La ética en la medicina (3)
Doctrinas bíblicas en la ética médica
La última vez acabé con el plan de presentar una especie de estructura que pudiera resultar útil a la hora de lidiar con los dilemas éticos. Esta estructura no me pertenece. La he sacado de un libro que recomiendo: Bioethics and the Christian Life [Bioética y la vida cristiana], de David VanDrunen.
El autor sugiere que existen cuatro doctrinas clave en las Escrituras que pueden ayudar a conformar nuestras decisiones. También hay otras muchas que se pueden aplicar en diferentes situaciones. En realidad, para cada dilema o decisión que afrontamos, debemos realizar el máximo esfuerzo por considerar en oración todo el consejo de Dios antes de proceder; sin embargo, estas cuatro doctrinas son un punto de partida.
1. La soberanía de Dios
La primera es la doctrina de la soberanía de Dios y su divina providencia. La Biblia deja muy claro que Dios está en control de todas las cosas. Ni un solo gorrión cae a tierra sin la voluntad de nuestro Padre celestial (Mt. 10.29). Él ordena todo detalle de nuestra vida. Los cabellos de nuestra cabeza están contados (Mt. 10:30). Lo que percibimos como “bueno” y hasta lo que nos parece malo está bajo Su control. Con frecuencia nos resulta fácil ver la mano providencial de Dios y reconocer Su soberanía en las cosas buenas que nos ocurren; pero en momentos de adversidad, esto es mucho más difícil. Como declara el Catecismo de Heidelberg en la Pregunta 27, la providencia de Dios es “el poder de Dios omnipotente y presente en todo lugar, por el cual sustenta y gobierna el cielo, la tierra y todas las criaturas de tal manera, que todo lo que la tierra produce, la lluvia y la sequía, la fertilidad y la esterilidad, la comida y la bebida, la salud y la enfermedad, riquezas y pobrezas, y finalmente todas las cosas no acontecen sin razón alguna como por azar, sino por su consejo y voluntad paternal”.
Las Escrituras también nos dicen que la providencia y la soberanía de Dios están dirigidas a la edificación de Su pueblo. “Para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Ro. 8:28). Hasta lo malo que les sucede a Sus hijos obra para su bien. Uno de los ejemplos más gráficos que encontramos en las Escrituras de alguien que se somete a la soberanía de Dios es la historia de Job. Recibió mucho mal de manos de Satanás, con el permiso de Dios. Después de todas las cosas terribles que le sucedieron, todavía pudo decir: “Aunque Él me mate, en Él esperaré” (Job 13:15). De modo que, cuando surge un desafío, lo primero que debemos considerar es lo siguiente: Dios tiene el control. Sin embargo, si uno no está unido a Cristo, todas las cosas no tienen por qué obrar para bien. Esto nos proporciona un lugar por donde empezar en nuestra consejería.
2. La imagen de Dios
Otra doctrina bíblica clave que debemos tener en mente cuando nos ocupamos de la ética médica es que el hombre está creado a imagen de Dios. Él hizo toda esta creación maravillosa y asombrosa con su inmensidad, belleza e increíble diversidad. Pero de toda ella, solo el hombre fue creado a imagen de Dios. El Salmo 8 me viene a la mente como exposición de cómo el ser humano es el pináculo de la creación de Dios. Hoy, la mayoría de los médicos —en realidad la mayoría de las personas en nuestra sociedad en general— no llegan a apreciar gran distinción entre los seres humanos y el resto de la creación. Se suele considerar a los hombres como cualquier otra vida animal. La realidad de que el ser humano es especial, porque él o ella han sido creados a imagen de Dios se ha perdido mayormente.
Para la mayoría de los médicos, el concepto de un alma eterna es algo extraño. Sin embargo, en realidad la vida humana es radicalmente diferente de cualquier otra vida que encontramos en esta tierra. Desde el momento en que se forma la nueva vida en la concepción, Dios crea un ser humano único con un cuerpo y un alma que permanecen juntos hasta que se separan por la muerte. Ninguna otra criatura tiene un alma viva.
Vivimos en una cultura muy visual, nos motivamos con imágenes. Si no podemos ver algo, tendemos a no creerlo o a minimizar su importancia. Esto puede tener una influencia sutil, aunque profunda sobre nuestra forma de pensar sobre las cuestiones del comienzo y el final de la vida. Los embriones humanos, formados tan solo por unas pocas células, invisibles al ojo desnudo, no se parecen en nada a un ser humano. En nuestra cultura que se guía por lo visual, no se les da el respeto que merecen. Esas diminutas y microscópicas colecciones de células son una persona viva, increíblemente preciosa, que merece honra y protección como portadora de la imagen divina. El anciano, encogido en posición fetal, postrado en una cama, demasiado débil para levantarse con su mente nublada por el Alzheimer y la voz endeble por demás para poder hablar, también es portador de la imagen de Dios.
Tal vez esto suene demasiado centrado en el hombre o casi parezca una adoración del ser humano. No es esa mi intención. Como portadora de la imagen divina, la humanidad ha deslucido esta imagen por la Caída. La Biblia enseña que nuestro estado natural es totalmente depravado. Como nos hace saber el Salmo 9, es necesario que reconozcamos que no somos “sino hombres”. Nuestra verdadera y plena gloria como portadores de la imagen no se verá hasta que seamos levantados de nuevo, cuando resucitemos, cuando regrese el Esposo y nos hallemos en la asamblea reunida alrededor del trono del Cordero. Hemos de considerar la humanidad desde esta perspectiva equilibrada. Todo portador de la imagen lleva la imagen de Dios y, por ello, merece nuestro respeto.
Publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2014.