¿Entierro o cremación?
Loraine Boettner
¿Cuál es el mejor método de disponer del cuerpo? Podemos decir que al fin de cuentas la forma de disponer del cuerpo no es ningún asunto de vital importancia. Por ejemplo, no creemos que en el día de la resurrección haya ninguna diferencia entre los que hayan sido enterrados en tumbas en la tierra y aquellos cuyos cuerpos hayan sido destruidos por el fuego, devorados por bestias dañinas, arrojados al mar o desintegrados por la explosión de una bomba. Ciertamente, los mártires que fueron quemados por su fe y sus cenizas esparcidas por los vientos, se levantarán en el día de la resurrección, y sus cuerpos no serán en nada menos gloriosos que los de aquellos otros que tuvieron un gran entierro. El poder de Dios no conoce límites. El que en el principio hizo el cuerpo de los elementos de la tierra, puede reintegrar el cuerpo que haya sido desintegrado por cualquier medio. Un marinero enterrado en el mar se levantará tan seguramente como si hubiese sido embalsamado y enterrado en el panteón familiar.
Pero esto no quiere decir que no haya una gran diferencia entre el entierro y la cremación. Ciertamente, bajo circunstancias normales, mostramos mucho más respeto para el cuerpo de nuestros amados si los tendemos tiernamente en la tierra, bajo una capa de hierba verde, en la postura de descanso y sueño y en el mejor estado de conservación que nos sea posible. El cuerpo es en realidad una parte del hombre tan eterna como lo puede ser su espíritu, y la resurrección del cuerpo es una parte indispensable de su salvación.
No podemos tomar el cuerpo de un ser amado, solamente un poco menos precioso que el alma a la que custodiaba, y entregarlo a las llamas para su destrucción violenta, aun sabiendo que el espíritu ha partido. Si damos un valor sentimental a un ejemplar de la Biblia, a un artículo de ropa o a cualquier otro recuerdo de un ser amado, ¡cuánto más no deberíamos tratar con reverencia el cuerpo que ha estado asociado tan íntimamente con la persona! No importa la forma refinada con que la cremación se pueda llevar a cabo; siempre lleva consigo una idea de violencia o destrucción.
En la Biblia el fuego es el tipo o símbolo de destrucción completa y sin remedio. La condenación merecida por el pecado. En el sacrificio el animal ofrecido se le consideraba como sobrellevando los pecados de la persona y bajo condenación; por consiguiente era consumido sobre el altar. En unos pocos casos se quemaron los cuerpos de criminales, para indicar la gravedad de su pecado y la severidad de su castigo. Después que Achan trajo la derrota sobre Israel, hurtando del «anatema» contra la prohibición de Dios, leemos: «Y le dijo Josué, ¿por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon y los quemaron después de apedrearlos, y levantaron sobre él un gran montón de piedras que permanece hasta hoy. Y Jehová se volvió del ardor de su ira, y por esto aquel lugar se llama el valle de Achôr hasta hoy» (Josué 7:25 y 26).
Otro caso similar es el del rey Saúl. Después que hubo desobedecido a Dios, fue derrotado en una batalla por los filisteos, y murió de una muerte vergonzosa, que era prácticamente un suicidio. Sus tres hijos murieron con él, y los ejércitos de Israel huyeron. Los filisteos cortaron entonces la cabeza del rey, pusieron sus armas en el templo de Astaroth, y «colgaron su cuerpo del muro de Bethsan». Leemos que «oyendo los de Jabes de Galaad esto que los filisteos hicieron a Saúl, todos los hombres valientes se levantaron, y anduvieron toda aquella noche y quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos del muro de Bethsan y viniendo a Jabes los quemaron allí. Y tomando sus huesos los sepultaron debajo de un árbol en Jabes, y ayunaron siete días».
Esta narración nos muestra que el procedimiento seguido con Saúl fue una medida anormal y desesperada. Un comentario bíblico dice: «Esto no era una costumbre hebrea, fue probablemente usado en esta ocasión para prevenir todo riesgo de posibles insultos posteriores… El entierro era la forma usual hebrea de disponer el cuerpo» (Jamieson, Fausset and Brown).
Debería notarse también el ejemplo del método que Dios usó al disponer del cuerpo de Moisés. Leemos que, cuando «Moisés, el siervo de Jehová, murió en tierra de Moab» Dios lo enterró en el valle en la tierra de Moab, enfrente de Beth-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy (Deuteronomio 34:5-6). El método divino fué el entierro, no la cremación. Abraham adquirió un sepulcro en el cual poner el cuerpo de su amada Sara. Jacob enterró a Lea y a Raquel. Abraham, Isaac, Jacob, José, David, etc., fueron enterrados.
En el Nuevo Testamento se continúa la misma enseñanza. El ejemplo particular de Jesús, cuyo cuerpo fue embalsamado reverentemente con especies preciosas, amortajado en un lienzo limpio y tiernamente tendido sobre una tumba, es sin duda alguna el precedente divino con respecto a entierro, no la cremación, y debería ser un ejemplo autoritativo para todos los cristianos. Creo que no necesitamos ninguna otra razón más fuerte para enterrar los cuerpos y no quemarlos. También el cuerpo de Juan el Bautista fue enterrado, así como el de Esteban y de todos los demás santos del Nuevo Testamento de los que tenemos noticia.
