos a Dios de lado; las criaturas y nuestros deseos carnales ocupan el lugar de Dios y damos a estos la honra debida sólo a él.
5. Amor. Convertimos en nuestro dios aquello que más amamos porque el amor es un acto de adoración del alma. A veces amar y adorar son sinónimos. Lo que uno ama, eso adora. Es indudable que si nuestra intención es amar algo superlativo, pero que no es Dios, amar aquello por sobre todas las cosas es idolatría porque amar es un acto de honra, adoración, que el Señor declara que se debe rendir a él exclusivamente (Dt. 6:5). El Señor Jesús resumió en Mateo 22:37 toda la adoración requerida del hombre. Podemos amar otras cosas, pero él debe ser amado por sobre todas ellas. Ha de ser amado transcendental y absolutamente por quién él es. Todas las cosas deben ser amadas en él y por él. Él considera que no lo estamos adorando en absoluto, que no lo estamos considerando el único Dios cuando amamos a otras cosas más que a él, o tanto como a él (1 Jn. 2:15). El amor, cuando se sale de las reglas prescritas, es un afecto idólatra.
6. Confianza. Convertimos en nuestro dios aquello en que más confiamos porque confianza y dependencia es un acto de adoración que el Señor proclama le debemos rendir sólo a él. ¿Y qué acto de adoración existe que el Señor más requiere que esta dependencia del alma sólo de él? “Fíate de Jehová de todo tu corazón” (Pr. 3:5). Confiar en las riquezas: Job lo rechaza y cuenta entre los actos idólatras que eran juzgados como una maldad (Job 31:24). David se suma a esto y lo considera como un rechazo a Dios (Sal. 52:7) y nuestro Apóstol, quien llama idolatría a la avaricia, aconseja no poner la confianza en las riquezas en lugar de ponerla en Dios (1 Ti. 6:17).
Confiar en los amigos aunque sean muchos y poderosos. Condena esto porque significa apartarse de Dios, renunciar a Dios y dar más fuerza a lo que confiamos en lugar de Dios (Sal. 146:3). Salmo 118:8-9 afirma: “Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes”. La idolatría que significa esta confianza equivocada, es que el verdadero Dios es olvidado. Confiar en la criatura en lugar del Creador siempre es idolatría.
7. Temor. Convertimos en nuestro dios aquello a lo que más tememos porque el temor es un acto de adoración. Ciertamente que el que teme, adora a lo que teme, cuando lo que teme es trascendente. Las Escrituras definen a menudo la adoración total a Dios con esta sola palabra: Temor (Mt. 4:10; Dt. 6:13) y el Señor impugna esta adoración o sea, ese temor que es debido sólo a él (Is. 51:12-19). Nuestro dios es ese temor que nos domina (Lc. 12:4, 5). Si tememos otras cosas más que a él, estamos rindiendo a ellas el culto que corresponde solo a Dios y eso es, simple y llanamente, idolatría.
8. Esperanza. Convertimos en nuestro dios a aquello en que ciframos nuestra esperanza porque tener esperanza en algo o alguien es un acto de adoración… y la adoración corresponde sólo a Dios. Es su prerrogativa ser la esperanza de su pueblo (Jer. 17:13; Ro. 15:13). Cuando ciframos en otras cosas nuestra esperanza, les rendimos el honor que le corresponde sólo a Dios; es dejar al Señor, la Fuente, y remplazarlo con cisternas rotas (Jer. 2:13), adorándolas como si fueran Dios. Esto hacen abiertamente los papistas cuando ponen su esperanza en María, la cruz de madera y los santos difuntos. Y lo mismo hacen otros entre nosotros que ponen su esperanza en sus oraciones, su dolor por su pecado, sus obras de caridad o cualquier otro acto religioso o de justicia y cuando esperan satisfacer la justicia, pacificar el desagrado de Dios, con el fin de comprarse el cielo. Nada puede comprarlo, sino aquello que es infinito: La justicia de Dios. Y ésta la obtenemos sólo en y de Cristo. Por lo tanto, la Palabra lo llama nuestra esperanza (1 Ti. 1:1) y “nuestra esperanza de gloria” (Col. 1:27). Los que hacen de su propia justicia el fundamento de su esperanza, la exaltan en lugar de Cristo y la honran en lugar de Dios.
9. Anhelos. Convertimos en nuestro dios a aquello que más anhelamos porque uno anhela lo que considera de más valor, de hecho, por eso es que lo anhela tanto. Y lo que considera de más valor, se convierte en su dios. Anhelar es un acto de adoración… y eso que más se anhela es justamente esa adoración, esa honra debida sólo a Dios. Anhelar cualquier cosa más o tanto como anhelar a Dios es idolatrarla, es postrar el corazón ante ella y adorarla como sólo Dios debe ser adorado. Sólo él debe ser el objeto anhelado por sobre todas las cosas como lo fue para David (Sal. 27:4).
