El concepto del peregrino
Dr. Peter Masters
No puedes ser cristiano sin ser también peregrino, alguien que viaja por el mundo sin mucho equipaje. En este artículo se describen las pérdidas, además de seis bendiciones extraordinarias y también lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer.
“Todos éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).
La Biblia está llena de peregrinación. El capítulo undécimo de Hebreos habla, entre otros, de Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob, quienes son descritos como “extranjeros y peregrinos en la tierra”.
“Extranjeros” significa literalmente forasteros, gente de una cultura y un lenguaje diferente. Los “peregrinos” son los que viven en una tierra que no es la suya, lejos de su propia gente.
En la Biblia, el término peregrino implica un viaje –viajar a su patria– como vemos en Hebreos 11:14. Describe a los que “buscan una patria propia”. Los peregrinos bíblicos viven en otro país, junto con la comunidad residente, pero no se integran plenamente en él. Son residentes transitorios que pronto irán a su patria. Pueden realizar grandes cosas para beneficio del país en el que viven (como hizo José), pero nunca dejarán de ser peregrinos.
No son como los expatriados que escogen instalarse en otro país porque están desarrollando su carrera allí o porque les gusta más que el suyo. Muchos “expatriados” están donde están, porque así lo quieren, pero, en la Biblia, un residente o un peregrino no tiene un deseo ardiente por el lugar donde se encuentra, excepto por el servicio del Señor, la salvación de las almas y el amor por su familia. El interés principal de un peregrino no está en su país actual.
El concepto del peregrinaje es enormemente importante para el cristiano, y le da directrices acerca de cuál es la postura del creyente en todas las circunstancias de la vida. Sin este concepto, nos convertimos en personas innecesariamente sensibles a todos los problemas y las pruebas de la vida.
El concepto es especialmente vital en el tiempo presente, cuando un número creciente de evangélicos abogan por ser “culturalmente progresistas” o “culturalmente relevantes”, exhortándonos a meternos mucho más en el mundo. La palabra misma “peregrinaje” suena a advertencia, recordándonos nuestro deber de ser distintos y apartados para Cristo.
El famoso libro, El progreso del peregrino, adopta poderosamente el término peregrino. También recordamos cómo Jacob se refirió a “los días de mi peregrinación” y que David declaró “extranjero soy y peregrino”. Era rey sobre su pueblo y, a pesar de ello, aludió a sí mismo como extranjero y residente temporal. El apóstol Pedro también se refirió a los creyentes como “extranjeros y peregrinos”. ¿Es esto cierto en lo que a nosotros respecta?
Los héroes de la fe en Hebreos 11 “murieron en fe, sin haber recibido las promesas [durante su vida terrenal], pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”. Hicieron que las promesas de un hogar eterno sean el motor de sus vidas, declarando por medio de su estilo de vida que eran extranjeros y peregrinos en la tierra.
Sus vidas decían: “No pertenecemos aquí. Somos extranjeros y moradores temporales que viven en tiendas y esperan algo mucho mejor”.
La nueva enseñanza de hoy afirma que debemos amar estar aquí, hacer las cosas que hacen los del mundo, cantar sus canciones, interpretar su estilo de música, ver sus películas y sus obras de teatro, vestir sus modas más atrevidas junto con otras transigencias que hubieran horrorizado a los creyentes a lo largo de los dos últimos milenios.
Cuando se produce una gran catástrofe en un país rico como los Estados Unidos, como por ejemplo, un huracán inesperado que destruye casas y posesiones, las cámaras de televisión se centran en los residentes afectados. En segundo plano vemos casas derrumbadas y bienes dispersados por todas partes. No cabe duda de que las personas están aseguradas y sobrevivirán, obteniendo nuevos hogares y bienes, pero están afligidos y se les ve inconsolables, como si su mundo hubiera llegado a su fin. Entendemos la impresión, el trastorno y la decepción de perder las cosas que aprecian, con frecuencia vemos que estas personas reaccionan de una manera que sería más adecuada si el caso fuera la muerte de muchas personas. Es evidente que para los que sufren significa mucho perder las cosas que poseían. Lo que les ha ocurrido es, para ellos, el mayor golpe imaginable.
