Entender los tiempos
En 1 Crónicas 12:32, se describe a los hombres de la tribu de Isacar mediante estas útiles palabras: “expertos en discernir los tiempos, con conocimiento de lo que Israel debía hacer”. ¡Qué don tan inestimable! Existen muchos ámbitos en los que puede prestar un gran servicio a la iglesia de Jesucristo. Y una de esas esferas es la evangelización y las misiones en Norte América.
LA CONTEXTUALIZACIÓN
Los misionólogos creen que la mejor forma de plantear las misiones es en estudiar la cultura de las personas que se pretende alcanzar con el evangelio. Cuando enviamos a un misionero a un país del tercer mundo, parte de su formación consiste en esforzarse por comprender la cultura con la que va a comunicarse. A menudo requieren varios años hasta familiarizarse con esa cultura en particular. Después de todo, sus preguntas, preocupaciones y prioridades no son necesariamente las mismas que las nuestras; esto puede interponerse en las cosas rutinarias y también en las más importantes. En las misiones, a esto se le denomina contextualización.
Tal como la presentan muchos hoy día, la contextualización es una reacción exagerada en contra del planteamiento colonial de las misiones que, en cierta medida, estaba presente en anteriores generaciones de misioneros. Generalizando de manera muy amplia, el colonialismo tiene como característica el pensar que uno es más civilizado y superior, y que tiene que entrenar a las otras personas, que se consideran como primitivas y subdesarrolladas, para que sean iguales a uno. Por otra parte, la contextualización significa ajustarse a esa cultura en lugar de exigirles que sean ellos quienes se amolden a la tuya.
Esto es algo que se exagera con frecuencia en nuestros tiempos. Después de todo, el becerro de oro de las Escrituras también era contextualización, y Dios lo condena como idolatría intolerable. Los contextualizadores suelen adoptar, inconscientemente, la idea moderna de que no existe nada parecido a la verdad universalmente verdadera, y que toda expresión cultural es igualmente válida y valiosa. El movimiento de la Iglesia Emergente es un ejemplo de lo destructivo que esto llega a ser en la iglesia. Sus opiniones poco tienen de bíblicas, porque Cristo no transforma la cultura convirtiéndonos en galletas cortadas con moldes para ser copias idénticas los unos de los otros, sino tomando las grandes verdades que son válidas en todas la culturas y cambiando, en consecuencia, esa cultura en particular.
ENTENDER NUESTROS TIEMPOS
Volviendo al texto, en los días del censo que se recoge en 1 Crónicas 12, los hombres de Isacar entendieron los tiempos y lo que era necesario hacer a la luz de estos. Me pregunto cuántos de nosotros nos hemos tomado el tiempo de entender la época en la que vivimos. ¿Tienen algún sentido para ti palabras como postmodernismo, relativismo, consumismo y hedonismo? Sin lugar a dudas, alguna vez habrás sentido sus efectos a diario y te habrás dejado influir por ellas, incluso cuando puedas no reconocer estos términos.
Nuestras iglesias van realizando la transición de pasar de sus raíces holandesas para convertirse en denominaciones norteamericanas establecidas. Esto conlleva peligros a la vez que bendiciones. El peligro radica en que nos conformamos a la cultura prevaleciente de este mundo en lugar de ser transformados (Ro. 12:1-2). Las bendiciones consisten en que nos volvemos más diversos, para que el propósito de Dios de unir en Cristo a toda lengua, tribu y parientes se refleje en nuestra membresía.
EJEMPLOS
Tal vez tienes dificultades con la evangelización. No sabes cómo responder a los argumentos de los inconversos en el trabajo, en tu vecindario o en la familia. Su forma de pensar parece casi como un idioma extranjero.
Permíteme que te dé un ejemplo. Tengo la costumbre de escuchar la radio siempre que estoy en el auto. Es un fascinante curso intensivo sobre nuestra cultura, aunque, en ocasiones, no tienes más que apagar la radio cuando la charla se va volviendo obscena. Recientemente, el debate trataba sobre la homosexualidad. Lo que me fascinó fue el intercambio entre el presentador y el hombre, que estaba obviamente familiarizado con la Biblia, aunque no me quedó del todo claro si era cristiano o miembro de una secta. (Lamentablemente, las sectas están bien representadas en el sur de Alberta.) El oyente que llamó argumentó que la homosexualidad estaba mal y que, por tanto, el matrimonio gay tampoco estaba bien. El presentador le preguntó: “¿Por qué cree usted eso?”. El oyente respondió que tenemos que basar nuestra opinión en la Palabra de Dios que afirma que es incorrecto. A esto, el presentador le replicó: “Esa no es más que su opinión; la Biblia no es más que otro libro humano, como lo son todos los textos religiosos. ¿Qué derecho tiene usted de decirles a los demás cómo deben vivir su vida? Sus derechos y sus opiniones son tan válidas y valiosas como las de usted”. En este punto, el oyente ya no supo qué decir. Sus cosmovisiones chocaban entre sí y cada uno hablaba sin escuchar al otro en lugar de enfrentarse y convencerse el uno al otro.
