Las dos venidas de Jesucristo
Durante algo más de un siglo ya, la Iglesia reformada ha venido conmemorando el tiempo de Adviento. Esta palabra, «Adviento» significa llegar o venir. Durante esa temporada, reflexionamos en la primera venida de Jesucristo en Su encarnación, mientras esperamos su segunda venida, porque él «aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente le esperan» (He. 9:28).
A Tito se le encomendó la tarea de establecer una iglesia en la pequeña isla de Creta. En su carta a Tito, Pablo le recuerda las dos apariciones de Cristo (Tit. 2:11, 13). Como Pablo, tenemos el privilegio de vivir durante la era de cumplimiento del Nuevo Testamento, después de que Cristo naciera en Belén, pero antes de que regrese en las nubes para dar la bienvenida al hogar a Su iglesia y a juzgar a todos los pecadores.
Consideremos primero las similitudes de estas dos apariciones de Cristo.
Ambas apariciones son personales. Cuando Jesús nació y fue colocado en el pesebre de Belén, se convirtió en «hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne». Se «manifestó en carne» (1 Ti. 3:16). Así también, Su Segunda Venida también será personal. Cuando regrese de nuevo, será Cristo en persona y no un mensajero en representación Suya. El Catecismo de Heidelberg (El Día del Señor 52) les recuerda a los creyentes el consuelo que traerá la segunda venida de Cristo: «Que en todas las miserias y persecuciones, con plena confianza, espero del cielo como juez, a Aquel mismo que primeramente se pudo delante del juicio de Dios por mí y alejó de mí toda maldición… [y] a mí, con todos los elegidos, me conducirá al gozo del cielo y a la gloria eterna».
En segundo lugar, las apariciones fueron algo prometido e inesperado para las masas. El nacimiento de Jesús se había prometido desde la primera «promesa de la simiente», en el albor de los tiempos (Gn. 3:15). El Antiguo Testamento rebosa de promesas que tienen que ver con el Mesías, pero cuando llegó nadie le esperaba. Simeón estaba «esperando el consuelo de Israel» y Ana «esperaba la redención de Israel»; sin embargo, la población principal, la llegada de Jesús no era un acontecimiento anhelado. Así también Su Segunda Venida es un acontecimiento prometido (He. 9:28). Con toda seguridad, ocurrirá tan cierto como que la historia se desarrolla cada día. No obstante, es triste que muchos hoy no crean esa promesa, mientras muchos más dan por sentado que, presumiblemente, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos, su pasaporte a la gloria quedará validado por la obediencia humana y no por la de Cristo. Jesús nos dice que cuando venga, las masas estarán haciendo negocio como de costumbre, sin una expectación llena de sentido, pero que sus seguidores deben estar atentos y vigilantes (Mt 24.33-42). La conmemoración del Adviento nos llama a una fe diligente.
Las dos llegadas de Jesucristo también son inmensamente distintas.
En la primera venida, fue un tierno bebé envuelto en pañales y acostado en un pesebre. En la segunda venida, llegará envuelto en vestiduras que llevan inscritas las palabras REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Ap. 19:16).
El propósito de la primera llegada consistía en llevar la salvación a los hombre (Tit. 2:11); vino a buscar y a salvar a los perdidos. Pero Su Segunda Venida será como aventar el trigo para separarlo de la paja. Será un juicio justo que dará la bienvenida a casa a los hijos de Dios, pero echará fuera a los incrédulos (Mt. 25:30-34).
En su primera venida, Cristo fue rechazado. No hubo lugar para él en el mesón, ni siquiera antes de haber nacido. El rechazo lo siguió durante toda su estancia en la tierra. Pero cuando venga como Juez, los hombres temblarán delante de Él; algunos preferirán que los escombros de los montes los entierre antes que enfrentarse a la ira del Cordero (Ap. 6:16).
¡Qué similares, y qué diferentes a la vez estas dos apariciones de Cristo! Si queremos conocer la bendición del Señor durante el tiempo de Adviento, debemos reflexionar en estas dos venidas. Deberíamos meditar con gratitud el maravilloso acontecimiento que ocurrió en la ciudad de los montes de Judea. Deberíamos sentirnos humildes y sorprendidos de que Dios amara tanto al mundo que envió a Su Hijo unigénito a este mundo lleno de pecado, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Y a esa vida terna se le dará paso a su cumplimiento supremo cuando Él llegue por segunda vez, en las nueves, y todo ojo le vea (Ap. 1:7). Ojalá que nuestro ojo de la fe también esté buscando la «gloriosa aparición del gran Dios y de nuestro Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13).
Michael Fintelman es pastor de Heritage Reformed Church de Plymouth, Wisconsin.
Publicado en Reflexiones con permiso. Traducción de IBRNJ. Todos los derechos reservados. © 2014 IBRNJ.