Los peregrinos de la Biblia nunca pensaron así. Este mundo nunca fue su lugar. Las pérdidas terrenales y las decepciones nunca fueron el fin del mundo para ellos, porque su mente y su corazón no estaban por completo en las cosas terrenales. En un sentido, viajaban ligeros de equipaje por la vida, y nosotros deberíamos hacer lo mismo.
Había tres fiestas de peregrinación en el Antiguo Testamento, cuando las personas iban a Jerusalén. La Pascua, que recordaba la liberación de Egipto. Pentecostés que conmemoraba el final de la cosecha del grano. La fiesta de los tabernáculos marcaba el final del año agrícola de trabajo, y también traía a la memoria los viajes por el desierto.
Todas estas fiestas implicaban la peregrinación que recordaba a la gente que toda la vida es un peregrinar. Durante el viaje cantaban los salmos de los peregrinos, o cánticos de ascenso gradual (Salmos 120—134), en especial durante la subida final a la ciudad. El tema del peregrino era un rasgo principal del calendario.
¿Estamos preparados para un peregrinaje o esperamos hallar realización y propósito en esta tierra extranjera? Como forasteros deberíamos aprovechar cada oportunidad para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más amable y justo en el que vivir, pero no es nuestro sitio y muchas personas mundanas sienten resentimiento hacia nosotros o son demasiado fríos con nosotros.
Pensar que el propósito de Cristo es la reforma social del mundo es una herejía. Las buenas obras de los creyentes individuales forman parte de nuestro testimonio, pero el punto de vista claramente bíblico del mundo es que está caído y condenado, y que Cristo está reuniendo a su pueblo, por gracia, para sacarlo de él.
No pensamos como la gente mundana (aunque antes sí lo hacíamos) ni tenemos las mismas aspiraciones, ni disfrutamos las mismas cosas. Estamos expuestos a que sospechen de nosotros, nos malinterpreten y hasta que nos odien. Aunque muchos pueden ser respetuosos para con nosotros y apreciarnos, serán muchos más los que sean en cierto modo hostiles.
En algún momento, todos los creyentes experimentan alguna forma de persecución y, para muchos será muy amargo. Si no entendemos esto, será muy doloroso para nosotros. Deberíamos intentar ser tan participativos, serviciales y corteses como podamos, pero con demasiada frecuencia seguimos siendo unos inadaptados en lo que respecta a este mundo. Si sabemos lo que significa ser un peregrino para Cristo, entonces también entenderemos esto y obtendremos nuestra paz y felicidad solamente de Él. Esperaremos recibir la calumnia y el maltrato del mundo.
Este mundo no es el único en ser hostil hacia nosotros: el diablo también lo es. A menudo saca ventaja de nosotros cuando estamos “en el camino”, lejos de casa, y nos lanza tentaciones, desaliento y hasta dudas en cuanto a nuestro estado con el Señor. Pero se nos ha proporcionado muchas ayudas y bendiciones en el camino de nuestra peregrinación para equilibrar estas cosas.
Seis beneficios que proceden de Cristo
Cualesquiera que sean las pruebas de la peregrinación, debemos contraponer a ellas los abrumadores beneficios, de los cuales el mejor es el que el Salvador describe en su gran oración sumosacerdotal de Juan 17. Somos los iluminados, los que sabemos (v. 8), los que pertenecemos a Dios (v. 10), personas que con toda seguridad serán protegidas (v. 11) y no se perderán nunca (v. 12), que tendrán un gozo seguro (v. 13), que son enviadas al mundo con una misión divina (v. 18), que serán santificadas (v. 19), cuya misión tendrá éxito (v. 20), que en última instancia serán vindicadas (v. 23) y que al final verán la gloria del Señor (v. 24).
El beneficio de la comunión
Los beneficios también brillan a través de Hebreos 11:13: “Todos éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos”. Notamos de forma particular el término “todos” que nos recuerda que hay innumerables creyentes. No estamos solos; hay muchos más.
Es tan precioso y valioso que los creyentes se reúnan en el Día del Señor y en las reuniones semanales nocturnas para escuchar la Palabra, tener comunión entre ellos, y sacar placer y solaz los unos de los otros. Resulta triste cuando los cristianos no conocen a muchas personas en la congregación de su iglesia, porque uno de los mayores consuelos en la vida del peregrino es que en esta familia somos muchos.