Otro oyente que llamó al mismo programa dijo: “No me puedes decir que deje de amar a mi esposa y a mis hijos. Los gay aman a su cónyuge tanto como nosotros a la nuestra. Solo tenemos que aceptarlos tal como son, como han nacido”. El presentador estaba totalmente de acuerdo con esto.
UNA CUESTIÓN APREMIANTE
Este va a ser un asunto cada vez más apremiante en nuestro tiempo. En muchos países europeos, la persecución y el acoso a la iglesia va en aumento en lo que a esta cuestión se refiere, y las iglesias norteamericanas son las siguientes. De hecho, ya está ocurriendo en cierto grado.
¿Serías capaz de entablar una conversación significativa con este locutor de radio? ¿Cómo contestarías? Limitarse a decir que es lo que la Biblia afirma ya lo está descartando como opinión privada tuya. Es evidente que, al final, tendremos que decir: “La Biblia declara…”. Sin embargo, la pregunta clave es, ¿cómo lo hacemos?
En Hechos 17, el apóstol Pablo mostró que entendía los tiempos. Se dirigió al monte de Marte, en Atenas. Al contrario de lo que la Iglesia Emergente querría que creyeras, él predicó allí el mismo mensaje que en cualquier otro lugar: el arrepentimiento hacia Dios y la fe en Jesucristo. Predicó a un Salvador crucificado y resucitado. Pero Dios le había dado el don de reconocer cómo dirigirse a aquella cultura, cómo conseguir y mantener su atención. Como los hombres de Isacar, entendió los tiempos y lo que era necesario hacer. Esta es nuestra gran necesidad en la Norte América posmoderna, relativista, hedonista y consumista.
CARACTERÍSTICAS DE NUESTRA CULTURA
El posmodernismo es la idea de que no existe nada parecido a la verdad. Solo hay opinión personal. Y la opinión de uno no vale más que la de los demás.
El relativismo es, sencillamente, otro término para lo mismo: que ningún punto de vista es mejor que otro.
El hedonismo es la búsqueda del placer. Si no existe la verdad, entonces para lo único que tienes que vivir es para el placer. El apóstol Pablo resume esta filosofía de este modo: comamos, bebamos y alegrémonos, porque mañana moriremos. En nuestra cultura (y sobre todo en la parte de Canadá donde vivo) a muchos solo les preocupa la siguiente cerveza y el acontecimiento deportivo de turno. El deporte es su ídolo, el becerro de oro de nuestro tiempo. Se ha sustituido a las catedrales por estadios, y a los ídolos de metal por jerséis deportivos. Solo les importa la próxima emoción.
El consumismo es el deseo por comprar y usar cosas, también se le podría llamar materialismo. Cada vez más, las personas quieren poseer el coche más hermoso, la casita de campo, la caravana, el barco y lo último en ropa y en artilugios.
LA EVANGELIZACIÓN EN NUESTRA CULTURA
Entonces, ¿cómo hablarles de Cristo como Señor a esas personas? ¿Por dónde empezar? Puedes comenzar con un criterio bíblico sobre el placer. Puedes preguntar: “¿Sabes por qué quieres placer?” Porque Dios te creó para ello. Te creó para la vida eterna, en la que fluyen siempre corrientes de placer y permanecen abundantes gozos (Sal 16). Nos creó para compartir en su placer, para glorificarle a él y amar a los demás. Pero este sentido del placer se ha visto retorcido por el pecado. Se ha convertido en algo interesado e idólatra. Dios nos llama a arrepentirnos, no del amor al placer, sino a amarlo de forma idólatra”.
El libro de Eclesiastés tiene gran valor aquí. Salomón lo intentó todo. Sin embargo, se vio obligado a concluir: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad, correr tras el viento”. El placer sin Dios está vacío, es fugaz e inútil. La conclusión del asunto es temer a Dios guardar sus mandamientos.
Solo vemos las cosas desde nuestra perspectiva limitada; pero Dios ve desde todas las perspectivas a la vez y revela Su verdad, que es la verdad para todos, queramos reconocerlo o no. Para ser liberados de la tiranía de nuestra opinión privada necesitamos la opinión de Dios; necesitamos a Cristo que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6). Sin Su verdad, lo único que queda es gente como Hitler, Stalin y Mao. Todos podemos reconocer que hay verdad en la vida diaria. Esto solo es posible si hay una verdad más grande que pequeños trozos inconexos, una verdad tan grade como el universo mismo. No tenemos derecho a hacer lo que queramos. No fuimos creados para descubrir nuestra propia verdad, sino a vivir según la verdad de Dios.
Podríamos hacer mucho para aprender a hablar a nuestro tiempo. Principalmente, por supuesto, conocer la Palabra de Dios. Existen muchos buenos libros escritos por cristianos sobre cómo interactuar con nuestra época. Sin duda, en la librería de tu iglesia habrá algunos. De otro modo, estoy seguro de que a tu pastor le encantará recomendarte alguno. Profundiza para que tú también, por la gracia de Dios, puedas aprender a entender los tiempos y saber qué decir y hacer.
Eric Moerdyk es pastor de la Free Reformed Church en Monarch, Alberta. Este artículo está tomado de The Messenger.
Publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2014.