La ética en la medicina (4)
En el artículo número tres de este serie, el Dr. Joel Hamstra discutió dos de cuatro doctrinas bíblicas que son útiles al considerar la ética médica: la soberanía de Dios y que el hombre está creado a la imagen de Dios. En este artículo discute las otras dos doctrinas: la realidad y la naturaleza de la muerte y la realidad del sufrimiento.
Doctrinas bíblicas en la ética médica
3. La realidad y la naturaleza de la muerte
Esta es la tercera doctrina cuya consideración suele resultar útil de considerar cuando se piensa en la ética médica. Es un tanto difícil de explicar. En nuestra sociedad actual, quizá aún más en Europa que en Norteamérica, se suele normalizar la muerte. Se la considera como una cosa sumamente natural. Se ha escrito mucho para definir las fases del morir y de aceptar un diagnóstico terminal: el objetivo consiste en ayudar a aminorar el aguijón de la muerte, eliminar el temor que se asocia a ella. Se nos dices que quienes sufren de enfermedades crónicas deberían recibir la muerte como un medio para escapar de su aflicción. A pesar de ello, ¿se podría decir que esta comprensión y esta actitud hacia la muerte son bíblicas?
La muerte entró por primera vez en el mundo a través del pecado. Es un castigo por el pecado, por el pecado del hombre. El ser humano fue creado para vivir. Dios insufló en su nariz el aliento de vida. La vida (tanto física como, de manera más importante, la vida eterna) es aquello para lo que los seres humanos fueron creados. En la vida es donde llevamos la imagen de Dios. Por tanto, como cristianos, nosotros deberíamos actuar siempre de manera a afirmar la vida, escogerla por encima de la muerte. Es necesario que aceptemos que la muerte nos llegará a todos, pero, en sí misma, no debería aceptarse. La muerte es algo que se teme. Es terrible. Separa el alma y el cuerpo. Esto, en el sentido más profundo, es totalmente antinatural.
Admito que, en un sentido de la palabra, la muerte es natural. Lo es por cuanto le sucede a todas las criaturas; ninguna escapará a ella. Tal vez sea mejor decir que la muerte es inevitable (como resultado del pecado), pero no natural.
En realidad, Jesús vino y venció la muerte para que Su pueblo no tenga que sufrir la muerte eternal. Para ellos, incluso el aguijón de la muerte física ha sido eliminado. Ahora, en vez de ser un portal al infortunio eterno, es una puerta de entrada a la vida eterna en anticipación de la resurrección y al mundo venidero.
Este concepto bíblico de la muerte es totalmente extraño para nuestra sociedad. Al centrarnos en nuestra forma de morir —sin dolor, con la dignidad intacta, en pleno control de nuestras facultades—, la sociedad nos ha distraído de la temible realidad de lo que hay más allá de la tumba. Según este criterio, la muerte es buena si es noble y preserva nuestra autonomía u orgullo.
Nosotros también podemos ser arrastrados a este enfoque equivocado de la forma de la muerte. Pero, les ruego que no me malinterpreten. Cuando los médicos, los trabajadores de la sanidad y los miembros de la familia que cuidan a quienes experimentan gran dolor y sufrimiento, tienen la obligación de proporcionarles consuelo, apoyo y cuidados en el final de su vida. Debemos de estar firmes, sin embargos, en la creencia de que, aun pudiendo implicar sufrimiento, dolor o incapacidad, la vida sigue siendo un bien inherente, un regalo insuflado por Dios, que merece la pena proteger.
4. La realidad del sufrimiento
La cuarta doctrina clave a considerar es la realidad del sufrimiento. Es algo inevitable. Por citar a VanDrunen: “Para los cristianos, la pregunta no es en realidad si sufriremos, sino cómo lo haremos. ¿Sufriremos de una forma piadosa o no?”.1 Las Escrituras dicen: “En el mundo tenéis tribulación” (Jn. 16:33).
Muchas cuestiones que dan lugar a difíciles dilemas éticas implican sufrimiento. Los asuntos que conciernen la infertilidad, el dolor y la enfermedad crónica pueden provocar un gran sufrimiento en quienes los experimentan.
Nuestra respuesta natural al sufrimiento suele ser cuestionar a Dios. De manera reflexiva preguntamos: “¿Por qué yo?” o “¿Cómo puede permitir un Dios amoroso, o incluso ordenar que ocurra algo semejante?”. A pesar de ello, debemos aceptar, a través de una sumisión tras mucha oración, de que Dios es amoroso y sabio. “Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:9). Piensa de nuevo en el ejemplo de Job. Cuando cuestiona por qué le han sucedido todas esas cosas, Dios le recuerda en los capítulos 38—41 lo grande que Él es frente a la pequeñez de Job.
Aunque no se nos ha llamado a procurar el sufrimiento, deberíamos orar pidiendo gracia para llevar la carga si a Dios le place colocar una sobre nosotros. El sufrimiento no es el mal supremo. No tenemos por qué hacer necesariamente todo lo posible por evitar el sufrimiento: en ocasiones debemos aceptarlo como la voluntad de Dios. Piensa, por ejemplo, en el sufrimiento que experimenta la persona que tiene una lesión en la columna vertebral. Es posible que no pueda caminar ni cuidar de sí misma incluso en lo más básico.
Supón ahora que la ciencia médica ha descubierto una forma de utilizar células madre embrionarias, derivadas de embriones humanos “sueltos” para regenerar el sistema nervioso y para tratar la lesión. Esto proporcionaría un inmenso alivio y sanaría el sufrimiento de muchos; a pesar de ello, esto no estaría bien porque implicaría arrebatar la vida inocente.
El sufrimiento se debe soportar si los medios que usaríamos para acabar con él son contrarios a la voluntad revelada de Dios. De hecho, en los momentos de sufrimiento es cuando el pueblo de Dios se acerca más a Él, se hace más dependiente de Él y se hace más gloriosamente consciente de su adopción como hijos Suyos. “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento” (Sal. 23:4).
Por tanto, recapitulando brevemente, deberíamos tener en mente cuatro doctrinas bíblicas importantes: primero, la providencia de Dios: Él controla y dirige todas las cosas; segundo, el hombre es portador de la imagen de Dios y, como tal, merece respeto; tercero, la realidad y la naturaleza de la muerte que es totalmente antinatural, la única forma de que se pierda el aguijón de la tumba es por medio de la redención por parte de Cristo; y, cuarto, la naturaleza del sufrimiento: en ocasiones se nos llama a sufrir y debemos hacerlo de una manera que honre a Dios.
Notas:
1. Ibíd., p. 62.
El Dr. Joel Hamstra es miembro de la Free Reformed Church de Dundas, Ontario, catedrático clínico adjunto de anestesia en la Universidad McMaster y director de anestesia obstetricia en el St. Joseph’s Healthcare, Hamilton, Ontario. Este artículo se ha reeditado y tomado de The Messenger.
Publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2015.
Otros artículos en esta serie:
La ética en la medicina (1)
La ética en la medicina (2)
La ética en la medicina (3)