El que guarda su boca, preserva su vida
George Lawson
El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina en ruina (Proverbios 13:3).
No solo debemos evitar hablar lo malo, sino guardarnos con prudencia de hablar lo bueno cuando no sea el momento oportuno. Cierto filósofo permanecía callado en medio de la conversación de otras personas y, cuando se le preguntó la razón de su actitud, respondió: “Con frecuencia me he arrepentido de hablar, pero nunca de guardar silencio”. La destrucción a manos de Dios, y a veces a manos de los hombres, es el castigo que recibe la lengua descontrolada, que en este aspecto parece un monstruo indomable que con frecuencia acaba destruyendo a su amo. Nabal casi acabó con toda su familia por su recriminación destemplada contra David. De hecho, el daño se evitó gracias a la lengua prudente de Abigail y, no obstante, el remordimiento de la propia mente de David fue uno de los medios que le llevaron a desistir de sus propósitos.
¿Por qué insiste tanto el sabio en este asunto? Porque la lengua es un miembro muy indisciplinado y, sin embargo, es absolutamente imprescindible ser capaz de domarla (cf. Stg. 3:8). ¿Quién es el hombre que desea la destrucción y la desgracia? Que dé rienda suelta a su lengua. ¿Quién es el hombre que desea paz y felicidad? Que no diga nada de lo que pueda arrepentirse durante diez años, o durante el resto de sus días.
Extracto de “Comentario a Proverbios” por George Lawson. Reservados todos los derechos.