El amor pastoral
Todo nuestro ministerio debe llevarse a cabo con tierno amor por nuestra gente. Debemos dejar que vean que nada nos complace sino lo que les beneficia a ellos; que lo que les hace bien a ellos nos hace bien a nosotros; y que nada nos importa tanto como sus heridas. Debemos sentir por nuestra gente lo que un padre siente por sus hijos; sí, el amor más tierno de una madre no debe superar el nuestro. Debemos sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ellos. Tienen que ver que no nos importan más las cosas externas que su salvación, ni las riquezas, ni la libertad, ni el honor, ni la vida. Deben sentir que estamos dispuestos, como Moisés, a que nuestros nombres sean borrados del libro de la vida (es decir, ser eliminados de entre los vivos), con tal que ellos figuren en el libro de la vida del Cordero. Como Juan, deberíamos estar dispuestos a “poner nuestra vida por los hermanos” y, como Pablo, a no apreciar nuestra vida para nuestro disfrute, a fin de poder “terminar la carrera con gozo, y el ministerio que recibimos del Señor Jesús”. Cuando vean que los amas sin fingimiento, oirán lo que tengas que decirles, y soportarán cualquier carga que les impongas…También nosotros mismos aceptaremos de buen grado lo que venga de alguien que sabemos que nos ama de verdad, y soportaremos golpes que se nos dan en amor, antes que una palabra grosera que se nos diga con malicia y enojo…Por eso os ruego que procuréis sentir un amor tierno por vuestra gente, y que permitáis que ellos lo perciban en vuestra manera de hablar, y lo vean en vuestra conducta. Permitid que ellos vean que gastáis, y que os consumís, por ello; y que todo lo que hacéis es por su bien y no por un fin personal.
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