Los cristianos perseguidos y tú (He. 13:13)
Acordaos de los presos, como si estuvierais presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también vosotros estáis en el cuerpo.
μιμνῄσκεσθε τῶν δεσμίων ὡς συνδεδεμένοι, τῶν κακουχουμένων ὡς καὶ αὐτοὶ ὄντες ἐν σώματι.
¿Nos importan los cristianos perseguidos de todo el mundo? Quiero decir preocuparnos de verdad: pensar en ellos a menudo, tener sentimientos por ellos orar por ellos y hacer lo que podamos para aliviar su sufrimiento. Indudablemente, la voluntad de Dios es que lo hagamos.
En los Estados Unidos, por regla general son muchos los que ignoran y son apáticos en cuanto a las preocupaciones internacionales. El materialismo y el narcisismo, por nombrar solo dos aspectos perversos de nuestra cultura, conspiran por anclar nuestra atención a nuestras propias necesidades y deseos psicológicos y físicos. Somos propensos a volvernos terriblemente egoístas y frívolos en nuestra rutina diaria.
Cuando las noticias sobre cristianos perseguidos penetran ocasionalmente nuestro capullo protector, podemos hacer una mueca de dolor durante un momento, pero nos parece que estar siempre pensando en este tipo de cosas resulta demasiado incómodo para permitírnoslo durante demasiado tiempo. De manera que nos apresuramos a ahuyentar tales pensamientos y regresamos a nuestro mundo privado.
Antes de la caída del hombre, Adán y Eva se amaban mutuamente de una forma perfecta. Ellos dos componías toda la familia humana de aquella época. Vivían como una sola persona, unidos en el servicio y la preocupación del uno hacia el otro. Él buscaba los mejores intereses de ella y ella los de él. Así debían ser las cosas.
Después de que pecaran, su amor generoso se estropeó y la malicia hizo su temprana y molesta aparición en sus hijos. Caín se levantó y asesinó a su hermano Abel. Cuando Dios lo confrontó, respondió con insolencia: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”, como si no tuviera responsabilidad alguna en promover lo que fuera mejor para su hermano. Desde entonces, todos los hijos de Adán y Eva concebidos de forma natural han sufrido la misma depravación.
Entremos en el evangelio de Jesucristo. Cuando lo creemos y sabemos que Dios ha renovado nuestro corazón y ha empezado a transformarnos en los amantes de los hermanos que se pretendía que fuéramos nuestra capacidad y verdadera práctica del amor se restaura progresivamente. Esta es una de las señales más claras de un cristiano verdadero. Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:35).
Esto significa que descubrimos los sentimientos verdaderos y profundos de la preocupación compasiva por el bienestar de las demás personas, en especial de nuestros hermanos cristianos. Esto es más que el remanente de la humanidad natural que se encuentra, hasta cierto punto, incluso en los incrédulos. Por amor a Cristo nuestro Señor y porque él los ama, nuestro corazón anhela que los pecadores puedan ser salvos y los santos bendecidos. Esta ansia ética nos impulsa a la acción redentora y compasiva en beneficio de ellos.
Nadie puede reivindicar de una forma más legítima nuestra preocupación que los cristianos gravemente perseguidos, dondequiera que puedan ser hallados. Son especialmente preciosos a la vista del Señor, y sufren la mayor injusticia. Con ellos en mente, las Escrituras dicen que el mundo no es digno de ellos (He 11:38). ¿Y qué podría ser más injusto que la violencia contra los demás tan solo porque aman a Dios y a su Hijo? Esas ovejas conducidas al matadero siguen las pisadas del bendito Salvador, el Justo, que fue crucificado por nuestros pecados. Son los excelentes de la tierra.
Consideremos el consejo de nuestro texto sobre nuestra relación con ellos.
Acordaos
“Acordaos de los presos” o “Acuérdense de los que están en prisión”. Esta exhortación se alza en oposición contra nuestra tendencia natural a olvidar.
El contexto nos obliga a entender esto en alusión especial a los cristianos perseguidos. Tanto la situación histórica de los lectores originales (es decir, perseguidos de algún modo, cf. 12:4) y el contexto inmediato (11:1 ss.; cf. 13:1-2, 5-6) justifica esta interpretación. “Acordarse” de ellos no significa aquí que uno se limite a pensar en ellos, sino a “prestar una cuidadosa consideración a”, “interesarse por, preocuparse por”. La misma palabra griega se usa del mismo modo en Génesis 30:22 (LXX) y Lucas 23:42. Empareja la consideración amorosa con la acción práctica, el fruto inevitable de la preocupación sincera (Stg 2:15-16). 1 Juan 3:14-19 insiste poderosamente en la vinculación entre el verdadero amor cristiano y las buenas obras.
A veces, lo único que podemos hacer es orar, ¿pero cómo hacer menos que esto? Y deberíamos considerar seriamente qué otra cosa podríamos llevar a cabo.
Identifíquense con ellos
El resto de Hebreos 13:3 recalca nuestra necesidad de empatía y solidaridad con nuestros hermanos que sufren. Su paralelismo ayuda a la interpretación.
Acordaos de los presos, como si estuvierais presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también vosotros estáis en el cuerpo.
Están “en prisión” y, por tanto, “sufren adversidad”. Debemos recordarles con la misma compasión y preocupación que si estuviéramos allí con ellos porque, después de todo, igual que ellos, estamos “en el cuerpo”. Es probable que la idea de este texto sea que, en esta vida, somos vulnerables al mismo tipo de sufrimiento, de manera que la aflicción de ellos debería ser un asunto de preocupación especial para nosotros. “Acuérdense de los que están en prisión como si ustedes fuesen su compañero de cárcel, y de los que son maltratados, ya que ustedes también están sujetos a sufrimientos físicos” (trad. de la versión inglesa ANT.). El pecado que permanece en nosotros hace que nos preocupemos menos por los demás, de manera que es necesario que nos pongamos mentalmente en su lugar. Cuando nos sentimos profundamente conmovidos hasta ese punto, seremos más fieles a la hora de acordarnos de nuestros hermanos con una respuesta compasiva y seremos más semejantes a Cristo. Amén.