Alrededor del mundo hay millones y millones de personas que le pertenecen a Cristo. Por supuesto que no podemos conocerlas a todas, pero sí podemos pensar en otros incluso en los lugares más aislados. Incontables son los que aman a Cristo y Su Palabra, y viven como peregrinos, pasando por este mundo malo presente. Son muchos más de los que podemos imaginar, incluso en nuestro país, y ciertamente en todo el mundo. La compañía de los que han llegado a entender las intenciones de este mundo, han conocido a Cristo y ahora caminan con él es inmensa. No estamos hablando de unos cuantos peregrinos, sino de la nacionalidad o clan más extenso de personas de un mismo parecer sobre la tierra.
El beneficio de la experiencia
Otro beneficio que atrae nuestra atención en Hebreos 11:13 es que nuestro peregrinaje es un viaje de eficacia probada. La frase “todos éstos murieron en fe” se extiende desde la primera generación de personas sobre la tierra hasta el siglo XXI. Miles de millones de seres humanos salvos han emprendido este viaje antes que nosotros, y han probado al Señor. Vemos la imagen expuesta en las Escrituras. Allí están las historias de los que comprobaron quién era Él por medio de poderosas liberaciones. Fueron justificados y bendecidos, acabando su viaje en triunfo y con felicidad. Así lo hizo, desde entonces, una gran multitud a lo largo de los siglos. ¡Qué conmovedor es leer los relatos biográficos de las personas de fe y los famosos proclamadores que adornan la historia! Los estímulos y las lecciones son innumerables. Este es un viaje de mucho tráfico y de eficacia demostrada, y de ninguna manera somos los pioneros.
El beneficio de la seguridad
Aliada con esto vemos en Hebreos 11:13 la doctrina de la perseverancia de los santos, porque todos los peregrinos “murieron en fe”, mantenidos a salvo hasta el final por el poder de Dios, a pesar de cualquier debilidad y necedad de ellos. Si cayeron en algún obstáculo insensato por su propia pecaminosidad, aun cuando el Señor tuviera que disciplinarlos, los rescató de esa caída y fueron restaurados al pleno gozo de su salvación. Dios conoce cada giro y vuelta del viaje del peregrino, porque él vigila cada paso de Su pueblo. No hay hombre ni fuerza alguna que pueda arrancarlos de Su mano.
Los creyentes no olvidan jamás que están de camino a aquel lugar donde ya no hay muerte, pecado, dolor ni sufrimiento, e incluso ahora tienen la garantía de su herencia, el “depósito” por así decirlo, su nueva naturaleza, el nuevo entendimiento y sus facultades espirituales y gozos.
El beneficio del Espíritu
¿Puede haber privilegio y fuente de poder mayores que tener al Espíritu Santo como nuestro Divino Huesped residente? Se nos dice en Santiago 4:5 que anhela celosamente a los creyentes para protegerlos del mundo y mantenerlos cerca de Cristo.
El Espíritu mueve la conciencia del creyente para advertirle del pecado. También toca su corazón cuando lee las Escrituras con oración, profundizando su entendimiento. Y, en ocasiones, también se siente tan conmovido que experimenta una elevación inusual de su espíritu, porque es el Espíritu quien concede esa clara comprensión y apreciación de lo que se lee.
Conforme los creyentes resisten y mortifican el pecado, el Espíritu Santo los fortalece capacitándolos para que lo logren. Al luchar por buscar mejores actitudes, es el Espíritu quien los ayuda a alcanzar el amor, el gozo, la paz y todos los demás elementos del fruto del Espíritu. “Caminar en el Espíritu” es estar agarrado al poder divino y tener el gozo de cierto progreso en el viaje de la santificación.
El beneficio de la Providencia
Otro valioso beneficio de nuestro peregrinaje es la certeza de que el Señor supervisa nuestro itinerario, utilizando cada situación para nuestro bien espiritual y tejiendo las hebras de la vida para que sirvan a sus propósitos para nosotros.
Un incrédulo puede aceptar un trabajo en otro país y encontrarse con que nada sale como él esperaba y que toda la aventura es una terrible equivocación. Es posible que se diga a sí mismo: “Me he metido en este lío; yo me lo he buscado y ahora tengo que pagar las consecuencias. He firmado un contrato para tantos años; será deprimente, pero solo puedo culparme a mí mismo”.