10. Deleite. Convertimos en nuestro dios a aquello que más nos deleita y más alegría nos produce porque el deleite trascendente es un acto de adoración del cual sólo Dios es digno. Y este sentimiento, en toda su plenitud, se llama glorificar. Nos gloriamos en aquello que nos deleitamos por sobre todas las cosas y esa es una prerrogativa que el Señor impugna (1 Co. 1:31; Jer. 9:23, 24). Alegrarnos en nuestra sabiduría, fuerza y riqueza más que en el Señor, es idolatría. Deleitarnos más en nuestras relaciones, cónyuge o hijos, en conforts y comodidades externas, en lugar de hacerlo en Dios,es adorarlos tal como deberíamos adorar sólo a Dios. Deleitarnos en cualquier tipo de pecado, inmundicia, intemperancia y actividad terrenal que en los caminos de Dios, que en esos servicios espirituales y celestiales en que podemos disfrutar de Dios, es idolatría.
11. Celo. Convertimos en nuestro dios aquello por lo cual sentimos más celo porque tal celo es un acto de adoración del cual sólo Dios es digno. Por lo tanto, es idólatra ser más celosos de nuestras propias cosas que de las cosas de Dios, ser entusiastas por nuestras propias causas e indiferentes a la causa de Dios, ser más ardientes por nuestros propios méritos, intereses y logros que por las verdades, los caminos y la honra de Dios; ser fervientes en espíritu, persiguiendo nuestros propios intereses, promoviendo nuestros designios, pero tibios e indiferentes en el servicio de Dios; considerar intolerables los reproches, las calumnias e injurias de las que somos objeto, pero no demostrar nada de indignación cuando Dios es deshonrado, cuando su nombre, su Día, su adoración son profanados y cuando sus verdades, caminos y pueblo son injuriados.
12. Gratitud. Convertimos en nuestro dios a aquello por lo cual sentimos más gratitud porque la gratitud es un acto de adoración. Adoramos aquello por lo cual estamos más agradecidos. Podemos sentir agradecimiento por otras personas, podemos reconocer la ayuda que significan tantos medios e instrumentos; pero si allí nos quedamos y no nos elevamos más allá de nuestra gratitud y reconocimiento; si el Señor no es recordado como aquel sin quien nada es posible, es idolatría. El Señor acusa de idólatras a los que hacen esto (Os. 2:5, 8). Por lo tanto, cuando atribuimos nuestra prosperidad y riquezas a nuestro propio esfuerzo y trabajo; nuestro éxito a nuestro propio discernimiento y diligencia cometemos idolatría. Cuando adjudicamos la solución de nuestros problemas a nuestro amigos, medios y recursos, sin mirar más allá, o no tanto a Dios como a estos, los estamos idolatrando y ofreciendo sacrificios a ellos, tal como lo expresa el profeta (Hab. 1:16). Atribuir aquello que proviene de Dios a las criaturas, es colocar lo creado en el lugar del Creador, y eso es idolatría (Ro. 1:25).
13. Cuandonos interesamos interesamos y desvelamos más por otras cosas que por Dios caemos en la idolatría. Nadie puede servir a dos señores. No podemos servir a Dios y a las riquezas, ni a Dios y nuestras concupiscencias al mismo tiempo, porque servirnos a nosotros mismos y servir al mundo monopoliza los intereses, desvelos y esfuerzos que obligadamente deben ser consagrados al Señor si hemos de servirle como nuestro Dios. Y cuando estos son para el mundo y nuestras concupiscencias, les estamos sirviendo como deberíamos servir a Dios y, entonces, los convertimos en nuestros dioses. Cuando nos preocupamos y desvelamos más por complacernos a nosotros mismos y complacer a los demás que por complacer a Dios, nos ocupamos más de nosotros mismos y de nuestra posteridad que de ser más útiles a Dios, cometemos idolatría. Cuando estamos más interesados en lo que comemos, bebemos o vestimos, que por honrar y disfrutar a Dios, o de satisfacer las necesidades de la carne y sus deseos, que satisfacer la voluntad de Dios, somos idólatras. Cuando nos desvelamos más por promover nuestros propios intereses que los designios de Dios; por ser ricos, grandes o respetados entre los hombres que por el hecho de que Dios sea honrado y dado a conocer en el mundo, estamos formando dioses ajenos y alejándonos de Dios. Cuando estamos más interesados en cómo obtener logros del mundo que en cómo emplearlos para Dios; levantarnos temprano, acostarnos tarde, ser hacendosos para prosperar materialmente, mientras la causa, los caminos y los intereses de Cristo son objeto de poco o ningún esfuerzo de nuestra parte, es idolatrar al mundo, a nosotros mismos, nuestras concupiscencias y nuestra relaciones mientras que descuidados al Dios del cielo. Por todos estos intereses humanos, la adoración y el servicio que se le deben tributar sólo a él son consagrados idolátricamente a otras cosas.
Aquel que por fin encuentra a Cristo y hace de él su meta principal aquietará su corazón, falte lo que le falte y pierda lo que pierda. Lo considera como su recompensa perfecta por todas sus lágrimas, oraciones, inquietudes, esperas y esfuerzos.
Tomado de “Soul Idolatry Excludes Men out of Heaven” (La idolatría del alma excluye del cielo al hombre), en The Works of David Clarkson (Las obras de David Clarkson), Tomo II, reimpreso por The Banner of Truth Trust.
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David Clarkson (c. 1621-1686): Predicador y autor puritano. Colega de John Owen y su sucesor en el púlpito. Nacido en Workshire, Inglaterra.
Publicado con permiso de Chapel Library.