La cremación no fue, por consiguiente, la práctica de los santos de Dios, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Es más bien de origen pagano. Los cristianos primitivos siguieron la costumbre judía de enterrar a los muertos y repudiaron la cremación, que era costumbre en los tiempos primitivos del Imperio Romano. El historiador eclesiástico Phillip Schaff escribe: «Los cristianos primitivos mostraron siempre un tierno cuidado por los muertos; bajo la viva impresión recibida de los apostoles de la comunión de los santos y la resurrección futura del cuerpo en gloria. El Cristianismo considera al cuerpo redimido, lo misma que el alma, consagrado como templo del Espíritu Santo. De ahí que la costumbre romana y griega de quemar el cuerpo, «crematio» es repugnante al sentido cristiano y a la misma santidad del cuerpo».
El Dr. William C. Robinson del Columbia Theological Seminary, escribiendo sobre este tema dice: «Siguiendo la costumbre judía, los cristianos lavaban los cuerpos de los muertos, los amortajaban en ropas de lino; algunas veces los embalsamaban y entonces, en presente de los ministros, familiares y amigos, con oración y canto de salmos, entregaban a la tierra los cuerpos muertos, como semilla de los cuerpos de resurrección, depositándolos en el seno de la tierra». A veces estos entierros tenían lugar en cámaras sepulcrales excavadas bajo tierra (catacumbas) con nichos cuadrados (locubi) abiertos en las paredes. El cuerpo era envuelto en mantas, sin ataúd y las aberturas cerradas con trozos de ladrillo o mármol. Las catacumbas cristianas, como testigos visibles de la esperanza de la resurrección, hicieron mella en el pueblo romano. Juliano el Apóstata, atribuyó el rápido esparcimiento y poder de la cristiandad a tres causas: su benevolencia, su cuidado de los muertos y su honradez.
«Esta cristiana costumbre era sostenida por varios textos de 1.ª y 2.ª Corintios. En contraste con la fornicación, el apóstol Pablo escribió: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros? Porque pues habéis sido comprados por precio, glorificad a Dios en vuestros cuerpos…» «Y oponiéndose al casamiento con los no creyentes, recuerda a los cristianos: «¿Qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois templo del Dios viviente». Y luchando con los que dividían congregaciones dice: «No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios destruirá al tal porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es». En el gran capítulo de la resurrección presenta una analogía entre la semilla que es sembrada y resucita en la planta, y el cuerpo mortal que es sembrado con la esperanza de una resurrección en incorrupción, gloria y poder: un cuerpo espiritual».
El Dr. Robinson termina con esta conclusión: «Hermanos, examinad estos textos antes de cambiar la costumbre cristiana de enterrar o poner en tumbas a los cuerpos que son templos del Espíritu Santo, por una costumbre que la cristiandad primitiva rechazó universalmente. Las tumbas de los santos, son santificadas, por el descanso de Cristo en la tumba, y los cuerpos de los creyentes, unidos a Cristo aun después de su muerte, descansan en sus tumbas hasta el día de su resurrección. (12).
Concluyendo: la práctica de la cremación, que en nuestros días parece hacerse más común, particularmente en las grandes ciudades, es anticristiana y no debería tener lugar ni ser practicada por los creyentes. No tiene base escritural. La Iglesia Primitiva la rechazó como una costumbre pagana, como un deshonor para el cuerpo y como una sugerencia de negación de la resurrección. La mayoría de los que la apoyan en nuestros días, son religiosos liberales o humanistas, que tienen muy poca o quizás nada de fe en la resurrección literal del cuerpo, y no pocos de ellos han casi desertado del Cristianismo, o no le han dado nunca seria obediencia ni primer lugar en sus vidas.
Aunque parezca extraño, los pasajes de la Biblia a los que apelan los partidarios de la cremación, son los de Achan y Saúl. Pero seguramente estos dos incidentes no recomiendan la cremación como un medio reverente y deseable para los cuerpos de nuestros amados; sino que más bien militan en contra de dicha práctica. Pero tan ansiosos están los partidarios de la cremación de encontrar alguna base escritural en que apoyarse, que ante la ausencia de otros mejores recurren a éstos.
Solamente nos resta decir que en los funerales cristianos debería evitarse la ostentación que vemos tan a menudo en los funerales modernos, y gastar una cantidad moderada de un dinero que no aprovecha de nada, ni a los que han partido ni a los que quedan. Podemos notar que por regla general la tendencia de la gente a hacer funerales fastuosos, está en proporción inversa a la cantidad de verdad religiosa que poseen. El cristiano fiel, no intentará asemejarse al mundo, que ve en el servicio fúnebre solamente el fin de la vida terrena, sino que en un pleno reconocimiento de las verdades bíblicas concernientes a los muertos y la vida futura, mirará de dar el respeto propio a los cuerpos de sus amados y al mismo tiempo, fijar la atención de los presentes en la realidad de la vida venidera.
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