La peregrinación del creyente no es nunca así, porque puede decir: “El Señor me llamó a mi viaje espiritual; Él será mi guía y me ayudará a realizarlo”. ¡Qué diferencia! Nos ha llamado ni más ni menos que el Dios vivo, el Salvador del mundo. Cuando llama, protege. Decimos: “Con toda seguridad me conducirá hasta el final de mi viaje. No soy un voluntario, sino una persona llamada. El Señor me ha dado el estatus de residente temporal aquí, y sé que Aquel que me ha traído hasta aquí, me conducirá durante todo mi viaje”.
“El que ha empezado la buena obra en ustedes la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Esta es la obra de Cristo que no puede fracasar. Nos mostró a sí mismo muriendo en el Calvario por nuestro pecado, y caímos a sus pies en arrepentimiento y fe, respondiendo a su llamado. En este viaje no somos turistas, sino personas llamadas, y Él supervisará providencialmente nuestro viaje.
El beneficio de las bendiciones especiales
Aquí tenemos otra bendición extraordinaria de nuestro viaje de peregrino. No es como una caminata por un extenso desierto, careciendo de cualquier vestigio de alivio. Este mundo es ciertamente un desierto para los creyentes, pero hay muchos oasis para refrescar y elevar nuestros espíritus. Hay, por supuesto, un oasis en nuestra vida cada día, cuando estamos con el Señor y Su Palabra. Y, en ocasiones, hay períodos de especial felicidad, tranquilidad, bendición y utilidad. Y también está el rico oasis de la comunión con otros miembros y nuestra familia espiritual, que solo se pierde por una altiva lejanía, por la crítica y el chisme.
Tenemos, asimismo, las veces incontables en que nos tropezamos con un “oasis de deleite” por medio de las relevantes respuestas a la oración, la fresca evidencia del poder de Dios.
El Señor no ha abandonado a su pueblo sin alientos, consuelos y pruebas de su cuidado a lo largo del camino.
Los “debes” y “no debes” del peregrinaje
Ahora debemos considerar algunos de los “debes” y “no debes” para los peregrinos que marcan tanta diferencia en el viaje. Los dirigiremos directamente a los lectores, y el primero es una seria advertencia: Ten mucho cuidado de no asentarte. Eres un peregrino, ¡no te establezcas! Aquí no estamos hablando de cosas espirituales, sino terrenales.
No eches raíces y te vuelvas dependiente de las cosas terrenales, y que estas no lleguen a gustarte demasiado. Por el contrario, si te gusta algo en demasía, no lo consigas, no lo hagas, porque será una trampa para ti.
¿Acaso no hemos caído todos en esta trampa? Algo muy valioso ha llegado a nuestra vida, como una casa o una posesión que atesoramos con exageración, o una diversión, o ropa, y ha llegado a significar demasiado para nosotros, absorbiendo nuestra fascinación y nuestra atención. Nos hemos comprometido con ella y dedicado a ella, y esto va en contra de la totalidad del espíritu de la peregrinación.
Tal vez reconocimos esto. No era algo inmoral, incorrecto o terrible, sino que nos comprometió demasiado y, por la gracia de Dios, decidimos dejarlo a un lado. Nos recordamos a nosotros mismos que éramos peregrinos que debían estar preparados para avanzar sin impedimento, consagrados al Señor y a Su causa. Llamados a ser peregrinos —a ir de paso— no nos atrevemos a asentarnos y permitir que las cosas terrenales nos envuelvan y nos detengan.
Otra regla para la vida del peregrino es recordar que cada fase de la vida es temporal. ¿Somos jóvenes? Bueno, no siempre lo seremos. El tiempo pasa y tenemos que abandonar la juventud. Los fervientes peregrinos pasan su juventud preparándose para la etapa siguiente, sin aferrarse a la presente. Los jóvenes tienen que pensar en el matrimonio. En nuestro siglo impío esto no se ve como una obligación, pero para los creyentes sí lo es, a menos que el Señor decida lo contrario. Ciertamente no queremos desarrollar un espíritu de coquetería, sino que deberíamos tener un espíritu de oración y un corazón dispuesto.
En el mundo no salvo, cuando se les pregunta a los jóvenes cuál es su meta en la vida, por lo general suelen responder nombrando algo con lo que disfrutan de forma particular, como si el placer fuera la base de una opción profesional. Pero los peregrinos salvos piensan más en carreras que serán útiles y que los capaciten para servir al reino de Dios y, si es posible, hacer un buen trabajo para todas las personas.
El mundano tiene por objetivo el placer personal, la satisfacción y la realización personal, pero el peregrino aspira a servir a Dios y a las buenas obras.
Cuando es joven, el peregrino se está entrenando para la próxima etapa de la vida, emulando a cristianos como Hudson Taylor, quien en su juventud restringió su dieta y se negó a sí mismo muchas comodidades con el fin de acondicionarse y endurecerse para el servicio misionero pionero en China.
Un “no debes” vital para los peregrinos de todos los siglos es no transigir jamás en las prioridades espirituales o perder el tiempo. Una vez conocí a un cristiano que tenía en su jardín una elaborada maqueta de tren en funcionamiento, cuidadosamente diseñada y construida. El motor, los vagones y las vías eran bastante grandes, capaces de transportar a niños, y la impresión total era imponente. ¿Pero cómo justificaba un cristiano el dedicar tantas horas, por no decir años, para construir un juguete gigantesco? No perdamos nunca un tiempo que le pertenece al Señor.
Uno se pregunta qué habría hecho John Wesley en esta situación. Leemos que cuando visitaba una casa donde había vasijas de plata expuestas se apropiaba abiertamente de ellas para su obra en el orfelinato. Los peregrinos no pueden malgastar su tiempo ni poner su corazón en ídolos terrenales. Tienen un acercamiento muy práctico a las cosas materiales de la vida.
Sin embargo, el tiempo no solo se pierde en la atención excesiva a una casa, a posesiones y a la diversión, sino también, en ocasiones, a una ociosidad prolongada. Tal vez hayamos estado enfermos o distraídos por un periodo de trabajo o estudio intensivo, y hayamos sido incapaces de hacer todo lo que normalmente hacemos para el Señor; pero hace mucho que ese período de distracción ha pasado y nunca hemos retomado nuestro patrón anterior de asistencia y servicio. Pues bien, el tiempo es breve y somos peregrinos. Estamos aquí para hacer que cada fase de la vida cuente para el Señor y, por tanto, debemos apresurarnos a volver a la acción dedicada y a la asistencia a los cultos semanales nocturnos, resistiéndonos a todas las propuestas del mundo, de la carne y del diablo. El hermoso himno de Thomas Hornblower Gill tiene un versículo que nos trae convicción de pecado:
No quiero, Señor, con celo de alas veloces
Hacer los recados de este mundo,
Y trabajar en la colina celestial
Con pies cansados y lentos.
El escritor de himnos estaba pensando en personas que esperan hasta más adelante en la vida para despertar y servir al Señor, cuando todos los años de energía y capacidad han quedado atrás.
Los peregrinos tampoco hacen paréntesis. Una vez conocí a un hombre, un ferviente cristiano que compró una casa mucho más grande de lo que necesitaba. Era una casa muy hermosa e individual con tropecientos dormitorios. Cautivó su corazón por completo, pero arruinó su administración, absorbió todos sus recursos y prácticamente consumió su vida. No podemos permitir que nos ocurra ese tipo de cosas en ningún ámbito de la vida. No podemos asumir compromisos que nos gobiernen y nieguen toda utilidad cristiana.
Otro “no debes” está relacionado con la queja y la murmuración. Esta fue la amenaza que hizo que los hijos de Israel vagaran en círculo, y los mantuvo alejados durante tanto tiempo de su deseado destino. William Cowper tenía la cura perfecta para esta expresión de infidelidad:
Si la mitad del aliento que gastas, así, en vano
Al Cielo en súplicas fuera llevado
Tu alegre canto con más frecuencia sería
Escucha lo que el Señor ha hecho en mi vida
Otro “no debes” es la hostilidad entre creyentes. Es una desobediencia directa a la ley especial de Cristo con respecto a que sus hijos deben amarse los unos a los otros. Algunos que profesan ser cristianos descargan hostilidad en los demás, causan gran dolor y acongojan al Espíritu apagándolo durante años, si no hay algo que los detenga. Escuchamos hablar de pastores recién nombrados en iglesias que descubren que ha habido hostilidad durante años. ¡Qué tragedia! Los verdaderos peregrinos no pueden permitir, desde luego, que semejantes cosas les arruinen la vida.
Incluso podemos decir que los peregrinos están vestidos para el viaje y nosotros también deberíamos estarlo. Con toda claridad, en la conducta y en la apariencia los creyentes no son mundanos que saborean la vida de la carne y que quieren tomar parte en sus búsquedas más bajas. Los verdaderos creyentes no siguen estilos de vestir que alardean de carne, ni peinados que implican un mensaje de rebeldía. (Las iglesias emergentes y “misionales” parecen enfatizar las modas mundanas, y algunos de sus pastores de mediana edad se presentan como hipsters adolescentes callejeros, aparentemente desesperados por apartarse tanto como puedan de la imagen de “extranjeros y peregrinos”.)
Si vivimos como peregrinos Dios nos bendice dándonos discernimiento y entendimiento, pero como ocurre con otras muchas bendiciones esas facultades dependen de que vivamos de ese modo. Este es el mensaje del famoso capítulo once de Hebreos, donde encontramos los anales de la fe y la peregrinación. El espíritu peregrino nos aporta una rica experiencia espiritual haciéndonos ser instrumentos útiles. Nuestra propia confianza en Dios aumenta de forma poderosa, por las experiencias que hemos tenido con Él. Nos desarrollamos en santidad por su gracia y su poder, y obtenemos una más clara visión celestial.
Es muy triste ver que existe entre los cristianos este movimiento al que ya nos hemos referido de dejar a un lado la actitud del peregrino. Las supuestas iglesias emergentes y misionales —o al menos la mayoría de ellas— recomiendan cosas extraordinarias. Quieren que los creyentes abandonen la iglesia tradicional (muchas dicen que se deje también de predicar), y que sean totalmente informales.
Están convencidas de que para ganar a las personas para Dios debemos ser como ellas. De modo que debemos ir a ver todas las películas que ellas ven (incluso con ellas), para que podamos hablar sobre ellas. Haz lo mismo que ellos, aconsejan, ve a bailar, a los clubs y los pubs, porque la normalidad es vital. Mézclate, mézclate, mézclate sin parar y vive como la gente mundana. No lo dicen exactamente con estas palabras, pero este es su significado. Debemos ser más como la gente del mundo, actuar como ellos y mezclarnos con ellos en sus actividades y deleites. Cuanto más lo hagamos, más influencia tendremos sobre ellos.
Las iglesias liberales que rechazan el evangelio iniciaron esta línea de pensamiento y acción, y los autores misionales la han adoptado. Pero esta política es exactamente lo opuesto a lo que los cristianos cuya fe está basada en la Biblia han venido creyendo durante siglos, y es contraria a la Palabra de Dios.
A pesar de ello, en nuestros días uno puede asistir a cualquiera de los numerosos institutos bíblicos del Reino Unido y conseguir un diploma en “hacer iglesia” de esta nueva forma. C. H. Spurgeon tenía una frase: “Nunca sabemos qué será lo siguiente que escuchemos: moriríamos de asombro”.
Algunas de las cosas que escuchamos hoy son increíbles, tan antibíblicas y tan incorrectas que nos sobrecogen cuando las escuchamos. No debemos perder jamás de vista que nuestro Salvador nos llamó a salir del mundo. Deberíamos estar llenos de compasión por las almas perdidas y trabajar en su salvación. Pero no podemos hacerlo rechazando el concepto del peregrino y entristeciendo al Espíritu Santo de Dios.
El apóstol dice: “Prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Proseguimos adelante como peregrinos, un pueblo distinto de este mundo caído y condenado, del que hemos sido llamados y ganando almas de en medio de él por el poder del Espíritu. Nuestra tarea consiste en llamarlos para que salgan y no en mantenerlos allí. Es la única actitud válida para la vida y el servicio cristianos: vivir como peregrinos.
Usado con permiso. Traducción de IBRNB.